
Ninguna importancia tiene el fin del año. El sol sigue su curso sin solución de continuidad, como un Dios sin opinión ni sentimiento. La cuenta la pusimos nosotros con ingenuidad, ningún matiz tenemos para corroborar que termina, nada sabríamos si no tuviéramos relojes sincronizados a nuestro albedrío, ninguna diferencia podríamos encontrar si viéramos la Tierra desde otro planeta. Termina hoy a las doce de la noche, que será un momento distinto según para quién, primero en Okinawa, luego aquí, y al final en Alaska. Es casi absurdo celebrarlo. Podríamos haber terminado, al menos, el año en el solsticio, pero ni eso supimos ajustar. La cuenta de los años tampoco sirve de nada, cuatrocientas cuarenta vueltas le hemos dado al sol desde que nació Quevedo, ya ves qué curiosidad. Treintaisiete le ha dado Júpiter, que al menos es el Dios supremo de los latinos, de quien heredamos lo mejor y lo peor de lo que somos, pero nadie lleva esa estadística. Podríamos contar los años por cada cien revoluciones de la Tierra, o por cada mil, por los ciclos de la Luna, o por cualquier otra extravagancia que se nos ocurriera, poniendo el cero cuando nació Cristo, o cuando nació Beethoven, o cuando murió la última hembra de ornitorrinco gigante, en el Pleistoceno, y se extinguió la especie. Nada importa.
Nos sirve, acaso, para llevar un orden estadístico de las cosas y fecharlas, aunque sea arbitrariamente. Desde esa perspectiva, despido el 2020 echando la vista atrás y viendo que no ha sido una vuelta mala. Dejo dos creaciones muy queridas para mí, el segundo libro que publico y el primer vino que elaboro. Ellas. Perras, brujas y serpientes recoge algunos de mis desvelos desde 2018, ajustando el enfoque en la singularidad femenina, esos matices que hacen a las mujeres tan diferentes y tan interesantes, cuya perspectiva sobre el mundo tiene un filtro muy especial que enriquece la vida de todos. No hay ningún afán en sus páginas, son diecisiete historias que merecen la pena ser contadas, la mirada de mujeres que me ha gustado conocer. El Bvscon. Capítvlo I, El Lobo 2019 cumple un deseo de hace mucho tiempo, hacer un vino como a mí me gustaría probar. Mi amor por Quevedo y la literatura visten su imagen, pero el interior está invadido por otros sentimientos. Fue tinto, con fruta tierna, ligereza y finura en la pose y un trato amable, como corresponde a la elegancia de los vinos que más admiro. Dejo otras tareas de menor enjundia firmadas, entre las cuales podríamos destacar quizá un texto que le gustó a Pérez-Reverte, y al pasar de los días tuvo cuarentamil lecturas sin darme cuenta. Uno entre otros noventaitrés que he publicado en este rincón, no sé de dónde he sacado tanto tiempo.
También me llevo el recuerdo y el placer de haber conocido a personas muy amables, no las voy a citar, tú sabes que eres una de ellas, o bien ya lo eras el año anterior. Te agradezco la paciencia de leerme, cuando podrías estar haciendo tantas otras cosas más interesantes, y en pago te prometo mejorar en la próxima vuelta. En lo personal, bastante haces con soportar mis defectos y quererme igual. Con una lágrima tierna me despido de ti, prometo ser mejor también en esto.
Cuenta con otro vino, otro libro y otro beso. Sabes que siempre cumplo mis promesas.

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Precioso.
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