«Tenía los labios entrecerrados, parecían la prehistoria de una sonrisa.»
A. Baricco, Seda -1996

¿Qué es Seda, una novela? No, al decir de su autor. Tampoco un cuento. Es una historia. Una historia de qué… pues tampoco está claro: dijo que es una historia de amor, pero que si solo fuera eso no merecería la pena contarla. ¿Y por qué merece la pena leerla, te preguntarás? Porque es literatura moderna de gran nivel, cosa muy difícil de encontrar, y porque la historia te refleja y te deja con una angustia hermosísima que puedes tocar, aunque casi no pesa. Será interesante pues dedicarle un momento de atención a Alessandro Baricco y a ese librito que publicó en 1996.
Yo me arriesgaría a decir que es sí una novela, se mire por donde se mire. La novela es ese género literario en el que predomina lo narrativo, principalmente en prosa, y en el que cabe cualquier cosa. Seda responde, además, a la estructura canónica aristotélica de inicio, nudo y desenlace. El ritmo, si bien es ligeramente fragmentario, es el que uno espera encontrar en una novela, el más común, a caballo del cual el autor nos cuenta la historia de unos personajes de ficción, donde el carácter del protagonista va evolucionando de acuerdo con los hechos de la trama y concluye su peripecia en un clímax dramático en el que se terminan de atar todos los cabos sueltos. Una novela: obra literaria narrativa de cierta extensión. Contar una historia, narrar, es precisamente el corazón de la novela.
Y de qué va, te suelen preguntar. Pues eso es siempre lo de menos, y la respuesta nunca satisface la curiosidad. En este caso va de un hombre que compra y vende huevos de gusanos de seda, y se enamora. Pero si solo fuera eso, como dice Alessandro, no merecería la pena contarlo. La pregunta correcta sería: ¿cómo es la obra? Y a eso vamos, que es lo interesante. Es un libro pequeño de esos que se leen de un tirón, de unas ciento veinte páginas en edición de bolsillo, estructurado en sesentaicinco capítulos que, por fuerza, han de ser breves, algunos de apenas un párrafo, de ahí que dijese antes aquello de “ligeramente fragmentario”. A su vez, tiene párrafos tan breves como este: “Gusanos de seda.” O este otro: “El fin del mundo.” Como ves, no solo son párrafos escuetos, sino que ni siquiera son frases completas. Falta el verbo, la acción. Bueno, en realidad no falta, está implícita, queda dicho en un acuerdo cómplice con el lector. Ahora vuelvo sobre ello, pues es uno de los puntos más importantes y valiosos de la obra. En todo caso, es accesible, el estilo está muy bien perfilado y la voz del poeta suena con un ritmo impecable desde la primera página, que no deja lugar a que el lector se pierda ni se desoriente. De hecho, lo moderno del texto, como siempre fue, radica en poner la literatura a ras de suelo y acercarla a los usos actuales, sin bajeza, pero sin extrañamiento, sin adornos, pero sin relleno, todo muy sencillo, pero solo lo importante, lo imprescindible, con clase. El estilo de Seda es pues cercano y amable, tanto que pasa desapercibido el cuidado y la sutileza con el que va sembrando asuntos, tanto que uno casi no se da cuenta de la sublime belleza que hay detrás de la sencillez y la precisión del lenguaje. Todo el mundo puede entender lo que cuenta, pero además, quien preste atención a los detalles, puede encontrar el tesoro literario: esos pequeños matices que parecen meros accesorios irrelevantes, quizá descripciones intrascendentes, como sucede en la mayoría de las novelas actuales, pero que nunca están puestos gratuitamente en este caso. Así, un minúsculo detalle que pasa casi desapercibido va urdiendo poco a poco un plan que termina desencadenando un giro en la trama. Es uno de los mayores encantos de la obra: debajo de una aparente sencillez narrativa, que no amenaza con contar nada, deviene la sorpresa de un acontecimiento inesperado, pero bien hilado, contado con el mismo tono de humildad literaria, pero que revela al cabo una tensión dramática muy interesante. Pongo un ejemplo vulgar, para explicarme, sin buscar en el propio texto de la novela: si un autor común quisiera desencadenar un clímax de tristeza con la muerte de un perro al final de la obra, describiría con detalle al perro en el primer capítulo, le pasarían cosas como “de repente el perro, al que fulano quería tanto y por el que suspiraba todas las noches, se escapó y le produjo un pesar inenarrable.” Y estaría dando la lata toda la obra con el perrito y cuánto lo quería hasta terminar diciendo “y el pobre cachorro se murió en sus brazos y fulano tuvo tanta pena que no se podía sostener de tantas lágrimas que derramaba.” Ante este escenario, Alessandro habría resuelto el primer capítulo con algo así como: “fulano vendía gusanos de seda para vivir y tenía un perro.” Parece una bobada, pero no lo es, es la magia de la sencillez: la ausencia de otra información ya advierte de su importancia, mencionar al perro junto a lo que hacía para vivir, y solo al perro, no deja lugar a dudas del valor que tiene el animal para el protagonista, y permite así que el lector pueda interpretar todos los significados omitidos sin que se los den masticados. Además, este estilo sencillo tiene la virtud de que el lector sabrá atar en su momento todos los cabos que unen las tramas, podrá reconstruir todos los detalles que no se dijeron, incluso, y esto es lo mejor, imaginarse las justificaciones que considere necesarias para encajar los hechos. Porque la mente del lector tiene una capacidad inagotable para poner lo que falta, y el autor en cambio tiene un espacio limitado para dar explicaciones. De este modo, el estilo de Baricco respeta al lector, lo considera un igual, un cómplice inteligente que sabrá rellenar los huecos y terminar el dibujo, siendo así más importante lo que el autor calla, y el lector interpreta, que lo que dice. Cuántas veces habrá que recordar que, en la literatura, el aspecto artístico más valioso está en lo que no se cuenta. Fíjate con qué sencillez y maestría define a un personaje, como si fuera Picasso, con una leve pincelada. Se trata de un empresario muy pragmático, que ha viajado mucho. Le preguntan: “¿Cómo es África?”. Responde: “Cansa.” Y ya estaría. Con ese poquito, el lector inteligente podrá hacerse una imagen lo bastante detallada de un empresario así, tanto como para interpretar todo lo que sucede después, y nos habremos ahorrado una letanía de adjetivos aburridos e innecesarios que no aportan nada relevante a la historia. Es más, Baricco recuerda con humor más adelante, para rematar el retrato del empresario, el poco interés que va a tener en contarte lo que no sea imprescindible: “Nadie sabía cuántos años tenía.” Para justiciar lo que digo, que lo más valioso está en lo que no se cuenta, mira con qué belleza se intuye en esta cita:
“―Tú sabes por qué Jean Berbeck dejó de hablar?
―Es una de las muchas cosas que no dijo nunca.
Pero aun con todo, vendrá quien te diga: sí, muy bien, pero… ¿de qué va la historia? Se refiere, de nuevo, a cómo es la historia. Esta vez en lo tocante a su significado interno, no a su forma literaria. Pues bien, la trama se podría resumir del siguiente modo, y que Dios me perdone: a mediados del s. XIX, el protagonista se ve involucrado por el empresario en el comercio de huevos de gusanos de seda; su tarea será ir a buscarlos a Japón para venderlos en Francia, para producir seda de forma industrial; su vida está marcada por una historia de amor hermosísima, con su mujer en Francia, y por una historia de amor imposible, en Japón. En la obra todo parece un pretexto para contar la compleja historia de amor de los tres, tanto el pretexto de los gusanos como el de Japón, así como el de ubicarlo en el s. XIX, pues la historia es cercana a nosotros y universal. No obstante, resuelve la narración con elegancia, sin detenerse en la descripción del entorno histórico, lo cual habría terminado en el retrato de una época y costumbres, con las aspiraciones típicas de la novela histórica, muy al uso de la moda actual. Pero no, todo lo contrario, pasa de puntillas sobre los detalles de contexto histórico, pues poco importa eso para la historia de amor que quiere contarnos, y, sin embargo, la trama está perfectamente imbricada en el contexto histórico. Como debe ser. Es uno de los aspectos narrativos que más me gustan de la obra: informa de una época, de unos estilos de vida, pero sin que se note; te educas sin darte cuenta, sin querer, y sin la sensación horrible de estar en clase. De la historia de amor poco te puedo contar sin contarte casi todo, que el libro es muy breve, pero sí te puedo decir que lo más interesante es todo aquello que no se cuenta y uno puede interpretar. Hay destellos bellísimos de amor abnegado, silencioso, triste y alegre al mismo tiempo, lacónico, imposible y a la vez perfecto. Si me permites la comparación, es como cuando reconoces que alguien te ama por cómo te mira, sin que te diga “te quiero”. Conseguir esa música tan blanca con la literatura es realmente difícil, pero Baricco tiene la cítara muy bien afinada.
Desde el punto de vista de la estructura narrativa, hay un pasaje fascinante que, a mi juicio, es el hallazgo más ingenioso de la obra. Son unas pocas páginas cerca del final en que se narra la lectura de una carta. Con la sencillez habitual del texto, encaja unos párrafos tremendamente complejos, con la virtud majestuosa de que el trabajo no se note, solo el efecto de la magia. El autor juega con tres tiempos narrativos a la vez, el del que escribe la carta, el del que lee la carta y el del narrador, el nuestro, que recibimos el mensaje. A su vez, intervienen varios personajes, por un lado el redactor, por otro lado el intérprete y por otro el receptor, creando así una sinfonía de sensaciones complejísimas, lo que siente quien la escribe, quien la recita y quien la escucha, y por encima de todo nuestra sensación, la del lector, la que el narrador nos quiere transmitir en tercera persona, recogiendo y procesando con sutileza todos los matices. El contenido de la carta, por si le faltara sal al asunto, es erótico, pero descrito con la misma elegancia de toda la obra, de forma sencilla, sin alzar la voz, sin caer en lo vulgar, pero también sin subirse a lomos de Pegaso, llano, humilde, pero pornográfico. Por si el malabarismo pareciese poca cosa, escondido entre las líneas de la carta se encuentra un personaje más, al que solamente puedes acceder más adelante, cuando hechos posteriores consigan desvelarlo para nosotros. Y para rizar el rizo, por si el alarde narrativo no fuese suficiente por sí mismo, la intención de ese fragmento no es gratuita, muy al contrario: esa compleja estructura narrativa justifica al final un giro inesperado de la trama que desemboca en un clímax dramático de una tristeza hermosísima.
En fin, Seda es una obra valiosa y moderna de Alessandro Baricco, un turinés del 58, ensayista y dramaturgo, además de novelista. Es un amante inquieto de la literatura, de esos que impulsan la poesía desde todos los ámbitos, proyectos audiovisuales, programas de televisión, discos de música, cine, escuela de escritura… Merece la pena detenerse un momento a conocerle. Si aún no me crees, sabe que publicó una novela titulada Homero, Ilíada, en la que reescribe el poema griego en prosa actual, a través de monólogos de los protagonistas, con ese estilo suyo del que venimos hablando. Hay que tener los arrestos como Aquiles para hacer algo así. Dicho esto, sobra lo demás: “La vida a veces da tales vueltas que no queda ya absolutamente nada que decir.”
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Puedes encontrar el libro de Baricco aquí, en varios formatos de papel y electrónicos, incluyendo el audiolibro.
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