12 piedras, 12 tribus

«Y las piedras serán según los nombres de los hijos de Israel, doce según sus nombres; como grabaduras de sello cada una con su nombre, serán según las doce tribus.»

Ex 28:21
Puedes ver el vídeo en mi canal de Youtube.

Presentación.

Las doce piedras preciosas del pectoral del juicio, asociadas cada una de ellas a una de las doce tribus. ¿Qué gemas son concretamente? ¿A quién corresponde cada piedra? ¿Encierran algún mensaje simbólico en sincronía con las virtudes de los hijos de Israel? ¿Qué información nos revela la mística lapidaria? ¿Qué misterioso mensaje nos quiso dejar el autor de Ex 28?

Introducción.

En un ensayo anterior analizamos el pectoral del juicio descrito en Ex 28 que debe portar el sumo sacerdote para comunicarse con Yahvé, sus componentes, su valor simbólico y su evolución histórica. Dejamos en el aire un análisis detallado de sus doce piedras preciosas y la asociación con cada uno de los hijos de Jacob. Abordamos ahora esa difícil tarea. Como ya dijimos, la descripción concreta de las doce gemas y su colocación en el pectoral asociada a cada una de las tribus invita a pensar que el autor debió concebir el artefacto con un valor simbólico concreto, por el cual podríamos entender qué poderes misteriosos otorgaba cada una de las gemas a cada personaje, de tal suerte que le sirviera para armonizar con sus virtudes características. Te remito al ensayo anterior para los detalles, aquí empezamos desde donde lo dejamos allí.

El caso es que resulta muy difícil estar seguro de cuál es cada piedra, pues el texto masorético utiliza términos muy genéricos y en algunos casos únicos, hápax, cuyo significado no sabemos traducir con rigor. Pero vamos a intentar deducir las opciones más probables. Por otra parte, aunque conocemos el orden de las piedras, no podemos estar seguros del orden en el que se deben asociar a los hijos de Israel. Analizaremos en este ensayo las posibilidades y la conclusión más probable. Este encaje debería arrojar luz acerca de las propiedades lapidarias, místicas o simbólicas que el autor debió concebir en relación a cada uno de los personajes. Valoraremos esas posibles asociaciones de acuerdo con el retrato que hace de ellos el texto bíblico y procuraremos extraer alguna conclusión acerca de este misterio lapidario tan sugerente.

La primera piedra de la primera fila.

Cotejando las 75 versiones que tengo a mi alcance en inglés y español, de la primera piedra de la primera fila, la piedra 1, tenemos 23 traducciones con sardio o piedra sárdica, 20 con cornalina y 32 con rubí. La Septuaginta traduce sardion, y el texto masorético dice simplemente אֹדֶם ódem, que significa rojizo, utilizado generalmente para referirse a una gema de ese color. De las tres posibilidades, deberíamos descartar el rubí, que es un corindón, probablemente desconocido en tiempos bíblicos, y sospechar que se utilizó en las traducciones por ser tan popular en la modernidad. Las otras dos, en cambio, son ambas calcedonias muy similares, el sardio de color rojo más oscuro y la cornalina más anaranjada, y ambas de similar dureza. El sardio fue muy apreciado en la antigüedad, asociado con la fuerza, la valentía y la protección. La cornalina es más conocida en la actualidad, y el motivo de la traducción podría ser este, aunque se utilizaba en amuletos protectores en Egipto y Mesopotamia, en sintonía con el sardio. Puesto que la traducción de la Septuaginta prefiere el sardio y es del s. III a. C., no tenemos por qué desconfiar de que los autores hicieran bien su trabajo, conociendo la gema a la que los antiguos hebreos se referían cuando decían אֹדֶם ódem. En cualquier caso, parece que se trata de un corindón asociado simbólicamente a la protección.

La segunda piedra de la primera fila.

La piedra 2 es פִּטְדָה pitdá, de significado desconocido en hebreo, y se ha traducido como topacio, esmeralda, crisólito y diamante. La Septuaginta traduce topacio, y no sabemos con qué criterio. Los topacios son fluorosilicatos de aluminio de diversos colores, los más apreciados azules, aunque en la antigüedad es posible que se conocieran más los dorados o verde amarillento. La traducción por esmeralda aquí no parece tener ningún sentido, pues son de color verde profundo, y tampoco el diamante, que proviene de una traducción disparatada que no coincide con ninguna otra versión en ninguna de las doce piedras. El crisólito es también verde amarillento o dorado, y es fácil de confundir con el topacio, pero la Septuaginta lo utiliza expresamente en la piedra 9. Así pues, lo más probable es que la pitdá fuese una gema de color verde amarillento, quizá con tonos dorados, tal vez un topacio, asociado con la claridad y la protección.

La tercera piedra de la primera fila.

La piedra 3 es בָּרֶקֶת barecat, cuyo significado alude a centelleante. Las traducciones más interesantes apuntan hacia esmeralda, berilo, cuarzo amarillo y carbunclo. La Septuaginta dice smaragdinós, lo cual es equivalente a la esmeralda, la cual a su vez es un tipo de berilo. El berilo puede tener tonos verdes, azules o dorados, pero la esmeralda es siempre verde profundo y brillante. El cuarzo amarillo deberíamos descartarlo porque es muy reciente en mineralogía es muy reciente, y puede que la traducción se haya visto tentada por sus tonos dorados brillantes. El carbunclo es un disparate, probablemente un error en la transmisión, pues aparece en la Septuaginta en la posición 4 y no es una gema brillante. Así pues, podríamos quedarnos con un tipo de berilo verde y brillante que podríamos asociar a la esmeralda, al que parece aludir el smaragdinós griego.

La primera piedra de la segunda fila.

La piedra 4 es נֹפֶךְ nófek en hebreo, de una raíz que no se usa y que significa brillar, según Strong. La Septuaginta traduce carbunclo, un término genérico para describir piedras de color rojo profundo y brillante, como el rubí. Se suele asociar al fuego y a la pasión. Otras traducciones apuestan por esmeralda y turquesa. En coherencia con el análisis de la piedra anterior, hemos de decantarnos aquí por el carbunclo.

La segunda piedra de la segunda fila.

La piedra 5 es סַפִּיר sappír, que alude fonéticamente al zafiro. Así lo traduce la Septuaginta y es la traducción claramente mayoritaria. En hebreo proviene de la raíz primitiva סָפַר safár, que significa inscribir o señalar con una marca, probablemente en alusión a la dureza del zafiro, un corindón con 9 puntos en la escala Mohs, es decir, con una dureza excepcional. No cabe duda esta vez de que se trata del zafiro, azul profundo en su versión más conocida, debido a las trazas de hierro y titanio, aunque puede haber de muchos colores.

La tercera piedra de la segunda fila.

La piedra 6 es יַהֲלֹם yajalóm, derivado de la raíz הָלַם jalám, que significa derribar, probablemente aludiendo a una cualidad muy fuerte de la gema. La Septuaginta traduce jaspe, y otras versiones traducen diamante, cristal, moonstone, esmeralda… El diccionario Strong alude a ónice. Como vemos, tenemos de nuevo una variedad absurdamente amplia. Debemos descartar cristal y moonstone, porque son muy frágiles y no encajan con el significado hebreo, y por lo mismo todas las demás opciones que no sean el diamante. En este caso, el premio es para Reina-Valera, que desoyendo la versión de la Septuaginta y de la Vulgata tradujeron con mejor criterio. [Muy buen aporte, Saúl, como siempre. Debería haber incluido esa interpretación. Yo soy partidario de que tal cosa debió ser un corindón puro, es decir un óxido de aluminio, Al₂O₃, sin trazas metálicas. Y lo pienso por lo mismo que tú dices. Tal cosa se conoce popularmente como zafiro blanco, aunque en realidad no tiene color. A la vista es como un diamante, y es casi igual de duro, 9/10. No obstante, es posible que todo esto tampoco lo supiera el autor. Añadiré esta nota al ensayo en su versión textual, que publicaré en mi web en cuanto encuentre esos minutos.]

La primera piedra de la tercera fila.

La piedra 7 es לֶשֶׁם léshem, de significado desconocido. En Septuaginta es ligyrion, que se ha traducido a veces como crisólito, jacinto o ágata. Hay traducciones tan pintorescas como zirconio naranja, ópalo, berilo, turquesa o topacio, donde se pone en evidencia o bien un deseo absurdo de innovación o bien un error de transmisión. No obstante, tampoco sabemos qué significaba en griego ligyrion, lo cual nos deja sin solución en este caso. La piedra 7, comúnmente traducida por jacinto, no sabemos qué puede ser.

La segunda y tercera piedras de la tercera fila.

La piedra 8 es שְׁבוּ shebú, una raíz que no se usa y que podría aludir por su etimología probable a una subdivisión de fulgores o llamas, o quizá a fragmentos. Septuaginta dice amatista, de color violenta intenso con brillos y transparencias que podrían encajar con la etimología hebrea. Muchas traducciones apuntan a ágata, multicolor, con bandas, traslúcida y de suaves reflejos, que encaja perfectamente con esa etimología. Vayamos un momento a analizar la piedra 9, en hebreo אַחְלָמָה ahlamah. Su etimología alude a piedra del deseo. Septuaginta traduce crisólito, un peridoto, que no sabemos cómo puede encajar aquí, si bien la mayoría de traducciones optan, curiosamente, por amatista. Así pues, tenemos que Septuaginta dice amatista y crisólito mientras que la mayoría traduce ágata y amatista. Todo apunta a que alguien ha invertido los términos, o bien Septuaginta, o bien el texto masorético. Por un lado, la amatista aparece con seguridad, pues la alusión etimológica a la piedra del deseo coincide con la creencia antigua en que protegía contra la embriaguez y los deseos incontrolados. Para confirmarlo deberíamos establecer una equivalencia probable entre el ágata y el crisólito, que yo no encuentro: tienen una composición química distinta, colores distintos, opacidad distinta, efectos ópticos distintos y usos distintos en la antigüedad. Así pues, es muy probable que el orden se alterase, pues la amatista encaja bien en la posición 9 y no en la 8, pero parece más razonable que la 8 sea un ágata que un crisólito. Sea como fuere, si tenemos más confianza en el texto masorético que en la Septuaginta, deberíamos preferir como opción más probable 8 ágata y 9 amatista. 

La primera piedra de la cuarta fila.

La piedra 10 es תַּרְשִׁישׁ tarshísh, que es el nombre de un lugar, probablemente el origen de la gema. Septuaginta dice berilo, y así la mayoría de traducciones. No tenemos por qué sospechar en este caso de una traducción mejor. Pero el caso es que el berilo es en realidad un silicato de berilio y aluminio, de la familia de las esmeraldas y aguamarinas, que puede presentarse en muchos colores y que podría haber sido confundido fácilmente en la antigüedad con otras piedras. En griego pudo ser un nombre genérico para las piedras de color verde azulado, desconociendo su química concreta. Así pues, nos quedamos con berilo, aunque solo Moisés sabe a qué se refería.

La segunda piedra de la cuarta fila.

La piedra 11 es שֹׁהַם shóam, de una raíz que no se usa, aunque el diccionario Strong alude a “blanquear” en su posible etimología. Septuaginta traduce ónice y la mayoría de traducciones siguen esa interpretación. El ónice es una calcedonia principalmente negra, de tono vítreo sedoso, que en ocasiones presenta bandas blancas o rojizas. Quizá la etimología hebrea de “blanquear” apunte a esa cualidad. A falta de otra información, debemos sospechar de un ónice rallado, negro y con sus características bandas blancas.

La tercera piedra de la cuarta fila.

La piedra 12 es יָשְׁפֵה yashfé, de una raíz que no se usa, aunque el diccionario Strong cree que puede tener su origen en “pulir.” Septuaginta traduce chrysoprasos, que es una crisoprasa en español, un tipo de calcedonia con presencia de níquel, lo cual le da un aspecto vítreo y sedoso de color verde claro. De ahí la etimología griega, chryso (dorado) y prasos (puerro), verde con matices amarillos claros. La mayoría de traducciones modernas prefieren el jaspe, que también es una calcedonia, es decir un cuarzo microcristalino con dureza, transparencia y brillo similar a la crisoprasa, solo que el jaspe es una gema más genérica, que puede contener otros metales y presentar tonos diferentes al verde. Podríamos decir de forma relajada que la crisoprasa es un tipo de jaspe. Así pues, si confiamos en los traductores de la Septuaginta, es probable que la piedra 12 fuera una crisoprasa, aunque algunos traductores prefiriesen el jaspe, por ser más genérico, conocido y parecido a la fonética del término hebreo yashfé.

¿Cuáles eran las doce piedras?

En resumen, estas debieron ser, probablemente las doce piedras ordenadas:

  1. sardio,
  2. topacio,
  3. esmeralda,
  4. carbunclo,
  5. zafiro,
  6. diamante,
  7. léshem,
  8. ágata,
  9. amatista,
  10. berilo,
  11. ónice rallado,
  12. crisoprasa.

Propiedades lapidarias.

Las propiedades simbólicas, místicas, sobrenaturales o como se quieran llamar de las gemas y piedras preciosas dependen del lapidario que queramos consultar, y las diferentes tradiciones culturales disponen de su propia versión, y todas ellas carecen de consenso. No disponemos de un canon lapidario judío o hebreo antiguo ni nada que se le parezca, así que solo podemos aportar una lista general de propiedades simbólicas que de a través de una fuente u otra se han asociado a estas piedras. Vamos allá.

  1. Sardio: es un corindón rojo intenso y traslúcido, comúnmente asociado a la pasión, la valentía y el coraje, también a la purificación mediante el fuego, o también al amor sentimental o a la entrega sacrificial, en sintonía con la sangre.
  2. Topacio: es un fluorosilicato de aluminio, este probablemente verde amarillento y dorado, relacionado con la claridad mental y la sabiduría, la alegría y la prosperidad y también la protección divina.
  3. Esmeralda: es un berilo verde intenso, relacionado con la regeneración y fertilidad, la esperanza, la clarividencia y el equilibrio interior.
  4. Carbunclo: es una gema genérica de color rojo profundo, con una simbología similar al sardio, quizá más cercana a la sangre.
  5. Zafiro: es un corindón azul profundo, evoca lealtad, sinceridad, inspiración, pureza y protección espiritual.
  6. Diamante: es una estructura cristalina de carbono, sin duda, alude a la pureza y a la incorruptibilidad, a la fortaleza contra el mal y a la claridad divina.
  7. Léshem.
  8. Ágata: es una calcedonia multicolor traslúcida, con franjas, asociada con la estabilidad emocional, la elocuencia y la persuasión, además de la protección en general. 
  9. Amatista: es un cuarzo violeta intenso, asociado a la sobriedad y la templanza, a la realeza, a la calma mental y a la trascendencia.
  10. Berilo: es un silicato de berilio y aluminio de color verde azulado brillante, relacionado con la claridad de pensamiento, la protección en los viajes, la fidelidad y la buena suerte.
  11. Ónice rallado: es una calcedonia negra con bandas blancas, vítrea y sedosa, símbolo de la autodisciplina, la serenidad y la fortaleza interior.
  12. Crisoprasa: es una calcedonia verde claro, vítrea y sedosa, evocadora de la esperanza y la alegría, la concordia, la confianza y la autoestima.

El orden de las doce tribus.

El interés de identificar las doce piedras radica en poder asociarlas a los doce hijos de Jacob, es decir, a las doce tribus de Israel. Las distintas tradiciones han establecido diversas correspondencias entre cada piedra y una tribu en particular pero sin consenso común. El simbolismo lapidario del pectoral no solo resalta la unidad y diversidad del pueblo, sino que también sugiere que cada tribu posee cualidades y dones propios, y que todas juntas conforman la totalidad de la comunidad elegida.

Los órdenes lógicos en los que podríamos pensar son aquellos en los que se citan las doce tribus en la Biblia:

  • cronológico por nacimiento (Gn 29-32).
  • según la bendición de Jacob (Gn 49).
  • censo de las tribus de Israel (Nm 1).
  • según la disposición del campamento (Nm 2).
  • según la bendición de Moisés (Dt 33).
  • según la división de la tierra prometida (Js 13-19).
  • según los jefes de las tribus (1 Cr 27).
  • según las tribus selladas (Ap 7).
  • arbitrario.

Puesto que el orden de las bendiciones de Jacob y Moisés no coincide, hemos de descartar ambos, pues no sería lógico que el orden del pectoral, preciso y concreto, se asocie a un orden de bendición que no guarda ningún criterio común entre los dos patriarcas. A mayores, el orden de Moisés no cita a Simeón, lo cual lo descarta de antemano. 

Por otra parte, el orden del censo o del campamento en Nm no menciona a los doce hijos de Israel, pues faltan José y Leví, sustituidos por Efraín y Manasés. En la descripción del pectoral se dice textualmente “las piedras serán según los nombres de los hijos de Israel, doce según sus nombres”, lo cual obliga a descartarlos. Lo mismo sucede con la división de la tierra prometida.

Además de otras inconsistencias, los órdenes de Cr y Ap son muy tardíos y no parece lógico pensar que influyeran al autor de la descripción del pectoral. Recíprocamente, no hay indicios en Cr ni en Ap para pensar que el orden del pectoral influyó en su redacción. Así pues, no tenemos razones para asociarlos.

En definitiva, solo caben dos alternativas lógicas: el orden de nacimiento o un orden arbitrario. Dentro de la hipótesis arbitraria cabría cualquier orden que no se nos ocurre, pero seguro que a alguien se le ocurre. 

Orden cronológico de los hijos de Israel.

El orden de los hijos de Jacob es clarísimo en Génesis y no ofrece controversia posible, salvo que se interprete que el autor se equivocó en la narración o que los pasajes de Gn 29-30 están interpolados por un autor que desconocía el orden correcto. Es el siguiente.

Gn 29:32-35

Rubén, Simeón, Leví, Judá, con Lea.

Gn 30:6-8

Dan y Neftalí, con Bilha.

Gn 30:11-13

Gad y Aser, con Zilpa.

Gn 30:18-20

Isacar y Zabulón, con Lea, después de las mandrágoras.

Gn 30:24

José, con Raquel.

Gn 32:18

Benjamín, con Raquel.

Asociación de las doce piedras y los doce hijos.

Llegados a este punto, solo queda pendiente ver si las propiedades lapidarias simbólicas de las gemas encajan de algún modo con los doce hijos de Jacob, y, a ser posible, en su orden cronológico.

  1. Sardio y Rubén. Podrían encajar en relación a la pasión amorosa que demuestra en Gn 35:22, cuando se acostó con Bilha, la concubina de su padre. 
  2. Topacio y Simeón. Podrían relacionarse como contraste. Simeón es retratado como símbolo del exceso y la violencia, y el topacio podría proporcionarle la claridad mental que necesitaba, y la sabiduría para conducirse con prudencia.
  3. Esmeralda y Leví. En este caso encaja bien el concepto de regeneración por el cual Leví pasa de ser un asesino impetuoso a ser el padre de la casta sacerdotal. Resuena muy bien el concepto de clarividencia, siendo los levitas los que disponen del pectoral del juicio y del contacto exclusivo con Yahvé.
  4. Carbunclo y Judá. Podrían relacionarse con el concepto de pasión y fuerza, ya que la tribu de Judá tendrá el liderazgo desde Josué para conquistar la tierra prometida y gobernar a los israelitas.
  5. Zafiro y Dan. Se encuentran en el concepto de lealtad, pureza, inspiración y sinceridad que han de ser propias de una persona que juzga, como describe Jacob en su bendición.
  6. Diamante y Neftalí. La incorruptibilidad y la fortaleza simbólica del diamante puede necesitarlas Neftalí, cuyo nombre alude a lucha y contienda.
  7. Léshem y Gad. No sabemos qué será el léshem, pero Gad tiene un carácter guerrero, fiero como un león que siempre prevalece, y su nombre alude a la buena fortuna.
  8. Ágata y Aser. El personaje se asocia con la felicidad y la abundancia, no sé de qué modo se puede vincular con la simbología del ágata, relacionada con la estabilidad emocional, la elocuencia, la persuasión y la protección en general, pero seguro que tú puedes imaginar una manera de atarlos. 
  9. Amatista e Isacar. El asno fuerte quizá pudiera relacionarse con la sobriedad, la calma mental, y la claridad mental de la amatista al entendimiento de los tiempos que se atribuye a los hombres de Isacar.
  10. Berilo y Zabulón. Coinciden en la buena suerte y la protección en los viajes, toda vez que la vocación de la tribu será el comercio marítimo y la apertura hacia otros horizontes.
  11. Ónice rallado y José. Quizá el relato de José en Gn sea un buen símbolo de serenidad y fuerza interior, que supo recomponerse de las traiciones de sus hermanos y de los reveses del destino para convertirse en gobernador de Egipto.
  12. Crisoprasa y Benjamín. Aunque por los pelos, Benjamín podría evocar la esperanza y la alegría de Jacob, pues siempre fue el afortunado y predilecto. De algún modo, también la confianza que siempre se depositó en la tribu para socorrer en tiempos de necesidad.

Conclusión.

Como habrás visto, hemos calzado a la fuerza las propiedades simbólicas lapidarias de las doce gemas con los doce hijos de Jacob. Con el mismo rigor, es decir, sin ninguno, podríamos alterar el orden de asociación e imaginar un paralelismo diferente. Voy a hacer un ejercicio literario de asociación alternativa para ejemplificarlo. He pedido al azar dos números del 1 al 12, y he obtenido el 8 y el 5, la gema ágata y el personaje Dan. Recordemos que el ágata está relacionada con la estabilidad emocional, la elocuencia, la persuasión y la protección en general. Pues bien, empiezo la simulación: “el ágata, con sus bandas y capas, simboliza dualidad y astucia, cualidades que encajan con Dan, pues como se dice en Gn 49:17, es ‘serpiente junto al camino, que muerde los talones del caballo’. Esta piedra, usada para la claridad y el discernimiento, refleja el papel de Dan en la historia de Israel, un juez entre su pueblo, como su propio nombre indica y así lo reflejó Jacob en su bendición.” Te invito a que me dejes en los comentarios una propuesta combinatoria alternativa y apuesto a que sabré encontrar una interpretación que suene convincente.

En definitiva, el caso es que desconocemos los tres factores que se entrelazan para dirimir esta cuestión tan espinosa. Por un lado, desconocemos cuáles son las piedras, y solo podemos intuir posibilidades, ya que el rigor metalográfico del autor de Éxodo no es mejor que su rigor histórico. Por otro, desconocemos el orden que el autor supone para las doce tribus, pues no lo menciona. Y, por último, desconocemos el significado simbólico que el autor atribuía a cada una de estas gemas. 
Es posible que las omisiones se deban al conocimiento obvio de sus lectores, es decir, que cuando el autor se refería a léshem todos sus lectores le entendían, y cuando decía los doce hijos de Israel todos tenían claro cuál era el orden, y, a su vez, todos sabían las propiedades simbólicas de cada piedra dentro de su entorno cultural. Sin embargo, me temo que después de hacer este análisis debo concluir que no existe tal conexión simbólica entre las piedras y las doce tribus. Es decir, creo que el autor no pretendió describir ninguna conexión simbólica concreta. La razón es meramente literaria: sería incoherente con el estilo del pasaje. Recordemos que el autor describe con un detalle abrumador todos los elementos del tabernáculo, del arca, del propiciatorio, del efod, de la diadema de Aarón, que derrocha explicaciones sobre la forma, el color y los materiales de las lazadas de la última cortina de la primera unión con una prolijidad casi absurda. Hay un sinfín de páginas para detallar con una precisión innecesaria los matices más ridículos. Es difícil concebir que no tuviese la paciencia de escribir el nombre de cada personaje asociado a cada piedra. Cabría sospechar, inicialmente, que las gemas están asociadas por su simbolismo a las características de cada personaje, siempre y cuando el autor maneje los criterios literarios con honestidad para con el lector. Pero no parece ser el caso. Parece que el pectoral del juicio debía llevar doce gemas, de lo más exótico y lujoso, cada una con el nombre de un hijo de Israel, asociado a un significado misterioso que nunca concibió. El mismo significado misterioso que tienen las cincuenta lazadas azules de la última cortina de la segunda unión que pasarán por corchetes de oro. El mismo significado enigmático de la sangre del segundo carnero en el lóbulo de la oreja derecha, en los pulgares derechos y en los dedos gordos derechos de los hijos de Aarón. El mismo: ninguno.

*

Si quieres estar al tanto de mis publicaciones solo tienes que dejar tu correo y te llegará una notificación con cada texto nuevo:

*

Si te gusta mi trabajo y eres tan amable de apoyarlo te estaré siempre agradecido. Así me ayudarás a seguir creando textos de calidad con independencia. Te lo recompensaré.

Puedes suscribirte por 2 € al mes. A cambio tendrás acceso a todo el contenido exclusivo para suscriptores y te librarás de la publicidad en la página. También recibirás antes que nadie y sin ningún coste adicional cualquier obra literaria que publique en papel. Puedes abandonar la suscripción cuando quieras, no te guardaré ningún rencor.

Deja un comentario

search previous next tag category expand menu location phone mail time cart zoom edit close