La propiedad privada, según T. Sowell

«Los derechos de propiedad deben ser evaluados económicamente en términos de los incentivos que crean con su existencia, sus modificaciones o su eliminación.»

T. Sowell – Basics Economics, 2000
Puedes ver el vídeo en mi canal de Youtube.

La perspectiva general de Thomas Sowell es la siguiente: la existencia de propiedad privada y de leyes que la garanticen ampliamente es beneficiosa para la sociedad en su conjunto; su ausencia, en cambio, es perjudicial para todos, en especial para los más pobres, permitiendo la aparición de privilegios y lastrando la independencia, la iniciativa, la eficacia, la calidad y el progreso humano. Repasamos las reflexiones del prestigioso economista sobre la propiedad privada, de acuerdo con su obra Economía básica.

Decía Sowell que “la protección de estos derechos de propiedad de los individuos es una condición previa para que los beneficios económicos sean cosechados por la sociedad en su conjunto.” En esta sociedad en la que vivimos, en la que se antepone con frecuencia el beneficio del conjunto de la población a los beneficios particulares, en lo que se suele llamar interés común o interés general, conviene atender un momento a las palabras de Sowell que parecen contradecir el sentir de la mayoría. El discurso que mejor ha calado en la opinión pública es el que defienden la inmensa mayoría de partidos políticos y medios de comunicación, un discurso bienintencionado de protección del conjunto de la sociedad en detrimento del interés particular de algunos individuos. Son ideas que podríamos enmarcar en el variado espectro de ideologías socialdemócratas, progresistas, socialistas e incluso comunistas, en su versión más radical, que aboga por la desaparición de la propiedad privada en pro de toda la comunidad. “No tendrás nada y serás feliz” es un lema que podría señalarnos hacia dónde camina la intención. En apariencia, la idea es tierna y bondadosa, quién no querría un mundo donde no exista la propiedad privada, ni las guerras, ni los intereses personales, en el que todos vivamos sin escasez, con nuestras necesidades satisfechas, dedicados a nuestra vocación y a complacer a los demás, sin envidias y con amor. Y es ahí donde la tesis de Sowell parece contradecir el sentir intuitivo de la mayoría: la protección de la propiedad privada individual es una condición previa para que la sociedad en su conjunto se beneficie del desarrollo económico. Recordemos cuál es la definición de economía que utiliza Sowell, de acuerdo con Lionel Robbins: “La economía es el estudio del empleo de aquellos recursos escasos que tienen usos alternativos.” En el primer ensayo que hice de esta serie puedes leer los detalles. 

Contra esta tesis de Sowell se pueden esgrimir dos objeciones de entrada, que son irrefutables. La primera, que prefiramos que no exista propiedad privada, y por tanto no existan diferencias de propiedad entre los individuos, en aras de una mayor igualdad material de recursos, con independecia de que tal igualdad conlleve a que todos tengamos menos recursos. He podido comprobar que hay muchas personas que ante esa dicotomía prefieren la solución de que todos tengamos menos recursos a cambio de tener la misma cantidad de ellos. Por ejemplo, he preguntado si prefieres que el 90% de la población tenga 1000 y el 10% tenga 1000.000, o prefieres que todos tengamos 100, manteniendo el poder adquisitivo de esas unidades, es decir, que con 1000 puedes adquirir diez veces más de bienes y servicios que con 100. Y el caso es que me he llevado la sorpresa de ver que muchas personas, no podría establecer una estadística tan sesgada, pero muchas personas prefieren tener diez veces menos a cambio de que nadie tenga más que los demás. Así pues, si uno prefiere tal cosa, es un argumento irrefutable que invalida la tesis de Sowell de plano, y por lo cual no importa si la propiedad privada beneficia o no al conjunto de la sociedad, pues la sociedad podría preferir en su conjunto vivir con mayor escasez pero sin propiedad privada. 

La segunda objeción, también irrefutable, es que uno prefiera que no haya desarrollo económico, que no aumente la productividad, los bienes disponibles, los servicios que somos capaces de prestar y recibir y la calidad de los mismos. Aunque parezca una tontería, hay personas que pueden preferir vivir en el campo sin internet, ni teléfono, ni agua corriente, ni electricidad, sacrificadas al fruto de su esfuerzo en la tierra, a cambio de la tranquilidad espiritual de no tener que lidiar con una sociedad con la que no se llevan bien. O, en grados menos extremos, personas que preferirían que la tecnología no hubiese alcanzado los teléfonos móviles y las tarjetas de crédito, por nombrar dos objetos que traen aparejados muchos dolores de cabeza. Así pues, se puede refutar la tesis de Sowell de raíz si uno no desea beneficiarse del desarrollo económico, o si en general la sociedad prefiere vivir sin propiedad privada a costa de que tal desarrollo no se produzca, o se produzca de tal manera que no beneficie a la sociedad en su conjunto.

Entonces, salvo que la sociedad en su conjunto prefiera vivir con menos a costa de que nadie tenga más que otro, o prefiera no desarrollarse económicamente, y por tanto vivir con menos, a cambio de vivir de otra manera, podemos seguir analizando la tesis de Sowell para estudiar sus argumentos. Y algo me hace pensar que la sociedad en su conjunto, más allá de las excepciones, prefiere tener más bienes y servicios y menos necesidades insatisfechas aunque otros tengan más que tú, y prefiere el progreso humano en lugar de volver a la Edad Media. Si me permites la broma, por más que la Edad Media sea apasionante, recordemos que entonces no había alcantarillas, ni agua corriente, y la calle olía mal, y las personas también. Y si algo huele mal… ya no gusta.

Pues bien, llegados a este punto, Sowell dice que “los derechos de propiedad deben ser evaluados en términos de los efectos económicos que tienen sobre el bienestar de la población en general.” Aquí podemos observar que el economista no está defendiendo los intereses particulares por el capricho de favorecer a los ricos o a las grandes empresas, como se le acusa con frecuencia, inmerecidamente, sino que está enlazando los derechos de propiedad con el bienestar de la población en general, como hipótesis de base para probar su argumento. Y es aquí donde acude a uno los axiomas fundamentales que ya ha asentado en los capítulos precedentes, el ying y el yang de la economía: objetivos e incentivos. Recordemos que según Sowell “nada es más fácil que tener buenas intenciones”, pero que las “buenas intenciones pueden llevar a consecuencias desastrosas para naciones enteras”. Es decir, que en un proceso económico, esto es, un proceso de elección de uso de recursos escasos que tienen usos alternativos, operan incentivos que no siempre son deseados, los cuales conducen al proceso a un desenlace diferente de la intención con la que se tomó la decisión, por más que esta fuera bondadosa. Para aterrizar la idea con un ejemplo, recordemos el que ya pusimos de los alquileres: con la mejor de las intenciones un político podría limitar el precio de los alquileres con el fin de facilitar el acceso a los más pobres, y generar incentivos indeseados para que baje la oferta de vivienda en alquiler y, en conclusión, los más pobres tengan el acceso a la vivienda todavía más difícil. Si llevamos el caso a un extremo hipotético es muy fácil de entender: supongamos que limitamos el precio de los Ferraris a 3.000€, para que todo el mundo pueda tener un Ferrari. ¿Qué pasará? Obviamente dejarán de existir los Ferraris y nadie podrá tener un Ferrari. Por qué, porque se han creado incentivos indeseados para que no existan, o, más concretamente, se ha desincentivado la fabricación de Ferraris. Pues bien, retomando el asunto de los incentivos, para Sowell lo importante es conocer cómo funciona cada proceso económico en la práctica, bajo sus respectivos incentivos y limitaciones, en lugar de pretender encontrar cuál sería su funcionamiento ideal. A menudo el funcionamiento ideal requiere de una sociedad ideal que no tenemos. Y por más que sea deseable alcanzarla, el camino no parece ser desoír el funcionamiento de los procesos económicos reales. Cuando no haya ladrones no necesitaremos cerraduras, pero el camino para acabar con los ladrones no es dejar la puerta abierta, o, en términos políticos, prohibir las cerraduras. Así pues, observamos el principio de Sowell sobre los incentivos aplicado a los derechos de propiedad en esta elocuente cita:

“En un país sin derechos de propiedad, o donde la comida es ‘propiedad de la gente’ no habría ningún individuo con suficientes incentivos para asegurar que esta comida no se pudriera de forma innecesaria antes de llegar a los consumidores.” 

Si recuerdas, ya pusimos ejemplos sangrantes de comida almacenada en silos y echándose a perder por culpa de decisiones políticas desafortunadas. Pero más allá de que eso sea así, los incentivos a crear alimentos de buena calidad a buen precio son el único camino conocido y eficiente para conseguir alimentos de buena calidad a buen precio. Lo que cuesta en el mercado un kilo de tomates es la única contrapartida que tiene el agricultor para producirlos, y no lo hará mejor por decreto gubernamental o por obligación de su amo, sino por agradar al cliente con mejor calidad y menor precio que su competencia. Si le quitas la competencia no tendrá incentivos para hacerlo bien, y si le quitas lo que cuestan no tendrá incentivos a hacerlo de ninguna manera. La garantía de que lo que cobre por los tomates no se lo van a quitar después es el derecho de propiedad, requisito previo para que ese proceso económico funcione y podamos comer tomates. Y de este modo, de acuerdo con Sowell, aunque el ejemplo de los tomates es mío, los derechos de propiedad individual o propiedad privada son muy valiosos para la sociedad en su conjunto, incluso para aquellas personas que no son propietarias de casi nada, pues les permiten beneficiarse de la mayor eficiencia económica que crean tales derechos, por ejemplo, comiendo mejores tomates y más baratos, lo cual, si lo extendemos a todos los ámbitos de la economía, se traduce en un nivel de vida más alto para la población en general. A nadie le pasa desapercibido que algunos de nuestros estándares mínimos de vida, como el agua corriente, los desagües o la electricidad, que son tan básicos que aparecen como requisito para que una vivienda sea considerada como tal según la ley, habrían sido caprichos inimaginables en la Edad Media para el más acaudalado de los reyes. Y ese desarrollo económico que beneficia a la sociedad en su conjunto no se puede soslayar, por más que nos guste la Edad Media o por más que deseemos una sociedad sin propiedad privada.

Por si no fuera suficiente, también hemos mencionado que las restricciones a los derechos de propiedad privada perjudican en especial a los más pobres. Y, más allá del beneficio que  que ya hemos explicado a través del desarrollo económico, existe otro aspecto que no es tan fácil de entender, por el cual los más pobres son los más perjudicados por tales restricciones. Sabemos que los más ricos, los verdaderamente ricos en una sociedad desarrollada como la nuestra, son muy pocos, y que su poder adquisitivo total es inferior al de los menos ricos en total. No así si comparamos países ricos con países pobres, me refiero a la coyuntura interna de un país desarrollado como por ejemplo España, Japón o Australia. Pues bien, el caso es que muchas de las propiedades de los ricos podrían ser compradas por ese mayor poder adquisitivo de los no ricos si no existieran restricciones a los derechos de propiedad privada y existiera un libre mercado. Es decir, los ricos mantienen sus propiedades por restricciones legales a los derechos de propiedad privada, y no a la inversa, como parece intuitivo pensar. Analizar los casos concretos nos llevaría varios días, pero creo que con la mención superficial de algunos ejemplos podemos hacernos una idea de lo que quiere expresar Sowell: leyes de espacios públicos, agencias de conservación histórica del patrimonio, restricciones en los lotes de tierra, en la adquisición, en la segregación, tamaños mínimos de determinadas inversiones inmobiliarias… Existen multitud de restricciones, aparentemente bienintencionadas, que limitan drásticamente la transmisión de propiedad privada para usos no aprobados por la ley, en especial en el ámbito inmobiliario, y que son utilizadas con doblez por aquellos que no quieren ningún cambio que amenace la comodidad y el privilegio del que gozan. Eso sin tener en cuenta la corrupción que hay implícita, entre políticos y ricos, para conseguir nuevos privilegios o mantener los que ya tienen. Un ejemplo concreto puede ser el precio de la vivienda de determinadas zonas urbanas, puedes poner el nombre tú, que seguro que te sabes alguna. Dice Sowell:

“Al infringir o negar los derechos de propiedad, los propietarios adinerados pueden mantener a la gente de ingresos medios y bajos fuera de ciertas zonas, al mismo tiempo que aumentan el valor de sus propiedades, al asegurar una escasez relativa en relación al incremento de empleo en el área.”

¿Te suena, verdad? Un barrio rico de una gran ciudad, a la que no pueden acceder los menos ricos, donde hay muy pocas viviendas en alquiler y en venta, donde los precios son altísimos y donde no se puede construir, o al menos no lo puede hacer cualquiera, y donde proliferan leyes de protección de espacios públicos, zonas verdes, patrimonio histórico, y donde para cambiar el uso de un bajo comercial tienes que sobornar a una legión de funcionarios o casarte con un político bien ubicado en el Gobierno. Y son precisamente los políticos que dicen defender a los más pobres quienes más favorecen estas políticas y quienes en definitiva más les perjudican. Son precisamente los políticos que defienden el igualitarismo y están en contra de los ricos, los que dicen estar a favor del pueblo y de los más pobres, quienes más se inclinan hacia una ideología que detesta la propiedad privada individual, en favor de la igualdad, generando así incentivos, lo quieran o no, que perjudican a la sociedad en su conjunto, en especial a los más pobres, los cuales terminan convirtiéndose en privilegios para unos pocos, peores estándares de vida para el resto y menor progreso en general.

En definitiva, “los derechos de propiedad”, dice Sowell, “deben ser evaluados económicamente en términos de los incentivos que crean con su existencia, sus modificaciones o su eliminación.” 

Te dejo con una cita incontestable al respecto de las nefastas consecuencias que traen consigo las decisiones políticas desafortunadas que generan incentivos perversos para destruir la propiedad privada:

“Pero ¿qué es lo que justifica confiscar la mayor parte de las ganancias de las empresas, como se está haciendo en muchos sectores de la economía hoy en día? ¿Qué derecho económico o político tienen los ministros para hacer eso? Nuevamente estamos quitándole a aquellos que trabajan bien para mantener a aquellos que no hacen nada. ¿Cómo podemos hablar de independencia, iniciativa, premios a la eficacia y calidad y progreso técnico?”


Podría ser de Thomas Sowell, pero no lo es. Y podría parecer que la ha dicho un político de hoy, pero tampoco. Por más espantoso que resulte reconocernos en ella, es una cita de 1989, de los economistas Nikolai Shmelev y Vladimir Popov, de la Unión Soviética, de su libro acerca de la revitalización de la economía soviética, The turning point: revitalizing the Soviet economy. Al parecer, no llegó a tiempo. O tal vez sí.

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Puedes encontrar el libro de Sowell aquí, en varios formatos de papel y electrónicos.

Del libro de Shmelev y Popov no he sabido encontrar ninguna copia a la venta.

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