
Esta semana el WSJ entrevistó a Javier Milei y le preguntó por algún referente político que le sirviera de espejo en el que mirarse. De manera sorprendente citó a Moisés como ejemplo paradigmático:
“El máximo libertador de toda la historia de la humanidad es Moisés. Es una visión de un líder libertario sin lugar a dudas.”
La cita es de un desatino asombroso, si entendemos por libertario al de la propia definición de Milei:
“El libertarismo es el respeto irrestricto al proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad.”
Veamos por qué Moisés no se ajusta a la definición, más bien al contrario, sería un ejemplo paradigmático del tirano autoritario que se opone a la libertad en todas sus formas. No importa si atendemos a la figura de Moisés como un personaje real o imaginario, propio de la historia o de la literatura, bastará con fijarnos en los hechos que de él se cuentan para hacernos una idea de su carácter.
Si atendemos al Éxodo, y no tenemos otra fuente, se presenta a Moisés como hijo de una hija de Leví y un varón de la misma familia. Si no conoces el Antiguo Testamento, no te extrañes, la endogamia es muy frecuente en el pueblo de Israel que describe la biblia hebrea, y es algo, además, deseable para ellos. La primera acción que realiza el personaje puede leerse en Éx. 2, 12:
“Entonces miró a todas partes, y viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena.”
Éx. 2, 12
Insisto, la primera acción. Como sabes, una forma clásica y habitual de introducir al protagonista de una historia es haciendo referencia a su origen, en primer lugar, añadir tal vez alguna descripción física y a continuación definir su carácter, el cual justificará en buena medida sus acciones, el desarrollo de la trama y el desenlace. Para describir el carácter se suele optar con frecuencia a narrar un suceso ejemplar en el que el lector pueda observar sus cualidades fundamentales. Es una técnica narrativa más efectiva y elegante que la de adjetivar. Así pues, el primer suceso que presenta a un personaje en una historia no está elegido con inocencia, sino con la intención de describir el carácter que justificará todo lo que haga después. En el caso de Moisés, tras presentar el origen levítico del personaje y decir que era hermoso, la primera condición que el autor quiere destacar de su personalidad es su resolución para la violencia física y para el engaño: matar y esconder el cadáver. Siendo honestos con el texto, deberíamos añadir que esa resolución violenta no es gratuita, sino motivada por el deseo de castigar a aquel que golpeaba a un hebreo, siervo de los egipcios. Y así empieza el camino libertador de Moisés al que supongo hace referencia Milei, que se concreta en el capítulo siguiente: sacar a los israelitas de Egipto y llevarlos a una tierra que fluye leche y miel, la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, la tierra prometida, una frase que se repite muchas veces en el texto. Las primeras intenciones se hacen explícitas pronto: matar a los egipcios y robarles sus objetos de valor.
“he aquí que yo voy a matar a tu hijo”, haciendo una metonimia de hijo por pueblo de Egipto.
Éx. 4, 23
“… alhajas de plata, alhajas de oro, y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas; y despojaréis a Egipto.”
Éx. 3, 22
Son las instrucciones de Dios para Moisés, que será el líder de esa aventura: matar y robar. En el capítulo 11 se anuncia cómo va a suceder eso:
“morirá todo primogénito en tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el molino, y todo primogénito de las bestias.”
Éx. 11, 5
No habrá pues piedad, y así sucede en el capítulo 12: “no había casa donde no hubiese un muerto”, y “despojaron a los egipcios.” Por si no fuera bastante, en el capítulo 14 rematan a los egipcios en el famoso pasaje de las aguas del Mar Rojo, exterminando a todos.
“… todo el ejército de Faraón que había entrado tras ellos en el mar; no quedó de ellos ni uno.”
Éx. 14, 28
Llegados a este punto, conviene recordar que Yahvé, el Dios del pueblo de Israel, es un dios de la guerra, heredero de los dioses bélicos cananeos. No es un dios de la naturaleza, de la fertilidad y los alimentos, tampoco de la sabiduría o el amor, sino un dios de guerra, muy socorrido para un pueblo nómada, que ha de alimentarse del expolio, y cuyo fin narrativo será expropiar unas tierras donde asentarse y gobernar.
“Yo enviaré mi terror delante de ti, y consternaré a todo pueblo donde entres, y te daré la cerviz de todos tus enemigos.”
Éx. 23, 27
El cántico de Moisés y María lo subraya en verso:
“Yahvé es varón de guerra”,
“enviaste tu ira; los consumió como hojarasca”,
“terrible en maravillosas hazañas”,
“Lo oirán los pueblos, y temblarán;
Se apoderará dolor de la tierra de los filisteos.
Entonces los caudillos de Edom se turbarán;
A los valientes de Moab les sobrecogerá temblor;
Se acobardarán todos los moradores de Canaán.
Caiga sobre ellos temblor y espanto;”
Éx. 15
Ese es el Dios del pueblo de Israel según la biblia hebrea, y Moisés es su líder, el que dictará las leyes por mandato divino, las cuales habrá que obedecer con temor y ciegamente so pena de muerte. Del capítulo 20 al 23 se describen esas normas de convivencia, tan razonables y consensuadas como la siguiente:
“Tres veces en el año se presentará todo varón delante de Yahvé. No ofrecerás con pan leudo la sangre de mi sacrificio, ni la grosura de mi víctima quedará de la noche hasta la mañana. Las primicias de los primeros frutos de tu tierra traerás a la casa de Yahvé tu Dios.”
Éx. 23, 17-19
Como todo líder autoritario, Moisés necesita de una casta política que le ayude a someter al pueblo. Su Dios elige casualmente a su hermano Aarón, y a todos sus descendientes en heredad perpetua, como sacerdotes encargados de intermediar con Dios, interpretar las leyes, impartir justicia, custodiar el tesoro, recibir las ofrendas y oficiar los ritos, es decir, de gobernar y recaudar los impuestos. Como es natural, ante la autoridad siempre surgen rebeldes que se oponen al yugo. Así en el capítulo 32 se narra la primera ejecución de insubordinados que habían cometido el pecado de hacer un becerro de oro, esto es, que descreían de Yahvé y sus leyes.
Éx. 32, 27-28:
“pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente. Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres.”
Éx. 32, 27-28
Fueron ejecutados por hacer un becerro de oro y danzar a su alrededor, que es una metáfora de tener una opinión política distinta acerca de cómo habían de gobernarse.
En la idea libertaria de Milei acerca de respetar el proyecto de vida de los demás y sustanciarla en el respeto a la propiedad, no caben, como él se esfuerza en recordar con frecuencia, los impuestos. A su modo de ver, con el cual coincido, el impuesto es un robo de parte de los recursos ajenos que comete el Estado bajo amenaza de muerte, valiéndose de su monopolio de la violencia y su autoridad. A alguien le puede parecer exagerado lo de “amenaza de muerte”, pero si no pagas, te sancionan, si no cumples la sanción, te embargan, si no te dejas embargar, te fuerzan, si te resistes, te encarcelan, y si tratas de huir de la prisión, te disparan. Pero no es momento de entrar en el fondo de la cuestión, el caso es que Milei concibe los impuestos como un abuso autoritario que no respeta la propiedad y, por tanto, no cabe en su idea de libertad. En este sentido, según podemos leer en Levítico, el tercer libro de Moisés, nuestro personaje no encaja bien con el epíteto de libertario, libertador, ni nada que se le parezca. A lo largo de los primeros capítulos se da una descripción pormenorizada de cuáles deben ser las ofrendas de los israelitas y cómo deben realizarse, todo ello revestido, eso sí, de una liturgia romántica que justifique el origen divino de la imposición. Terneros y becerros machos sin defecto, cabras, tórtolas, palominos, flor de harina, aceite, incienso, tortas, hojaldres, sal para sazonar las carnes… de todo ello hay que ofrecer a Dios a través de los sacerdotes, para holocausto, para ofrendas voluntarias, para ofrendas de paz, para ofrendas por el pecado, para expiación, sin olvidar las ofrendas diarias de dos corderos con flor de arina, aceite vírgen y vino superior, las ofrendas mensuales, la del día de reposo, ni las de las fiestas solemnes, que son muchísimas. Y todo ello lo han de recaudar y gestionar los sacerdotes:
“Y lo que resta de la ofrenda será de Aarón y de sus hijos; es cosa santísima.”
Lev. 2, 10
“a los levitas he dado por heredad los diezmos de los hijos de Israel.”
Núm. 18, 24
No hay que ser un experto exégeta de la biblia para observar en el texto el rigor con que una casta política, la familia de Moisés y su hermano Aarón, extraen recursos por la fuerza al pueblo productivo, mediante esos impuestos que llaman ofrendas divinas. Son tantos y tan abusivos que en algún pasaje se desliza la sensación de que hay disidentes que querrían cooptar los puestos de sacerdotes, que hay personas que no alcanzan para pagar todo lo que se les pide, que hay evasores, que hay desconfianza del uso que se hace de esos impuestos, que no todos están conformes con el sistema… Pero el análisis y la justificación textual de esos matices llevaría mucho tiempo y nos desviaría del asunto que nos ocupa: Moisés era un líder político que imponía a su pueblo leyes autoritarias y se nutría de impuestos confiscatorios. Cabe decir, aunque solo sea de pasada, que las leyes de Moisés no solo afectan a asuntos económicos, sino que coartan la libertad individual de las personas en aspectos tan íntimos como lo que puedes comer, con quién te puedes acostar y de qué manera debes hacerlo, las ropas que has de llevar y los ritos religiosos que debes cumplir, sin olvidar la obligación de cortarle el prepucio a tus hijos. Como ves, un liberal libertario precursor de la escuela austriaca.
En todo caso, el aspecto más relevante de la idea de libertad que tiene un libertario, si lo resumimos a la mínima expresión, es la de libertad como ausencia de coacción. Por antonomasia, la mayor coacción posible es la de arrebatarle a alguien la vida, y por tanto la máxima precaución de un libertario ha de ser la de respetar la vida, por encima de cualquier otra. Veamos pues cómo concluye la aventura de Moisés para alcanzar la tierra prometida:
“E hirieron a él y a sus hijos, y a toda su gente, sin que le quedara uno, y se apoderaron de su tierra.”
Núm. 21, 35
“Y murieron de aquella mortandad veinticuatro mil.”
Núm. 25, 9
“Y los hijos de Israel llevaron cautivas a las mujeres de los madianitas, a sus niños, y todas sus bestias y todos sus ganados; y arrebataron todos sus bienes, e incendiaron todas sus ciudades, aldeas y habitaciones. Y tomaron todo el despojo, y todo el botín, así de hombres como de bestias. Y trajeron a Moisés y al sacerdote Eleazar, y a la congregación de los hijos de Israel, los cautivos y el botín y los despojos.”
Núm. 31, 9-12
“Matad, pues, ahora a todos los varones de entre los niños; matad también a toda mujer que haya conocido varón carnalmente.”
Núm. 31, 17
“Recibieron, pues, Moisés y el sacerdote Eleazar el oro de los jefes de millares y de centenas.
Núm. 31, 54
“y lo derrotamos a él y a sus hijos, y a todo su pueblo. Tomamos entonces todas sus ciudades, y destruimos todas las ciudades, hombres, mujeres y niños; no dejamos ninguno.”
Deut. 2, 33-34
“no hubo ciudad que escapase de nosotros; todas las entregó Yahvé nuestro Dios en nuestro poder.”
Deut. 2, 36
“Y tomamos entonces todas sus ciudades; […] sesenta ciudades […]. Y las destruimos, […] matando en toda ciudad a hombres, mujeres y niños.”
Deut. 3, 4-6
“Cuando Yahvé tu Dios te haya introducido en la tierra en la cual entrarás para tomarla, y haya echado de delante de ti a muchas naciones, al heteo, al gergeseo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, […] y las hayas derrotado, las destruirás del todo; no harás con ellas alianza, ni tendrás de ellas misericordia.”
Deut. 7, 1-2
Como ves, la tierra prometida, la que era hogar de otros pueblos, fue conquistada por el ejército nómada de Moisés a filo de espada, arrasando a todo ser viviente sin piedad. Ese, que empezó la trama matando a un hombre y escondiéndolo en la arena, culmina la historia de forma coherente desangrando naciones enteras con crueldad, incluyendo a mujeres, niños y animales. Imagina cómo debe ser alguien que asesina a otro para ocupar su tierra, y mata a su mujer, a sus hijos y también a sus perros. Pues ese es el máximo libertador de la historia de la humanidad según Milei. Se me quedan en el tintero las leyes mosaicas sobre la esclavitud, pero creo que es más que suficiente hasta aquí.
Es posible que el nuevo Presidente de Argentina haya dicho semejante cosa por desconocimiento de la historia de Moisés, idealizando la figura del personaje como “libertador” del pueblo de Israel y olvidando todos los detalles macabros de la trama. También es posible que lo haya dicho por ceguera religiosa y que considere que ese pueblo es el elegido por Dios para señorear a todos los demás. No obstante, espero que haya sido solamente un desliz absurdo del que se arrepiente, porque no sé qué es peor. Sea como fuere, que Dios nos libre de los idealistas estúpidos y de los autoritarios ciegos.
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