Herodes El Grande, de Antonio Piñero

«Los cadáveres se amontonan en las calles, la sangre empapa las losas del pavimento, los gritos de terror y los lamentos brotan por todas partes y un olor nauseabundo a excrementos y muerte se extiende por toda la ciudad.»

Piñero y Corral – Herodes El Grande, 2024
Puedes ver el vídeo en mi canal de Youtube.

Herodes El Grande es una figura asombrosa. Reinó en Judea bajo la tutela del emperador romano Augusto, en los años previos a nuestra era. Se le recuerda por la matanza de los inocentes, recogida en el Evangelio de Mateo (Mt 2:16-18), símbolo de la emblemática crueldad que demostró a lo largo de su vida. Se olvida, sin embargo, que también fue probablemente el mejor rey de los judíos, cuya regencia supera en hazañas a las leyendas del Rey David. No en vano, así reza el subtítulo de la novela que tratamos hoy: “Herodes El Grande. El mejor rey, el mayor asesino.” 

Sobre los autores: Antonio Piñero y José Luis Corral.

Las grandes novelas suelen tener todas una característica común: están protagonizadas por un gran personaje. Tenemos escasas excepciones. Sin duda, Herodes es grande por antonomasia. Según Antonio Piñero, el material biográfico de Herodes es superior al del emperador Claudio para construir una novela, sin ánimo de comparar su talento literario con el de Robert Graves. Antonio es muy humilde, y no lo necesita. Debe ser una de las personas más instruidas del mundo en la literatura judeocristiana de esa época, seguro que tú ya lo conoces. Por decir algo, se licenció en filología pura, filología clásica y filología bíblica trilingüe, allá por los años setenta, y desde entonces lleva casi cincuenta años iluminando con su magisterio, que se dice pronto. En noviembre de 2024 nos sorprendió con esta novela, la segunda de su vida entre un mar de libros eruditos relacionados con el cristianismo primitivo. En rigor, se trata de una obra escrita a cuatro manos, por él y por José Luis Corral, lo cual es síntoma una vez más de su humildad. El núcleo temático y el guión de la partitura es obra de Piñero indudablemente, experto en la historia de la época y apasionado de la figura de Herodes. Sin embargo, consciente de su inexperiencia en el arte de hilvanar las frases y construir las tramas de una historia para que sean atractivas al lector moderno, descargó en la pericia de José Luis la tarea de tallar el diamante y sacarle brillo con el algodón. Además de contar con su amistad, Corral es experto en historia medieval y cuenta con treinta novelas históricas ya a sus espaldas, lo cual le capacita para este trabajo de artesanía: vamos a hablar de reyes, castillos, intrigas palaciegas y luchas de poder, yo de eso sé un rato, debió decirle a Antonio.

Lo interesante de la novela.

Con estas señas ya imaginas dónde está el encanto de la novela: la descripción de la insaciable lucha por el poder, el marco histórico del Jerusalén de los años previos al nacimiento de Jesús y la evolución de la personalidad de una figura fascinante que supo compartir mesa dignamente con Marco Antonio, Augusto y Cleopatra. Así, uno podría esperar sentirse atrapado por una narración tensa y atractiva, conocer el ambiente de aquellos tiempos con rigor histórico, entender la merecida fama de la grandeza de Herodes y descubrir el por qué de su no menos famosa crueldad. Disfrutar, al cabo, de una pluma que no sea vulgar. Yo no me he sentido defraudado. 

El tercer autor, no acreditado.

Y para que todo esto fuera posible, falta mencionar un tercer autor no acreditado. Me explico. Es muy difícil escribir una novela histórica verosímil de tiempos cercanos, porque no siempre se conocen los detalles de las vidas de los protagonistas y la imaginación suele rellenar tantos huecos que el adjetivo histórica pierde su sentido fundamental. Tanto más si la novela trata de tiempos lejanos y medievales. Cuánto no lo será una novela ambientada en el s. I a. C., de cuando apenas tenemos documentos originales. Sin embargo, aquí es donde entra en juego el tercer autor, no acreditado: Nicolás de Damasco. Fue amigo cercano y consejero de Herodes, y por fortuna también fue historiador y filósofo. Aunque incompleta, nos ha llegado una biografía que escribió sobre él. Como puedes imaginar, esta es la fuente primaria de la vida de Herodes, sin la cual la novela tendría un valor muy distinto. Por si fuera poca fortuna, Flavio Josefo utilizó la biografía de Nicolás como una de sus fuentes para escribir Antigüedades judías (Antiquitates Judaicae), donde dedica varias secciones a la vida y el reinado de Herodes, incluyendo su ascenso al poder, sus grandes proyectos arquitectónicos, su relación con Roma y sus actos de crueldad, como los asesinatos de miembros de su propia familia. También menciona aspectos clave de su gobierno y su impacto en la historia judía en La guerra de los judíos (De Bello Judaico). De esta suerte, conservamos un buen material biográfico pues la perspectiva de Josefo era crítica con Herodes y la de Damasco era indulgente, y en el equilibrio entre ambos podemos rastrear con más facilidad la parte histórica fidedigna. Así, Piñero consigue en su novela la máxima horaciana de utilitas y dulcedo, esto es, de enseñar y deleitar a la vez. ¿La recuerdas? Aparece en su Epístola a los pisones, más conocida como Arte poética, y dice así: “Los poetas quieren ser útiles o deleitosos o decir a la vez cosas agradables y adecuadas a la vida.” Y la traigo aquí porque Quinto Horacio Flaco, uno de los más grandes poetas de la historia, fue contemporáneo de Herodes, y de una edad similar. La novela lo cita una vez, junto a Virgilio, como no podía ser de otra manera. 

El seductor protagonista: Herodes.

Sea como fuere, la novela está monopolizada por la presencia de Herodes desde las primeras páginas. Reconozco que el personaje está construido con maestría, siendo la propia narración de los hechos la que va dibujando y moldeando el carácter del personaje y su magnética personalidad. La mejor manera de presentar a un personaje, a mi juicio, no es describir cómo es, sino dejar que el lector lo descubra a través de lo que hace en su primera aparición. En este caso, la novela riza el rizo y, con una sutil pincelada, esculpe el perfil de Herodes. Me refiero a que lo primero que hace es simplemente leer una orden firmada por el etnarca Hircano de Judea: “Actúa sin piedad. Acaba con esos revoltosos y dales un castigo ejemplar que no olviden nunca. Golpéalos con todas tus fuerzas y no dejes a uno solo con vida”. El pasaje prosigue con la cruda narración de la aventura de Herodes contra los insurgentes a los que se refiere la orden de Hircano, que, una vez descabezados y derrotados, reciben la implacable sentencia del joven general: “Pasad a todos los supervivientes a cuchillo; que no quede ni uno vivo.” No necesitamos más. A partir de aquí, el lector tiene una idea clara de con quién vamos a convivir a lo largo de la obra. Pero lo más asombroso e interesante es que el personaje resulta atractivo y, por curioso que parezca, empatizamos pronto con él. Sí, con un cruel asesino, así es la condición humana de compleja. Pero el caso es que la habilidad literaria de los autores nos hace caminar junto a Herodes y desear verlo crecer, evolucionar, reinar en Judea y exterminar a todos los que obstaculizan su camino, que no son pocos. Para mi sorpresa, un sentimiento triste de derrota me cruzó el pecho en las últimas páginas, cuando la vejez había hecho lo de siempre con Herodes, y el fantástico guerrero con el que yo había convivido, viril y hermoso siempre, daba las primeras muestras de decrepitud. Supo codearse con los principales de Roma, generales, cónsules, poetas, políticos, consejeros, ganarse la amistad de Marco Antonio, el respeto de Augusto y, quizá lo más difícil, el amor de Cleopatra. Sin embargo, fue odiado en su tierra, incluso por su propia familia, interesante detalle de ese pueblo de dura cerviz que describe la Biblia hebrea. Que solo fuera medio judío, y no de pura cepa, fue un estigma entre los suyos del que no pudo librarse nunca. Rescato una cita al respecto:

ha despreciado las costumbres de nuestros padres, un hombre para el que la vida de los judíos carece de valor alguno, un hombre que siembra mala cizaña, un hombre que emponzoña nuestra vida, sin conciencia, perverso y cruel que ignora la ley de Dios.

Con todo, los lectores nos congraciamos con él y nos dejamos seducir por el personaje, como las innumerables mujeres que pasaron por su cama. Aquí los autores retuercen la máxima horaciana que dice que la historia “debe favorecer a los buenos”, elevando así la pregunta ética que no he sabido responder jamás: ¿quiénes son los buenos? No hace falta, creo yo, responderla ni intentarlo. Es mejor dejarla viva y describir al hombre como es. La belleza literaria está sembrada en todos los rincones. No me cabe duda de que Antonio Piñero debe sentirse fascinado por la figura de Herodes. Tendremos que preguntárselo. Si te parece interesante dímelo y lo entrevistamos para que nos lo explique. 

Estructura y estilo literarios.

En cuanto a la estructura literaria, esta novela histórica se escribe en tercera persona, a través de un narrador omnisciente, y arranca in media res, como no podría ser de otra manera, con el problema que tiene el etnarca de Judea con los mencionados insurgentes y la orden a Herodes. No obstante, está precedida por una breve introducción literaria que pone el marco histórico y por unos mapas contextuales muy útiles. Al final hay una cronología mínima, necesaria para ubicarse cuando uno se pierde. A lo largo de más de seiscientas páginas, la trama se desarrolla alrededor de la figura de Herodes y la evolución de su personaje, desde su puesto de mando militar contra los insurgentes hasta su muerte, pasando por sus treintaiséis años de reinado en Judea. El desarrollo de su carácter es uno de los aspectos mejor trabajados en la novela, y de los más atractivos. La obra se divide en cuarentaicinco capítulos que encapsulan diversos acontecimientos memorables de su vida, el juicio contra Herodes, su primera boda, la guerra contra los partos, el lecho de Cleopatra… pero se van entrelazando oportunamente entre sí con moderna habilidad, dejando en el final de cada uno la tensión dramática en lo alto para enganchar el interés del lector por continuar. El estilo es amable, ligero, sin resultar vulgar, salpimentado con terminología culta que ennoblece la lectura, apropiada para el escenario. Rescato algunos ejemplos, sin comentarios, para ilustrarlo. Sustantivos como orate, enteco, ajorcas, tálamo, parihuelas, peristilo, palanquín, sitial, acémilas, camarlengo, garlito, duunviro, catafractas, ludibrio, manípulos, roldanas, peculio, sicofantas, ecónomos, garañón, zalema, gineceo, bufa, conciliábulos, odeones, taracea, cómitre, lucerna, cálamo, prebostes, muñidor, empréstito, proscenio, hieródula, farallones, impetra. Adjetivos como ubérrimo, ebúrnea, atrabiliario, hipodámico, edilicio, fementida, acibarado, refitolero. Algún verbo, como rolar u ornar, y algunas locuciones preciosas, como el miedo cerval, los padres conscriptos, la silla curul, la toga pretexta o volver grupas. Tampoco faltan las referencias mitológicas propias del imperio romano, suyas o prestadas de la grecia clásica, siempre bien traídas: la tinaja de Pandora, atinado matiz del que conoce el mito y sabe que es una tinaja y no una caja, las redes de Cupido, el brumoso Hades, el gracioso Hado, la parca Átropos, la irresistible Afrodita, los egipcios Anubis y Amon Ra, los dioses naturales Bóreas, Noto, Helios y Eolo, los monstruos Escila, Caribdis, hidra, arpía y gorgona, Caronte, el barquero de la laguna Estigia, Heracles, Aquiles, Zeus, Prometeo, y nuestro amado Apolo, custodio de la poesía. Como un recuerdo más cercano, aparecen también personajes reconocibles, Aníbal en Cannas, Alejandro Magno, Darío en Gaugamela, Matatías y Judas Macabeo, Alejandro Janneo, y los poetas Catulo, Virgilio y Horacio, cómo no. Obviamente, también se alude a las Escrituras, tanto literalmente y en referencia a sus Leyes, como en relación al contenido y a sus protagonistas: Adán y Eva y el monte Casio, donde se cuentan que se guardan sus tesoros, o el monte Sinái y el de los Olivos, la fuente de Siloé, los míticos patriarcas Sem, Noé, Abraham, Jacob, José, o los reyes legendarios David y Salomón, el libro de Henoc, que toda persona culta debe leer, dice la novela, las leyes de Moisés, el sumo sacerdote Aarón, la paciencia de Job, los profetas Zacarías y Miqueas, los dioses ajenos Moloc, Astarté y Ananke, y, por supuesto, el nombre de Yahvé, que pocos se atreven a pronunciar, o sus epítetos más conocidos, el Altísimo o el Creador. Con todo esto ya puedes imaginar que los autores han cuidado los detalles y la novela está preñada de rincones en los que perderse. De hecho, había veces en los que empezaba por un capítulo, veía el nombre de un viento, buscaba una palabreja en el diccionario, y luego otra, y sin darme cuenta estaba mirando tipos de velas náuticas y terminaba leyendo un manual de cabuyería para interpretar los nudos marineros. Otro día acababa estudiando la estructura del Colegio Cardenalicio de Roma, o los nombres de las Musas, también llamadas, fíjate qué bonito, Pegásides o Castálidas. Aquí debemos agradecer, por cierto, a la Musa Melpómene, inspiradora de la tragedia, pues no otra cosa es esta novela al fin y al cabo. ¿Sabías que, según Apolodoro, es la madre de las sirenas?

Citas y ejemplos.

Y voy terminando que me enredo y, ya ves, acabamos hablando de las sirenas a propósito de Herodes. No voy a robarte el capricho de conocer a Salomé, Doris, Cleopatra, Marianne y todas esas hermosas y terribles mujeres, o a los emperadores romanos. Tampoco el de descubrir el por qué de la grandeza del rey ni de su crueldad. Tampoco las alusiones al nacimiento de Jesús o la matanza de los inocentes. Ni mucho menos a desvelarte el final de la novela, aunque debes saber que es la precuela de El trono maldito, la primera obra de Piñero y Corral, y que deja servido el preámbulo para leerla. Te dejo en la descripción del vídeo los enlaces de la novela en Amazon por si te interesa leerla, así como los de las otras obras mencionadas. Rescato alguna cita para despedirnos, muestra de los diferentes tonos expresivos que aparecen en la obra, que sé que eso te gusta. 

Tiene momentos de crítica política, como este:

La política no es otra cosa que el arte de la seducción —sentencia Antípatro—. Así ha sido, es y será. En ella no gana el más inteligente ni el más honrado ni el más sincero, sino el más hábil, más listo y más astuto. —El más mentiroso —tercia Herodes.

Fragmentos líricos como este otro, en el que una maravillosa aliteración nos recuerda al sonido de los tambores, retumbando con la r y la t:

La noticia de la muerte del todopoderoso Antípatro se extiende por Israel como el agua de un torrente desbordado tras una tormenta terrible.

Fragmentos descarnados y tremendos, como este: 

va llamando uno a uno a sus otros seis hijos, a los que degüella inmisericordemente, como sacrificio ritual ante un dios terrible y ávido de sangre, y lanza al precipicio los cuerpos sin vida.

No se refiere a Herodes, que quizá lo estés pensando, sino a otro personaje. Y, por supuesto, también tiene imágenes eróticas de metafórica belleza, como esta. Con ella me despido, no voy a encontrar un modo mejor:

La muchacha se estremece cuando la boca de Herodes alcanza su pubis, y se contorsiona con la misma suavidad como cuando una leve brisa hace flamear la vela de un navío.

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Enlaces de la bibliografía citada:

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