Séfora y el prepucio: El enigma de Ex 4:24-26.

«Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un esposo de sangre.»

Ex 4:25
Puedes ver el vídeo en mi canal de Youtube.

Introducción.

Séfora y el enigma del prepucio. En Éxodo 4 aparece uno de los pasajes más misteriosos de la Biblia, donde Séfora realiza una circuncisión para salvar una vida en peligro. ¿Por qué quiso Yahvé matar? ¿Fue Moisés o su hijo la víctima? ¿Le tiró el prepucio a los pies de Moisés… o se lo puso en el pene? Analizamos las ambigüedades gramaticales, las interpretaciones tradicionales y las lecturas modernas para desentrañar el significado de esta desconcertante escena, marcada por una edición doctrinal que la ha revestido de intriga y misterio.

Ubicación del texto en la trama.

Si enmarcamos el fragmento Ex 24-26 en su contexto, y leemos los dos versículos anteriores y posteriores, observaremos con nitidez que no está bien encajado, enturbia la fluidez de la lectura y denota que no pertenece a la narración. Una mirada atenta también descubrirá que esa interpolación está, además, incompleta, pues los objetos de la acción están elididos, como si ya los conociéramos, sometiendo a los pronombres a una tensión de ambigüedad gramatical que dificulta la comprensión del texto.

Ex 4, 22-28:

22 Y dirás a Faraón: Yahvé ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. 23 Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito.

24 Y aconteció en el camino, que en una posada Yahvé le salió al encuentro, y quiso matarlo. 25 Entonces Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un esposo de sangre. 26 Así le dejó luego ir. Y ella dijo: Esposo de sangre, a causa de la circuncisión.

27 Y Yahvé dijo a Aarón: Ve a recibir a Moisés al desierto. Y él fue, y lo encontró en el monte de elohim, y le besó. 28 Entonces contó Moisés a Aarón todas las palabras de Yahvé que le enviaba, y todas las señales que le había dado.

Como vemos, se trata a todas luces de una interpolación. O si no, de un pasaje con tantas amputaciones que ya no es reconocible su hilo narrativo y parece un error editorial. Recordemos que una interpolación es un fragmento añadido en la transmisión de un texto, y que la Biblia ha sufrido muchas interpolaciones a lo largo de sus miles de años de transmisión. Reconozco que es doloroso para los creyentes poner en duda la unidad literaria de la Biblia, pero más doloroso debería ser inventar justificaciones inverosímiles para no aceptar que el texto tiene varias capas literarias, de varios autores, incorporadas en épocas distintas con diferentes propósitos. Las más evidentes, como esta, suelen ser sacerdotales, con una intención doctrinal, como descubriremos más adelante.

Ambigüedad gramatical y lecturas posibles.

La ambigüedad gramatical del fragmento permite muchas lecturas legítimas. Por simplicidad, hemos de suponer que en la escena intervienen solamente cuatro personajes, o de lo contrario se haría completamente ininteligible: Yahvé, Moisés, Séfora y un hijo de Séfora. La lectura más habitual es la siguiente: Yahvé le salió al encuentro a Moisés y quiso matarlo, Séfora le cortó el prepucio a su propio hijo y se lo echó a los pies de Moisés, luego Yahvé se fue y la pareja quedó enlazada a través de la circuncisión del niño. La lectura del hebreo indica que el pronombre de “Yahvé le salió al encuentro” es masculino, con lo cual deberíamos entender que le salió al encuentro a Moisés, pues no tiene sentido que sea al niño. El pronombre de “quiso matarlo” también es masculino, pero en este caso la ambigüedad gramatical no permite asegurar que fuese a Moisés, y podría referirse al niño. Puesto que el fragmento es tan breve y aparenta tener lagunas en el texto, no podemos descartar que quisiera matar al niño. Hemos de dar por supuesto que el sujeto es Yahvé, el que quiere matar, pues cualquier otra posibilidad apuntaría a que Moisés es el que quiere matar a Yahvé, y tal cosa carece de sentido. Cuando “cortó el prepucio de su hijo”, el posesivo en hebreo es femenino, así que podemos asegurar que se refiere al hijo de ella. Cuando “lo echó a sus pies”, el posesivo es masculino, así que no se refiere a los pies de ella, sino a los de Yahvé o de Moisés, o incluso del niño, aunque esto último tendría poco sentido. Cuando dice “tú me eres esposo de sangre”, ese pronombre masculino puede referirse a Yahvé, a Moisés o al niño. Descartamos esposa de Yahvé, por cuestiones obvias. Sin embargo, no es tan obvio descartar al niño como esposo, como veremos después.

Así pues, las lecturas posibles, con independencia del significado, apuntan a que Yahvé salió al encuentro de Moisés y quiso matar a Moisés o al niño; Séfora circuncidó al niño, tiró el prepucio a los pies de Moisés o de Yahvé y ese ritual confirmó que Moisés o el niño se convertía entonces en esposo de sangre. 

Cabe preguntarse por tanto:

  • Por qué está ubicado aquí este fragmento, con aparente sinrazón.
  • Qué decía el texto original, ¿está bien traducido?
  • Qué significado encierra.
  • Con qué intención se interpoló.
  • Por qué tiene tantas lagunas.

Por qué está ubicado aquí, con aparente sinrazón.

Por más extraño que parezca, y aunque podamos pensar que este fragmento se ubicó aquí por error, debemos sospechar que hubo alguna razón inteligente y voluntaria, pues resulta aún más increíble que los encargados de la transmisión del texto no se dieran cuenta de ello y no resolvieran el error, habida cuenta del celo que han demostrado en la conservación del texto. Si descartamos que el autor estuviera poseído por una extraña insensatez y descartamos que los escribas estuvieran igualmente enloquecidos, resulta obvio deducir que al autor le pareció un buen lugar para interpolar ese fragmento. Si aceptamos la posibilidad de que el texto incluyera el fragmento originalmente, pero fue amputado y modificado hasta su estado actual, llegamos a la misma conclusión: el autor pensó que era un buen lugar para contarlo. Así pues hemos de sospechar como hipótesis más plausible que el fragmento está bien ubicado y tiene sentido que esté ahí y no en otro sitio, con independencia de que puedan faltarle fragmentos para que resulte más inteligible. 

Creo que resulta fácil darse cuenta de que no tiene relación con los versículos siguientes, del veintisiete en adelante: Aarón va al encuentro de Moisés, llegan los dos a Egipto y seducen a los israelitas. Es decir, nada de circuncisiones ni muertes.

La respuesta debe estar entonces en el párrafo anterior. Ahí, sin embargo, se puede intuir un lejano aroma de sintonía. Observemos que Yahvé dice “para que me sirva” y “voy a matar a tu hijo”. También hace hincapié en lo de primogénito, con el sentido de lo más querido y apreciado, heredero natural del padre. Podría haber alguna relación entonces, pues el fragmento menciona la intención de matar a alguien y aparece un hijo en la contienda. ¿Cabría sospechar que esa enigmática circuncisión practicada por Séfora tiene alguna relación con las palabras de Yahvé: que me sirva mi hijo, matar a tu hijo? Dejemos un momento viva la pregunta, utilizaremos esa duda más adelante para descifrar el significado.

Qué decía el texto original, ¿está bien traducido?

Resalto los términos que requieren una aclaración. El resto podemos aceptarlos sin matices.

Y aconteció en el camino, que en una posada Yahvé le salió al encuentro, y quiso matarlo. Entonces Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un esposo de sangre. Así le dejó luego ir. Y ella dijo: Esposo de sangre, a causa de la circuncisión.

Y aconteció en el camino. Como ya he destacado en otras ocasiones, la muletilla “y aconteció…” cuando encabeza un párrafo es sospechosa de introducir una interpolación que no guarda relación con la narración principal, pero que en algún momento posterior alguien consideró que era necesario introducirla para explicar o enfatizar una idea. También podría servir para enlazar dos tradiciones diferentes en el momento de la composición del núcleo narrativo, dos relatos que no fueron creados a la vez pero sí fijados en el texto por el mismo autor. En todo caso, la muletilla suele advertir de la existencia de un fragmento de discontinuidad narrativa.

Una posada. Cabe preguntarse por qué podría necesitar Yahvé esperar a que llegasen a una posada para matar a alguien. Por la descripción que se ha hecho de él, es capaz de fulminar a quien quiera y cuando quiera. En una lectura apresurada puede parecer un detalle de adorno, de contexto circunstancial para colorear la escena, pero una lectura más atenta descubrirá que no se trata de una escena narrada con detalles y estilo descriptivo, sino todo lo contrario, una escena brevísima, caracterizada por la concisión y el valor simbólico de algunos elementos. Si eliminamos la posada del fragmento, da la sensación de que la imagen que transmite el fragmento se mantiene intacta. Entonces, ¿por qué iba el autor a introducir un elemento ruidoso en un fragmento tan conciso y breve? Debemos pues sospechar que la posada no fue mencionada casualmente por el autor. En hebreo dice מָלוֹן, malón, que podemos traducir hospedaje en general. Proviene de la raíz לוּן, lun, que significa detenerse o permanecer, con el sentido de pasar la noche. Sin embargo, existe una raíz primitiva demasiado cercana a la palabra malón, que es מוּל, mul, que significa recortar o cercenar, especialmente el prepucio, la cual podríamos traducir por circuncidar. Es posible por tanto que el autor intentase utilizar un recurso literario de proximidad etimológica para asociar ese lugar con la circuncisión, מוּלָה mulá, que se va a citar dos líneas más adelante, derivada de la raíz mul a la que nos referimos. Es decir, podría ser un juego de palabras que esté aludiendo a un lugar de circuncisión. Como analogía, se me ocurre compararlo con el conocido club de carretera, que utilizamos de modo eufemístico para referirnos a un prostíbulo. Además, no podemos descartar por completo que exista una relación etimológica antigua, o al menos que en el momento de la redacción tuviesen alguna relación semántica malón y lugar de circuncisión. Este detalle no explica el fragmento, pero sí ayudaría a entender que Yahvé le salió al encuentro en un lugar apropiado para la circuncisión, y no arbitrariamente en una posada, pues si Yahvé tenía intención de matarlo no parece necesario que espere a que se detengan a descansar. Sea como fuere, quede claro que la similitud etimológica responde a un juego de palabras, una paronomasia, o algún recurso literario de ese estilo. Volveremos a este punto más adelante.

Matarlo. Con independencia de a quién pretendiese matar, Yahvé salió al encuentro para matarlo. Sin embargo, la traducción no es precisa. En hebreo significaría más bien hacerlo morir, derivado de la raíz מוּת mut en forma causativa, con un sentido jurídico más cercano a la ejecución, o bien causar la muerte por mandato divino. El matiz es interesante, pues el verbo genérico utilizado para matar es הָרַג, harag, con un sentido de violencia en general, como en la guerra. También se utiliza el verbo רָצַח, ratsach, más cercano a nuestro verbo asesinar, cuando se trata de un acto inmoral, y así es como se utiliza en el Decálogo en el mandamiento de “no matarás”, לֹא תִּרְצָח, lo tirtsach. Es decir, que Yahvé no pretendía matar a alguien simplemente, sino ejecutar un castigo definitivo por imposición divina, apropiado para alguien que ha hecho algo imperdonable. Todo apunta hacia el hecho de que el niño no estuviera circuncidado todavía.

Pedernal afilado. Imaginamos que para practicar la circuncisión se debería utilizar algún objeto cortante apropiado, y así el pedernal afilado nos resulta adecuado. De hecho, en algunas traducciones podemos encontrar la traducción cuchillo. Sin embargo, el hebreo dice simplemente צֹר, tsor, que es piedra, o roca. En hebreo hay varios términos para referirse a las piedras o a las rocas, pero este tsor tiene una connotación de piedra dura y afilada apropiada para cortar. Por esto se asocia a nuestro pedernal, que es un cuarzo de aristas muy vivas que se ha utilizado mucho en la construcción de trillos por su capacidad cortante. Además, tsor se utiliza en ocasiones en la Biblia como metáfora de la divinidad, escrito a veces como tsur, por ejemplo en Salmo 95:1, Yahvé, “roca de nuestra salvación”. Existe una asociación semántica de estas piedras naturales y no manipuladas por la mano del hombre con la naturaleza de Dios, en contraste con las obras humanas. Podemos rescatar de otros pasajes la preferencia por construir con piedra, en lugar de utilizar los ladrillos, las primeras divinas e inmutables y los segundos frágiles y humanos. En definitiva, Séfora va a proceder a la circuncisión con una piedra adecuada para tal uso, tanto en sus propiedades físicas como en sus connotaciones espirituales. 

Echó a sus pies. Esta traducción parece tener la intención de evocar la urgencia con la que Séfora practica la circuncisión para evitar la ejecución. Sin embargo, aquí el verbo echar es una traducción muy desafortunada. En hebreo el verbo proviene de la raíz נָגַע, nagá, que significa tocar, o rozar, o poner la mano encima, utilizado como eufemismo sexual para acostarse con una mujer. Los pies son pies, pero en ocasiones se utilizan en la Biblia como eufemismo de genitales masculinos. No parece sensato que Séfora tocara con el prepucio cortado los pies de nadie. Así pues, una lectura sin eufemismos diría que Séfora cortó el prepucio del niño y se lo puso en el pene a Moisés, lo cual tiene el aroma de ritual apotropaico, por el cual el contacto de la carne amputada con la parte implicada en el pacto de la circuncisión servirían de protección, o bien para Moisés, o bien para el niño. 

Esposo de sangre. En hebreo חֲתָן דָּמִים, ḥătan damim. La referencia a la sangre está en plural, de sangres, lo cual es indicio de su simbolismo. Parece claro que se alude a la sangre de la circuncisión, pero con un sentido ritual por el cual se sella algún tipo de acuerdo simbólico con un lazo muy firme. No obstante, lo más curioso está en el concepto de esposo. Obviamente, el hebreo no conoce ese significado, ḥătan se está refiriendo a un vínculo político a través de la mujer: podría ser esposo, novio, yerno… Pero no podemos pasar por alto que el diccionario Strong de hebreo recoge en su definición lo siguiente: “niño circuncidado, con una especie de desposorio religioso.” Así pues, podemos interpretar esta frase como una fórmula arcaica para culminar el rito de la circuncisión y sellar el vínculo que une al niño con su comunidad y con Yahvé, a modo de desposorio simbólico y espiritual. Reconozco que esta lectura es minoritaria, y muchos biblistas interpretan algo similar pero donde el protagonismo recae en Moisés, es decir, que el ritual protege a Moisés de la ira de Yahvé por medio de ese desposorio espiritual en el que se vincula la sangre del pacto de la circuncisión, ejecutado por su mujer sobre su hijo en común. Esta sería la lectura correcta si partimos de la hipótesis de que Yahvé quería matar a Moisés y no al niño incircunciso. Volveremos a esto al final. Baste con aclarar que no hay consenso unánime sobre el significado de la locución “esposo de sangre”, pues se trata de un hápax, una expresión única en la Biblia, y no podemos comparar su sentido en otro contexto.

Qué significado encierra.

Estamos ya en disposición de interpretar el significado del pasaje, una vez hemos ubicado el fragmento en su contexto y allanado sus ambigüedades gramaticales y sus dificultades de traducción. A mi juicio hay dos lecturas con coherencia literaria y lingüística, sin necesidad de inventar demasiado. 

La primera y más común es la siguiente. Yahvé se propone ejecutar a Moisés por no haber circuncidado a su hijo como estaba pactado. Descubre esa falta cuando la familia entra en la posada, cuyo sentido parece aludir a un lugar apropiado para la circuncisión. Séfora ejecuta la circuncisión del niño para evitar la muerte, con una piedra ceremonial, y culmina el ritual con un protocolo arcaico cuyo eco nos alcanza muy de lejos: ponerle el prepucio del niño a Moisés en el pene y pronunciar la fórmula convenida, חֲתָן דָּמִים, ḥătan damim, traducido como esposo de sangre. De esta forma, Moisés quedaría protegido de la ira de Yahvé al confirmar el pacto con la circuncisión de su hijo, y Séfora quedaría unida a Moisés con un lazo muy fuerte simbolizado por la sangre de su hijo en común. Esta lectura goza del consenso mayoritario de la exégesis tradicional.

La segunda interpretación es minoritaria, se aleja de la tradición judía y cristiana, pero tiene sus defensores entre los autores modernos. Esta perspectiva tiene muchos puntos en común con la anterior, pero le cede el protagonismo al niño en lugar de a Moisés. Es la siguiente. Yahvé se propone ejecutar al niño por no estar circuncidado como estaba pactado, y descubre esa falta cuando la familia entra en la posada, como habíamos señalado. Séfora ejecuta la circuncisión y el protocolo ritual como hemos indicado en la lectura anterior. Pero en este caso es el niño el que se convierte en esposo de sangre, es decir, el que queda vinculado con Yahvé y con la comunidad hebrea a través de la circuncisión, ejecutada por la mujer, en una especie de desposorio simbólico y espiritual.

Personalmente prefiero la segunda lectura, por algunos motivos que favorecen la coherencia literaria si observamos el conjunto con más amplia perspectiva. Por un lado, creo que Yahvé se propone ejecutar al niño y no a Moisés. Ambas cosas podrían tener sentido. Sin embargo, aunque hoy nos parezca que el niño no tiene la culpa, no es infrecuente en la Biblia hebrea que la ira divina recaiga sobre la descendencia, sea culpable o no, y en especial los castigos por pecados contra la divinidad, considerados imperdonables. Y es de eso justamente de lo que tratamos aquí, el mayor de los pecados posibles, no ser circuncidado. Esto estaría en sintonía con la orden explícita de Gn 17:14: “Y el varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto.” Como explicamos en uno de los Episodios de nuestro Resumen de la Biblia en Youtube, este acto de cortar de su pueblo no es simbólico, se refiere a exterminar. Por otra parte, el ritual que convierte al niño o a Moisés en “esposo de sangre”, חֲתָן דָּמִים, ḥătan damim, solo tiene sentido si se aplica al niño. Si se refiere a Moisés, por cada hijo que tenga y circuncide se convertiría de nuevo en esposo de sangre para Séfora, lo cual es muy extraño. Uno podría pensar que tal ritual solo se aplica al primogénito, pero eso es inventar demasiado, porque no tenemos ningún indicio de ello en el texto. Intuyo que nuestra inclinación a pensar que el “esposo de sangre” es Moisés deriva de la dudosa traducción “esposo”, que no podemos asociar al niño, y nos invita a pensar en Moisés. Pero recordemos que ḥătan no es esposo, sino un vínculo familiar político, especialmente el adquirido a través de la madre. Tampoco debemos olvidar la nota del diccionario Strong, que encaja perfectamente con nuestra lectura: “niño circuncidado, con una especie de desposorio religioso.” Otro aspecto que apoya esta lectura lo encontramos en la ubicación del fragmento en su contexto dentro del capítulo. Es el momento de resolver la pregunta que dejamos viva más arriba: ¿Cabría sospechar que esa enigmática circuncisión practicada por Séfora tiene alguna relación con las palabras de Yahvé del versículo anterior: “que me sirva mi hijo”, “matar a tu hijo”? Dijimos que al autor debió parecerle un lugar adecuado para intercalar este fragmento en la narración. ¿Por qué podría parecerle este un buen lugar, si está en apariencia desconectado de la trama? Si aceptamos que Yahvé salió al encuentro y quiso matar al niño incircunciso, el fragmento sintoniza con las palabras citadas en el versículo anterior: Yahvé quiere que le sirva su hijo, va a matar al hijo del faraón, quizá sea buen momento para contar que quiso matar al hijo de Moisés por no estar circuncidado, por no guardar el pacto, por no someterlo a su servicio. En definitiva, si bien reconozco que es literariamente coherente que Moisés sea el blanco de la ira divina y el esposo de sangre, me resulta más sencillo interpretar que es el niño el protagonista, con una intención del autor más inteligente.

Con qué intención se interpoló el fragmento.

En cualquiera de las dos lecturas posibles, el mensaje poderoso del fragmento es el mismo: se desatará la ira inexorable de Yahvé si no se circuncida a los niños. Es decir, estamos nuevamente ante un caso de interpolación sacerdotal, cuya intención no es dotar de verosimilitud a la trama, ni aportar matices y detalles literarios, ni agradar al lector con su poesía, ni muchísimo menos. La intención de estas interpolaciones suele ser fuertemente doctrinal, con una necesidad tan importante como para no poder evitarla. Sin embargo, esta premisa resulta extraña en este caso, pues el pacto de la circuncisión se ha descrito con todo detalle en Génesis, se ha enfatizado su importancia y se ha confirmado con ejemplos paradigmáticos. Si prescindimos de este fragmento, la relevancia de la circuncisión para la fe hebrea queda igual de firme a lo largo de la Biblia, no pierde un ápice de su relevancia, toda vez que se incluye en la Ley mosaica y se castiga su falta con la muerte. Entonces, ¿por qué podría el autor haber necesitado interpolar este fragmento? Me caben dos hipótesis complementarias. Una de índole tradicional: ese ritual protocolario por el cual la mujer corta el prepucio del niño, lo pone en el pene del padre y pronuncia las palabras mágicas, pudo pertenecer a una tradición minoritaria, e incorporarse al corpus textual más adelante, después del exilio babilónico, con la intención de recoger y unificar las tradiciones de distintas comunidades y fortalecer el vínculo entre ellas, en una etapa de necesidad donde el pueblo hebreo estaba muy poco cohesionado. La otra, de índole política: la circuncisión el octavo día no se practicaba a los niños lo bastante en un determinado momento de la historia hebrea, y el autor consideró necesario introducir una advertencia muy poderosa para fomentar el ritual, y con ello cohesionar al pueblo en la singularidad que los diferencia de los demás. Muchos pueblos se circuncidaban en la antigüedad de esa región, pero no el octavo día, sino en la adolescencia o poco antes. Ambas hipótesis son complementarias y podrían darse a la vez, en sintonía con otros intentos literarios evidentes por cohesionar al pueblo hebreo y distinguirlo del resto de la humanidad. De hecho, la Biblia hebrea, toda ella, está vertebrada por ese principio unificador y exclusivista.

¿Por qué tiene tantas lagunas?

Con todo, el texto nos deja la incomodidad de observar muchas lagunas y exigir de nosotros como lectores un esfuerzo titánico para interpretar el mensaje correctamente. ¿A qué se debe? Uno podría pensar que le habría resultado igual o más fácil al autor dejar claro si Yahvé pretendía matar a Moisés o al niño, y si el esposo de sangre era uno o el otro. ¿Por qué entonces es tan confuso? Una posibilidad sería suponerle al autor el ingenio literario de ser voluntariamente ambiguo para generar una sensación mayor de temor ante la desobediencia del pacto. No me parece la más acertada, pues no ha demostrado esa pericia anteriormente, y no ha conseguido calzar la interpolación sin que nos demos cuenta de que algo de bulto no encaja en la narración. Otra posibilidad sería asumir que el texto no tiene lagunas, lo que sucede es que ya no sabemos leer los matices antiguos que encierra el texto en su sibilina complejidad. Esta lectura es demasiado piadosa para mi gusto y, aunque así suceda en general con la Biblia, que se nos quedan siempre matices sin comprender, por lejanos, no puedo dar por válida la inspiración divina y elevada como criterio literario de análisis. Si tal inspiración existe o no es un asunto ajeno a la literatura que nadie es capaz de valorar. Así que no lo tendremos en cuenta. Otra posibilidad, más sencilla, es que existen errores fortuitos de transmisión: se perdió alguna palabra, se perdió alguna línea, y se reconstruyó el texto como se pudo para darle la mayor coherencia narrativa. Aunque los responsables de la transmisión del texto han sido siempre muy celosos, según las evidencias que tenemos de su prurito profesional, no podemos descartar nunca este detalle, que incluso hoy en día se produce en los libros que se publican, por más que contemos con ordenadores y con inteligencia artificial. No podemos descartar la posibilidad de que el ritual no pertenecía a la comunidad hebrea que redactó el núcleo narrativo, como hemos señalado antes, sino a una comunidad minoritaria. Es posible que en ese caso resultara incómodo dejar escritos ciertos detalles que entraban en conflicto con las líneas generales del pacto según habían sido descritas y fijadas. Y, en todo caso, no podemos descartar la torpeza literaria del autor, del que se puso a la tarea de interpolar el fragmento en el texto, que aun viendo que quedaba extraño y ajeno al hilo narrativo le dio pasaporte para su difusión. No es el único caso, ni mucho menos, en los que la mano del poeta no está a la altura del tema tan elevado que trata el libro.

Conclusión.
El fragmento de Séfora y el prepucio de su hijo parece una interpolación sacerdotal con un fuerte énfasis doctrinal, revestido de un aroma antiguo y lejano muy atractivo, y transmitido con una evidente ambigüedad que lo hace muy intrigante y difícil de interpretar. La lectura más común asume que Yahvé quiso matar a Moisés por faltar al pacto, y que Séfora sella su vínculo con él a través del ritual de la circuncisión. Esta interpretación es la que se ha consolidado mayoritariamente en la tradición exegética. No obstante, se reconoce la ambigüedad del texto y no se descarta por completo la lectura que proponemos aquí: Yahvé quiso matar al niño y el rito de la circuncisión lo vincula con Yahvé de forma simbólica. Hemos expuesto los argumentos que apoyan la coherencia literaria de esta lectura minoritaria: la mención del hijo en el versículo anterior, la norma de cortar al incircunciso de su pueblo, el sentido de ḥătan asociado a un “niño circuncidado”, y la dificultad para que el rito se pueda practicar con todos los hijos, salvo que el “esposo de sangre” sea el niño. En términos argumentales, es un fragmento carente de finura. Por un lado, resulta incómodo aceptar que Moisés no haya circuncidado al niño al octavo día. No hay ningún motivo expreso para sospechar que el elegido de Yahvé pase por alto un mandamiento capital. Algunos exégetas tradicionales argumentan que salió de viaje con las prisas de la orden divina, y aplazó la circuncisión por ese u otro motivo, pero es un fallo argumental que no se exprese y tengamos que inventar el motivo. Por otro lado, resulta inverosímil que Yahvé no se haya dado cuenta de que el niño está incircunciso hasta que se proponen circuncidarlo, toda vez que contraviene el dogma doctrinal de la omnisciencia divina. El fragmento ofrece a Yahvé en forma demasiado humana: descubre el pecado de repente, sale al encuentro en una posada, quiere matarlo pero no le da tiempo… Tampoco tiene sentido argumental que calme su ira después de circuncidar al niño, como si no supiese que esa era la intención de los padres desde el principio, o como si la ira divina fuese manipulable. En términos de estilo no es mejor, pues la ambigüedad gramatical y la escasa dulzura con que está interpolado en su contexto dificultan la lectura y la comprensión. No obstante, y pese a sus defectos, resulta un fragmento tan enigmático y apasionante que podemos agradecer que sea así. Por detalles como este la Biblia no deja de interesarnos.

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