Henoteísmo bíblico

«Ahora conozco que Yahvé es más grande que todos los dioses.»

Ex 18:11
Puedes ver el vídeo en mi canal de Youtube.

Introducción.

Abraham es el padre de la religión judía, del cristianismo y también del Islam. Las tres son monoteístas y creen en un único dios creador. Sin embargo, no parece que Abraham fuese monoteísta, a juzgar por el relato bíblico. O, mejor dicho, no parece que la tradición hebrea haya sido siempre monoteísta. 

Politeísmo, henoteísmo y monoteísmo hebreo.

A colación de ensayo que publicamos recientemente sobre el sentido de elohim en Salmos 82:1, Montse @montsec3445 y Eva @tuyyo3961 (Youtube) comentaron que ven vestigios evidentes de politeísmo en las creencias hebreas antiguas, y quizá una evolución de esas creencias hacia el monoteísmo mediante el camino intermedio del henoteísmo. Mencionaron la transición en Egipto durante la Dinastía XVIII como posible paralelismo y la hipótesis de otras influencias sumerias o acadias en la tradición bíblica. En este breve ensayo vamos a repasar los rasgos henoteístas que aparecen en la Biblia y su posible relación con las culturas predominantes en la antigüedad alrededor de Canaán, con especial atención al henoteísmo de la Dinastía XVIII en Egipto. Este viaje nos ayudará a concluir que la tradición hebrea no debió tener las mismas creencias religiosas a lo largo de toda su historia.

Nota sobre elohim.

A lo largo de este ensayo utilizaré el término “dioses” de forma laxa, incluso en las referencias bíblicas. Soy consciente de que en todos los casos el término que aparece en el texto hebreo es elohim, pero a veces con diferentes connotaciones. No obstante, creo que no es imprescindible hacer mayores precisiones lingüísticas para exponer las ideas centrales de nuestro análisis acerca del politeísmo, el henoteísmo y el monoteísmo. En aras de una mayor claridad expositiva y fluidez en la narración prescindiremos de esos detalles y supondré que perdonas la imprecisión, compensada por tu inteligencia y tu conocimiento del tema. 

Definición de henoteísmo.

De acuerdo con la RAE, el henoteísmo es una “forma de las religiones en que hay una divinidad suprema a la vez que otras inferiores a ella.” Podríamos desarrollar la idea diciendo que el henoteísta cree en la existencia de varios dioses, pero solo uno de ellos es digno de su adoración. De esta forma, no niega la existencia de otros, pero el suyo es el preeminente y goza de exclusividad de culto. Las versiones más relajadas admiten que otros puedan adorar a un dios diferente en el mismo grado, y las versiones más extremas pueden llegar en algunos casos a prohibir el culto a los demás dioses. Este concepto es muy similar al de monolatría, que concibe la existencia de varios dioses jerarquizados de los cuales uno de ellos es el superior. Existe una alternativa curiosa del henoteísmo o de la monolatría conocida como katenoteísmo, por la cual se cree en la existencia de varios dioses, de igual rango, pero se les rinde culto de forma alternativa, a cada uno con la máxima envergadura dentro de su contexto. Como puedes imaginar, se puede poner uno exquisito con estas definiciones y no terminar nunca. Para no perdernos, quedémonos con la definición laxa de la RAE: varios dioses, uno superior a los demás.

Henoteísmo egipcio.

Podemos rastrear los primeros indicios de henoteísmo en Egipto en el periodo del Reino Medio (ca. 2055-1650 a.C.). Aunque la cultura era entonces politeísta, existía una preferencia por ciertos dioses, incluso quizá una jerarquía. Con el tiempo, en Tebas, el dios Amón comenzó a ganar prominencia, hasta fusionarse con Ra como Amón-Ra. Este desarrollo sentó las bases para un cierto exclusivismo religioso en la Dinastía XVIII (ca. 1550-1292 a.C.). Durante la expansión del Imperio Nuevo, Amón-Ra se convirtió en el dios estatal, y sus sacerdotes adquirieron un poder considerable, actuando casi como una teocracia dentro del Estado faraónico. Durante el reinado de Akenatón (Amenhotep IV, ca. 1353-1336 a.C.) se produjo el caso más claro de henoteísmo en Egipto: abandonó el culto a Amón y promovió la adoración exclusiva de Atón, el disco solar, hasta el punto de cerrar templos y suprimir el culto a otras deidades. De ahí el nuevo nombre del faraón: Aken-atón, “el que es útil al dios Atón”, antiguamente llamado Amen-hotep, “el dios Amón está satisfecho”. Aunque Akenatón no negó la existencia de otros dioses explícitamente, sí deslegitimó su culto, lo que lo distingue del monoteísmo estricto. La capital del imperio se trasladó a Amarna, cuyos yacimientos arqueológicos han sido enormemente fecundos. En textos de la época, como el Himno a Atón, este dios es exaltado como el único dador de vida y la fuente de toda existencia. Sin embargo, este henoteísmo promovido por Akenatón no prosperó tras su muerte. Su sucesor Tutankamón restauró el culto a Amón y las demás deidades, incluyendo el poder de los sacerdotes, y al difunto Akenatón le aplicaron la damnatio memoriae, esto es, la eliminación deliberada de su recuerdo. 

Paralelismos con la tradición israelita.

Hay quienes postulan la hipótesis de que la tradición israelita pudo tener contacto con este henoteísmo egipcio del dios Atón en el periodo de Amarna, s. XIV a. C., lo cual podría encajar con la posible época de Moisés según el relato bíblico. No obstante, no tenemos pruebas concluyentes. 

La hipótesis se sustenta en que el reinado de Akenatón podría coincidir con el periodo bíblico del cautiverio en Egipto, y, con el éxodo, los levitas podrían haber llevado consigo algunas influencias religiosas del culto a Atón. Con independencia de la historicidad de Moisés, de los levitas y del éxodo narrados en la Biblia, sabemos que en el s. XVI a. C. los hicsos gobernaron en Egipto, con la capital en Avaris, en el delta del Nilo. Aunque no eran hebreos, se sospecha que vinieron de Canaán. Sea como fuere, en el periodo de los hicsos y en periodos posteriores debió haber presencia cananea en Egipto, y es del todo probable que los hebreos no fueran una excepción. Además, sabemos que debió haber muchas migraciones desde Canaán hacia Egipto, como la que se describe en la Biblia en tiempos de José, por las cuales los cananeos acudieran al delta del Nilo en busca de alimento y prosperidad en épocas de escasez. Del mismo modo, debió haber multitud de migraciones a la inversa, de vuelta a Canaán una vez superados los malos tiempos, en las cuales podría estar inspirado el relato del éxodo. Así pues, como decía, con independencia de la historicidad del relato bíblico, es muy lógico que los cananeos, y probablemente los hebreos, tuviesen alguna influencia henoteísta del periodo de Akenatón. Con esa base razonable, alguien podría argumentar que los levitas eran sacerdotes en Egipto, instruidos en el culto a Atón, y durante el Éxodo instrumentaron una teología con características propias del henoteísmo egipcio. Sin embargo, no tenemos evidencia de ello, no podemos olvidar que los levitas son personajes literarios muy posteriores a esa época y que el Éxodo tal y como se narra en la Biblia es un mito, aunque pueda estar construido sobre algunos recuerdos históricos.

Paralelismos entre Atón y Yahvé.

Akenatón promovió la adoración exclusiva de Atón, fuente de toda vida. Este dios se concebía como una deidad invisible, cuya presencia se manifestaba en la luz y en la creación, y no se representaba mediante figuras. Esta condición coincide con algunos rasgos de Yahvé en la tradición hebrea, cuyo culto ha de ser también exclusivo y se le considera creador de todo lo viviente a través del mito de Gn 1. Además, Yahvé también se muestra de manera incorpórea por lo general, aunque algunas veces aparezca de forma antropomórfica, y en muchos pasajes se especifica que no se le puede ver, lo cual está en sintonía con la invisibilidad de Atón. La manifestación en forma de luz o de llama ardiente tiene ecos semejantes. También sabemos de la prescripción de Yahvé de no rendir culto a otros dioses y de no hacer imágenes de ellos, paralelo a la exclusividad de Atón y la ausencia de figuras de representación simbólica.

Para sostener el paralelismo entre ambos dioses, con frecuencia se recurre al Salmo 104 y al Himno a Atón. Rescato unos fragmentos.

Fragmento del Salmo 104:

«Cuando te levantas en el horizonte, 

llenas la Tierra con tu belleza…

Todas las tierras están en alegría cuando tú brillas…

Tú eres el único dios, 

y nadie más está junto a ti.»

Fragmento del Himno a Atón:

“El que se cubre de luz como de vestidura, 

Que extiende los cielos como una cortina, […]

La tierra está llena de tus beneficios, […]

Él fundó la tierra sobre sus cimientos […]

Todos ellos esperan en ti.”

Podemos observar que, aunque los textos no son iguales, tienen un interesante parecido: la belleza de dios, alzado en el horizonte, luminoso en el cielo, la tierra bendita y agradecida por su generosidad, la exclusividad de dios, el único creador, todo alrededor de él… Por si cupieran dudas del paralelismo, he hecho la travesura de alternar los títulos, seguro que ya te habías dado cuenta: el primero es sobre Atón, y el segundo es sobre Yahvé. 

Henoteísmo hebreo.

Con independencia de los paralelismos que pueda haber entre el culto a Atón y el culto a Yahvé, en la Biblia hebrea hay recuerdos inequívocos de henoteísmo. Ya lo hemos mencionado alguna vez: a juzgar por el texto bíblico, la tradición hebrea parte de un politeísmo y evoluciona hacia el henoteísmo hasta consolidar el monoteísmo definitivo. Es decir, al principio resulta obvia la existencia de muchos dioses, entre los cuales está el elohim de Abraham, y poco a poco va ganando importancia y exclusividad, a medida que va conquistando hazañas y crece el pueblo de Israel, promoviendo el culto a este elohim y proscribiendo la atención a los demás, hasta que finalmente se apuntan las bases de la creencia monoteísta. Y digo que se apuntan las bases porque tenemos retazos de henoteísmo a lo largo de todo el texto bíblico, sin que quede completamente apuntalado el monoteísmo de forma incuestionable. 

Podemos dictar algunos versículos que ponen de manifiesto que la tradición hebrea, de acuerdo a los propios personajes de la historia narrada en la Biblia, tuvo una creencia henoteísta en algún momento. En nuestro “Resumen de la Biblia” ya hemos citado alguno de esos pasajes. No es necesario entrar en el detalle de las traducciones, creo que la idea se aprecia con claridad.

Recordemos Gn 31, cuando Raquel le roba los dioses (elohim) a su padre y este acusa a Jacob: “¿por qué me hurtaste mis dioses?” Aquí cabe señalar que Jacob convivía con su suegro y sus dioses y que su mujer se los robó para llevárselos, sin que tal cosa molestase a Jacob. No es hasta más adelante, cuando tiene el primer encuentro con Yahvé, que insta a su familia a desprenderse de los dioses ajenos, constatando que su familia les rendía culto, en Gn 35: “Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros.” El mero adjetivo, “ajenos”, pone en evidencia la creencia politeísta: hay varios dioses, el nuestro y los que no son nuestros, ajenos. Después, con Moisés, en Ex 15 se descubre un henoteísmo más obvio: “¿Quién como tú, oh Yahvé, entre los dioses?”. También en Ex 18: “Ahora conozco que Yahvé es más grande que todos los dioses.” 

Como decía al principio, no hace falta ponernos rigurosos con las traducciones ni darle vueltas para desacreditar el henoteísmo que se transparenta en esos versículos. Las Leyes de Moisés no dejan lugar a dudas: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”, “El que ofreciere sacrificio a dioses excepto solamente a Yahvé, será muerto”, “nombre de otros dioses no mentaréis”, “No te inclinarás a sus dioses”, “En tu tierra no habitarán, no sea que te hagan pecar contra mí sirviendo a sus dioses”. No hay muestra más evidente de que algo está sucediendo en exceso que la necesidad de prohibirlo.

Uno podría pensar que aquí acaba todo, con la prohibición, pero no, no es el último rastro de henoteísmo en la Biblia. En Nm 25 “el pueblo comió, y se inclinó a sus dioses”, en Nm 33 “había hecho Jehová juicios contra sus dioses”, o en Dt 4 “¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Yahvé nuestro Dios?”. En Dt, el libro de la segunda ley, se cita la existencia de otros dioses treintaicinco veces, con la intención general de aclarar la preeminencia de Yahvé y proscribir el culto a cualquier otro. En eso y consiste el henoteísmo precisamente. 

Tampoco acaba con la Torá, el libro de Josué continúa en esa creencia, en Js 22 “Yahvé Dios de los dioses, Yahvé Dios de los dioses”, y así en nueve versículos. En Ju es recurrente la adoración de los israelitas a otros dioses, para desilusión de Yahvé: “fueron tras dioses ajenos, a los cuales adoraron”, dice Ju 2. Hasta catorce veces se lamenta el texto de ello. Rut 1: “tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a sus dioses”. 1 Sa 17: “Y maldijo a David por sus dioses”. 1 Re 11: “cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres inclinaron su corazón tras dioses ajenos”. 1 Cr 16: “grande es Jehová, y digno de suprema alabanza, Y de ser temido sobre todos los dioses”.

Y así podríamos seguir hasta el Salmo 82, que citamos en nuestro ensayo anterior, donde dios está en la asamblea del dios El y en medio de los otros dioses juzga, un versículo en el que podemos observar un galimatías henoteísta formidable. A lo largo de la Biblia no es difícil encontrar más de doscientas referencias de este estilo, muy explícitas, y muchísimas más que aluden de forma indirecta al henoteísmo, citando incluso, en algunos casos, el nombre concreto de otras divinidades antagonistas de Yahvé. 

Paralelismo con Babilonia.

En la cultura mesopotámica, cada ciudad-estado tenía su dios principal, pero con el tiempo algunos dioses adquirieron una supremacía casi absoluta. Un caso relevante es el de Marduk, quien pasó de ser una deidad secundaria a convertirse en el dios supremo de Babilonia. En el Enuma Elish, Marduk derrota a Tiamat, el caos primordial, y se convierte en el rey de los dioses. Esta subordinación a Marduk puede entenderse como una forma de henoteísmo. Incluso en algunos textos babilónicos se dice que los demás dioses son solo manifestaciones de Marduk, denunciando que es el único verdadero. Se pueden intuir influencias de estos mitos babilónicos en la lectura bíblica, tanto en el mito de la creación de Enuma Elish, como en la consolidación de Yahvé o Marduk como dios principal. A nadie extrañará que la cultura mesopotámica haya podido influir en las creencias hebreas, por múltiples razones. Recordemos que en Babilonia se hablaba acadio, una lengua semítica, que fue reemplazándose a partir del s. VII a. C. por el arameo, tan emparentada con el hebreo. No podemos olvidar que Abraham es de Ur de los caldeos, en Mesopotamia, en la zona de influencia de Babilonia, ni tampoco el relato de la torre de Babel, en Gn 11, ni mucho menos el exilio babilónico en el s. VI a. C. 

Paralelismo con Ugarit. 

En la ciudad de Ugarit (siglo XIV a.C.), ubicada en la costa norte de Levante, en la región histórica de Canaán, los textos cuneiformes revelan un panteón en el que El era el dios supremo, Ashera era su esposa y Baal era una deidad más joven y guerrera. También, desde el politeísmo, tiende hacia un henoteísmo en el que el poder de los dioses se jerarquiza y sus características evolucionan hasta consolidar una preeminencia. La presencia del dios El en la Biblia es explícita, y queda recuerdo de lo extendido de esas creencias en nombres teofóricos como Israel, Ismael, Betel y tantos otros. La influencia de estas creencias en la tradición hebrea parecen evidentes. De hecho, la Biblia hebrea cita cuarenta veces a Ashera y cientoveinticinco veces a Baal, algunas de ellas con nombres teofóricos también, como por ejemplo Isbaal, hijo del rey Saúl, al que sucede su yerno David. Es más, muchos investigadores postulan la hipótesis bien fundada de que Yahvé fue adoptando paulatinamente los atributos del dios El, hasta consolidarse como el dios predominante entre los demás y diluir la existencia de cualesquiera otros. También los hay que encuentran atributos evidentes en Yahvé provenientes del dios Baal, en especial los propios de la faceta guerrera y destructiva. No olvidemos que en Ugarit se hablaba una lengua semítica muy similar al hebreo antiguo.

Paralelismo con Asiria.

El Imperio Asirio, que se extiende desde el 2500 a. C. hasta el 609 a. C. también tenía un dios supremo, Ashur, entre otros dioses reconocidos, si bien solo este tenía culto oficial. Los paralelismos con Yahvé son muy estrechos, pues se trataba de una divinidad guerrera asociada a la nación y se invocaba para justificar la expansión del imperio, de forma similar a cómo Yahvé es representado en la Torá: un Dios guerrero que lidera a Israel hacia la conquista de Canaán. Las lenguas en Asiria también fueron acadio y arameo, como en Babilonia, muy relacionadas con el hebreo. Tampoco podemos olvidar que Abraham viajó a Harán, al norte de Mesopotamia, en la zona de influencia asiria, que Jonás viajó a Nínive, capital del imperio, y que fueron los asirios en 722 a. C. los que acabaron con el Reino del Norte, el Reino de Israel, y se llevaron a las diez tribus israelitas de acuerdo con 2 Reyes.

Conclusión.

Aunque el judaísmo rabínico es obviamente monoteísta, y con la misma vehemencia el cristianismo y el islam, las creencias anteriores al exilio babilónico apuntan a un claro henoteísmo por el cual Yahvé era el preferido del pueblo hebreo entre otros dioses reconocidos, entre los otros elohim, y poco a poco fue absorbiendo atributos de los dioses de su alrededor hasta concentrar todos los poderes y sentar las bases del monoteísmo posterior. La prohibición expresa de adorar a otros dioses y las innumerables referencias bíblicas a la existencia de un panteón más amplio no deja mucho lugar para las dudas. Esta religión antigua, si podemos llamarla de ese modo, sería más correcto denominarla yahvismo, en lugar de judaísmo, cuyas características coinciden con la definición del henoteísmo: creencia en la existencia de varios dioses, no todos de la misma jerarquía, si bien solo uno de ellos es digno de adoración. 

En paralelo, resulta lógico pensar, y parece que tenemos evidencias suficientes para creerlo así, que la antigua cultura hebrea fue influenciada por los grandes imperios de su entorno, como no podría ser de otra manera. Así, podemos rastrear paralelismos henoteístas en Egipto, Ugarit, Asiria y Babilonia, que el texto bíblico parece recordar de un modo u otro.

Sea como fuere, tras el exilio babilónico, la corriente sacerdotal fue elevando a Yahvé hacia una exclusividad incontestable y desconociendo poco a poco la existencia de otros dioses semejantes hasta consolidar un monoteísmo pleno. Este proceso quizá estuvo impulsado por la necesidad de cohesionar al pueblo elegido en su reconstrucción, un pueblo maltrecho por aquel entonces que corría riesgo de dispersarse o asimilarse en una cultura ajena. A la luz de la historia, funcionó: tal empeño reforzó una identidad nacional que brilla con orgullo hasta hoy.

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