«Es peligroso llegar a viejo y perder la vida al sentir en el corazón y por primera vez que la angustia del sufrimiento humano tiene su dolorosa razón de ser.«
Cela – Vuelta de hoja.

Cuando vemos a un agricultor en una pantalla clamando por un precio digno para sus patatas se nos destroza el alma. ¿A caso no es justo, nos preguntamos, que el pobre cobre lo suficiente como para pagar sus costes y vivir humildemente? Arropados por la buena fe, concedemos carta blanca para que se resuelva esa injusticia social. Sin embargo, no es un asunto de justicia. Veamos lo que sucede cuando la torpeza de los políticos interviene:
- Los pequeños agricultores no consiguen cubrir sus cotes de producción con la venta de productos en el mercado libre. La prensa se hace eco de una situación «injusta,» la gente pide justicia.
- El gobierno interviene el mercado y fija precios mínimos «justos.» La medida es popular y les proporciona buena prensa. El voto de los pequeños agricultores queda comprometido.
- Los consumidores disminuyen la demanda y se produce excedente. Los pequeños agricultores no son capaces de vender toda la producción y siguen sin cubrir costes. La prensa se hace eco de una nueva situación «injusta,» la población exige soluciones.
- El gobierno interviene aún más el mercado y proclama un compromiso de comprar todo el excedente al precio «justo.» La prensa se hace eco de su bondad. El voto de los pequeños agricultores queda cautivo, el de muchas personas personas de buena fe queda en deuda.
- Parte del dinero de todos, a través de impuestos, se destina a comprar el excedente. A su vez, todos los productos agrarios hay que comprarlos por encima de su precio de mercado. En suma, los recursos de todos los consumidores se desvían para proteger a un grupo.
- Animados por la promesa del gobierno, grandes empresas agrarias entran en el mercado subvencionado y desplazan a los pequeños agricultores. La eficiencia de su trabajo genera aún más excedente y mayores costes para los ciudadanos.
- Las grandes empresas agrarias forman un grupo de presión que impide al gobierno eliminar la intervención. Las amenazas de manifestaciones y la posible mala prensa pone en juego los votos.
- El gobierno se deshace de los excedentes de producción, imposibles de almacenar ni colocar en el mercado, para mantener los precios mínimos «justos.» Mientras los consumidores pagan mucho más de lo necesario por los productos agrarios y subvencionan a grandes empresas con sus impuestos, toneladas de comida terminan en la basura.
- La situación genera malestar social, mala prensa y pérdida potencial de votantes. El gobierno decide intervenir aún más el sector agrario, acusando del problema al capitalismo y al libre mercado.
- El sector agrario resulta ineficiente, cargado de regulaciones, impuestos y licencias que hacen imposible que el pequeño agricultor pueda vivir de ello. Parte de los recursos de toda la sociedad se desvían mediante impuestos y precios artificialmente elevados a grupos de presión del sector. El progreso y la prosperidad del conjunto de la población quedan dañados, por la mala asignación de recursos escasos a fines menos eficientes para la sociedad.
Esta fábula imaginaria puede parecer una fantasía sin sentido, sin embargo, existen ejemplos catastróficos en muchas áreas de la economía. Pena podría darnos que una vaca de la Unión Europea tenga más subvenciones de lo que necesita para alimentarse un habitante del áfrica subsahariana. No lo digo yo, sino Carl Bildt en The Wall Street Journal (WSJ), el 7 de enero de 2003. El clientelismo que genera la intervención es mucho más obsceno de lo que imaginamos: en 2000 los estadounidenses pagaron 1900 millones de dólares en sobre precios del azúcar, mientras el gobierno gastó 17 millones más en almacenar los excedentes; los productores de azúcar eran grandes donantes de los dos partidos políticos, según David Barboza en WSJ el 6 de mayo de 2001. Peor que el clientelismo es lo de tirar comida a la basura, sobre todo cuando la población pasa hambre. En la Gran Depresión de 1930 en USA la gente marchaba por las ciudades en protesta por la hambruna y se multiplicaban las enfermedades derivadas de la desnutrición; al mismo tiempo, en 1933 el gobierno eliminó 6 millones de cerdos, enterraró toneladas de comida y vertió en las alcantarillas cantidades asombrosas de leche, con el fin de deshacerse de los excedentes de producción y mantener los precios mínimos que habían establecido. Se puede leer con detalle en How Roosevelt and His New Deal Prolonged the Great Depression de Jim Powell, que publicó en el Crown Forum de 2003. Y si alguien piensa que eso es porque los malvados capitalistas estadounidenses son una ruina, que mire los datos de la India en 2002, cuando el gobierno gastaba más en almacenar los excedentes agrarios que en desarrollo rural, irrigación y control de inundaciones, todos juntos, según Thomas Sowell relata en Basics of economics. Amy Waldman se hacía eco de ello en su reportaje del TWJ con este angustioso titular: Poor in India starve as surplus wheat rots (Los pobres se mueren de hambre en la India mientras el excedente de trigo se pudre). Dejando de lado la grandilocuencia de los titulares, el control de precios puede llegar a ser devastador.
¿Cómo se resuelve entonces el problema? Porque el pobre agricultor sigue sin poder colocar sus patatas en el mercado a un precio que le permita vivir de ello. El caso es que… no hay ningún problema que resolver. Quizá la población no necesite tantos productores de patatas, o pueda comprarlas en otro sitio más baratas, destinando su ahorro a cuestiones más productivas. Tal vez el mercado, observado con perspectiva, esté dando la señal de que se invierta menos en ese sector y se destinen los recursos en otras áreas que son más apreciadas por el conjunto de la sociedad. Puede que ese pobre agricultor sea más próspero haciendo otra cosa, del mismo modo que un albañil cuando se queda sin trabajo en un lugar, porque no se construyen casas, porque nadie las necesita. Puede que sea triste la tragedia personal, pero el voluntarismo de querer que las cosas no sean como son suele conducirnos a aceptar decisiones políticas que generan un grave deterioro de la economía y comprometen la prosperidad de toda la sociedad. El mercado libre trae consigo abundancia y progreso generalizado, y algunos dramas personales para adaptarse a la realidad. El mercado intervenido produce clientelismo y pobreza para todos. Conviene estudiar con prudencia y reservar el sentimiento y el amor para la intimidad.

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Muy lúcido, como siempre. En Argentina no lo vivimos con el sector agrícola, que es competitivo, pero sí en casi todos los demás. Saludos!
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En Argentina no os hacen falta más intervenciones, ya está bien así.
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