Evolución literaria de la Pascua cristiana

«En verdad, en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto.»

Jn 3:11
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Presentación.

El rito de la Semana Santa, o Pascua cristiana, representa, a modo de recuerdo simbólico, los últimos momentos de la vida de Jesús, desde su última cena, pasando por la pasión y muerte, hasta su resurrección. La importancia para el cristianismo de esos últimos días dio lugar, con el paso del tiempo, a la institucionalización de la liturgia asociada al ritual, de donde surgió también el rito de la Eucaristía dominical como símbolo de la transubstanciación. Este rito de la Pascua cristiana enlaza con la Pascua judía o pésaj, toda vez que toma el mismo nombre y, además, Jesús era un rabí judío. En este ensayo vamos a analizar cómo se construye el relato de la Pascua cristiana a lo largo de los libros del Nuevo Testamento, para descubrir que la esencia teológica de esas dos fiestas es radicalmente distinta y, en especial, que la asociación de ambas celebraciones es literaria, y no necesaria.

Introducción.

La Pascua judía celebra la liberación del pueblo hebreo de su esclavitud en Egipto en tiempos de Moisés. Como explicamos en nuestro ensayo anterior, el texto de Ex 12, redactado muchos siglos después de los hechos que narra, construye un mito fundacional para reinterpretar un ritual de sacrificio que ya estaba consolidado entre los hebreos, un ritual cuya esencia original no guardaba relación con Yahvé. A partir de los textos del Nuevo Testamento, la teología cristiana primitiva interpretó la muerte de Jesús como un símbolo del sacrificio pascual, como cordero divino que se inmola para la libertad, no ya del pueblo hebreo de su esclavitud en Egipto, sino de forma mucho más trascendental: la liberación de todos los pecados de la humanidad y para siempre. La liturgia de la Pascua judía de sacrificar un cordero y comer panes sin levadura evolucionó hasta convertirse en la Eucaristía de todos los domingos, donde el pan y el vino representan el cuerpo y la sangre de Jesucristo, cuya muerte simboliza el cordero sacrificial. 

Sin embargo, a diferencia del rito judío, el rito cristiano se constituye de forma natural, diseñando el ritual a partir de unos hechos memorables, mientras que el judío se constituye de forma literaria, diseñando los hechos que habrán de ser memorables a partir del ritual. Como ya explicamos, el texto de Ex 12 hace explícito el ritual y la liturgia por mandato divino antes de que sucedan los acontecimientos que habrán de celebrarse, y recuerda con insistencia cómo ha de hacerse y qué hay que decir cuando te pregunten por qué. Es decir, el texto de Éxodo descubre los detalles del ritual. La Pascua cristiana, por el contrario, construye su liturgia a posteriori de los hechos, no por mandato divino, sino como interpretación simbólica de lo sucedido. Lo cual no significa que una cosa sea mejor que la otra, ni más honesta, ni menos valiosa. A nosotros no nos interesan esos juicios, sino entender los textos. Cada uno sabrá después en qué emplear ese conocimiento.

No obstante, la interpretación teológica del cristianismo primitivo se esforzó en vincular la muerte y resurrección de Jesús con el rito pascual judío, pese a que la esencia de ambos rituales persiguen objetivos radicalmente distintos. Quizá el entorno judío en el que se desarrolló el cristianismo, y el hecho de que Jesús fuese judío hasta después de muerto, invitó a forzar esa asociación. A continuación procuraremos revisar los textos del Nuevo Testamento que inspiran esas ideas para descubrir cómo se fueron forjando los dogmas cristianos de la Pascua a partir del ritual judío, cuya construcción no fue tan natural como podríamos pensar, sino más bien literaria.

Cronología y fechas de redacción.

Quien no está familiarizado con el estudio bíblico piensa que la primera referencia a la Pascua cristiana aparece en el Evangelio de Mateo, cuando se describe la última cena. Sin embargo, no es así. Los textos que mejor desarrollan el tema que nos ocupa son los cuatro Evangelios y la primera carta de Pablo a los corintios. Conviene, por tanto, situar cronológicamente los libros de acuerdo con el consenso académico mayoritario.

1 Cor, año 57.

Mc, c. año 70.

Mt, c. año 80.

Lc, c. año 90.

Jn, c. año 100.

Como vemos, los textos se escribieron a lo largo de medio siglo, aproximadamente, por autores que, con independencia de su identidad real, no fueron testigos de los acontecimientos que narran, esto es, no conocieron a Jesús. Esta obviedad no puede olvidarse, so pena de confundir los diálogos imaginados por los evangelistas con las palabras textuales de Jesús. La lectura crítica ayuda a separar la parte histórica y verosímil, de los añadidos gratuitos o interesados de los autores. En consecuencia, lo primero que debemos estudiar es el material de Pablo para entender de dónde partimos.

Jesús como cordero pascual, según Pablo.

En las cartas de Pablo están las bases de casi toda la teología cristiana posterior. En el caso que nos ocupa no es diferente. La primera alusión a la Pascua la encontramos aquí.

1 Cor 5, 6-8: 

“¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? Expurgad la levadura vieja para que seáis masa nueva; pues sois panes ázimos. Pues nuestra Pascua, el Mesías, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta no con vieja levadura, ni con levadura de la malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad.”

Como vemos, Pablo tiene un estilo de retórica metafórico y culto, que evoca con dos pinceladas la tradición hebrea de la fiesta de los panes sin levadura a modo de parábola, dicho esto en el mejor de los sentidos. La imagen tiene una fuerza poética maravillosa, pues todos sabemos que con una pizca de masa madre se fermenta cualquier cantidad de pan en poco tiempo. Con gran habilidad, Pablo recoge la idea y la asocia negativamente con la fiesta hebrea de los panes sin levadura y establece la metáfora de que los corintios son panes ácimos, de pureza y verdad, y no deben dejarse contaminar por ningún rebelde, pues uno solo es capaz de descarriar a toda la comunidad. Para anclar la metáfora al mensaje de Jesús, establece una nueva metáfora más poderosa si cabe, arguyendo que la víctima pascual ya ha sido inmolada, Jesús ya ha muerto, y es el momento para iniciar el periodo de los panes ácimos, tiempo de liberación, el momento de no dejarse corromper por nadie. El contexto metafórico y el estilo literario habitual de Pablo invitan a entender el símbolo de forma alegórica, no literal. Es decir, Pablo no insinúa que Jesús era el cordero pascual y fue sacrificado como tal, del mismo modo que los corintios no son los panes ácimos que alguien se va a comer. Por tanto, tampoco se puede deducir de esto que Pablo consideraba superado el rito judío de la Pascua y estaba proponiendo una nueva celebración. Sin embargo, como veremos más adelante, es posible que sirviese de inspiración a los evangelistas. 

El pan y el vino, según Pablo.

Más adelante, leemos lo siguiente.

1 Cor 10, 16:

“la copa de bendición que bendecimos ¿no es comunión con la sangre del Mesías? El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo del Mesías?”

De un modo semejante, esta cita de Pablo parece haber servido de inspiración para institucionalizar el concepto de la transubstanciación. Sin embargo, una interpretación literal también es demasiado arriesgada. El contexto de la cita invita a pensar de nuevo en la metáfora. Veamos cuál es. Pablo se queja de que los corintios conversos se reúnen para comer y celebrar su fe en Jesús, pero que en ocasiones olvidan la solemnidad del momento y se apresuran a comer y a beber sin decoro. De esta suerte, nos informa de que estos primeros conversos ya hacían reuniones y comidas en relación a Jesús, tal vez en conmemoración de su última cena, pero sin la liturgia y el simbolismo que irá tomando con el tiempo. En ese mismo contexto, Pablo amonesta a los corintios diciéndoles “huid de la idolatría.” Es ahí donde se inserta la cita del vino y el pan, que utiliza de forma simbólica para disuadir a los corintios de mantener ritos de alimentación paganos, aunque no lo hagan con mala intención, pues son incompatibles con la fe en Cristo. Es decir, Pablo es consciente de que los corintios conversos todavía participan de rituales alimenticios paganos, y les invita a abandonarlos con su habitual estilo metafórico: cuando nos juntamos aquí a cenar, ¿no es en recuerdo de Jesús? ¿Entonces cómo vamos a ir luego a una bacanal dionisíaca? Así utiliza la metáfora: ese pan y vino que comparten en recuerdo de Jesús les ubica en relación espiritual con él, y no se debe contaminar esa idea tan limpia con los rituales alimenticios paganos, aunque se hagan por costumbre y sin mala fe.

En cualquier caso, más adelante Pablo desarrolla la idea añadiendo más leña al fuego.

1 Cor 10, 23-26: 

“porque yo recibí del Señor lo que os transmití: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: este es mi cuerpo por vosotros; haced esto en recuerdo mío. Asimismo también la copa después de cenar diciendo: esta copa es la nueva alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío. Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga.”

La primera frase es importante, pues Pablo asegura que lo que dice le fue revelado personalmente por Jesús, que se dice pronto. Sin embargo, esa ocurrencia solo puede ser paulina, puesto que la ingesta del cuerpo divino y beber sangre no solo no encajan con la ideología judía de tiempos de Jesús sino que constituyen un tabú insuperable. Además, la sugerencia de “en recuerdo mío” y el cierre premonitorio de “hasta que venga” son citas que no pudo haber pronunciado Jesús de forma verosímil. Es decir, Pablo está utilizando de nuevo su retórica y estilo alegórico para seducir a los corintios, poniendo en boca de Jesús un juego metafórico muy convincente. Es posible que la cercanía de Corinto a los cultos mistéricos, en los que se realizaba una comunión con dios mediante la ingesta de carne simbólica, favoreciese el uso de estos recursos retóricos de Pablo. También podía ser una estrategia para acercar el ritual de los sacrificios en el Templo de Jerusalén a los corintios, donde el pan y el vino podrían ser un sustituto simbólico, sin que con ello Pablo pusiera en duda la legitimidad del rito judío. 

En resumen, Pablo aprovecha un momento en que los corintios se reúnen para celebrar la memoria de Jesús para advertirles que deben otorgarle mucha más importancia al hecho en sí, pues el vino y el pan representan simbólicamente su propio cuerpo y su propia sangre en un pacto con dios renovado. Esa nueva alianza no puede entenderse en un sentido de cambio radical, como después articulará el cristianismo posterior, sino más bien como una novación del trato con dios en la línea profética de Jeremías y Ezequiel. Ni Pablo ni Jesús podrían haber propuesto una sustitución semejante en el seno de sus creencias. Sea como fuere, el hecho de que arranque subrayando que fue Jesús quien se lo dijo en persona y la insistencia en que Jesús quería que se reuniesen en su memoria ayudan a entender la esencia del mensaje: hay que hacerlo con solemnidad y abandonar los ritos paganos, como dicen los mandamientos. No obstante, las metáforas de Pablo fueron muy inspiradoras, como vamos a ver.

La última cena, según Marcos.

En el capítulo 14 del evangelio de Marcos, redactado alrededor del año 70, al menos diez años después de la carta anterior de Pablo, se narra la última cena de Jesús de forma sucinta. Mc introduce la novedad de que la cena sucede el primer día de los ázimos, es decir, el día de preparación de la Pascua judía, cuando se sacrifican los corderos. Mt y Lc mantienen esa idea, pero no así Jn, que adelanta el hecho un día o dos, haciendo coincidir la muerte de Jesús con el sacrificio de los corderos. Ese artificio literario es crucial para entender su intención.

Veamos uno de los pasajes más controvertidos y difíciles de interpretar de todo el Nuevo Testamento. 

Mc 14, 22-25: 

“Y cuando estaban cenando tomó pan, lo bendijo, lo partió, se lo dio y dijo:

―Tomad, esto es mi cuerpo.

Y tomando una copa, dio gracias, se la dio y todos bebieron de ella. Entonces les dijo:

―Esta es mi sangre de la Alianza derramada por muchos. En verdad os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en el que lo beba de nuevo en el reino de Dios.”

Observamos que Mc utiliza la asociación simbólica de Pablo, pan y vino, cuerpo y sangre, y adorna el discurso con una solemnidad ritual, quizá más profunda que la que Pablo pedía a los corintios. Resulta obvio que el autor de este texto no conservaba las palabras textuales de Jesús, como así lo demuestra la muletilla “en verdad os digo”, refuerzo estilístico que delata lo inverosímil de la cita. Por tanto, lo importante no es el testimonio de Jesús, sino el mensaje que pretende transmitir el autor, como siempre: el rito del pan y el vino representan el cuerpo y la sangre de Jesús, derramada por muchos, y en la última cena sabía que iba a morir y a resucitar en el reino de Dios. La redacción es tan sucinta que el significado de los detalles resulta ambiguo, cuando no enigmático. Por desgracia, Mc no aporta más información sobre la última cena. Sea como fuere, de este relato no podemos deducir la asociación entre la última cena y la Pascua judía.

Las aclaraciones de Mateo.

Veamos qué novedades aporta el Evangelio de Mateo, redactado alrededor del año 80.

Mt 26, 26-29: 

“Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan, pronunció la bendición, lo partió y al darlo a los discípulos les decía: 

―Tomad y comed, este es mi cuerpo.

Y tomando una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:

―Bebed de ella todos, pues esta es mi sangre de la Alianza, derramada en favor de muchos para perdón de los pecados. Os digo, a partir de este momento ya no voy a beber más de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba, nuevo, con vosotros en el reino de mi padre.”

Observamos que Mt sigue la línea de Mc. Aprovecho para insistir en lo importante de estudiar los textos en su orden cronológico, pues si leemos este pasaje de Mt antes que el de Mc y las cartas de Pablo se distorsiona el sentido del conjunto. 

La novedad que aporta Mt es que la sangre derramada será para perdón de los pecados. Se podía intuir en Mc una sangre redentora, pero aquí es explícito y no deja lugar a dudas. Con el mismo estilo que Mc, Mt también se apoya en la muletilla “os digo”, lo cual delata de nuevo la voz del autor, y no del testimonio. Aquí el reino en el que resucitará Jesús será el de su padre, no simplemente el de Dios, dando un paso más hacia la divinización de Jesús o, al menos, aclarando su esencia divina. Así pues, el recuerdo que conserva Mt sobre la última cena es igual de breve que el de Mc, y apenas sirve para aclarar este par de puntos que podrían haber quedado ambiguos en el Evangelio precedente. 

Los añadidos de Lucas.

El evangelio de Lucas, redactado alrededor del año 90, reinterpreta la historia de la última cena de un modo muy personal, aportando varios elementos nuevos al relato. 

Lc 22, 14-20:

“Y cuando llegó la hora, se recostó a la mesa, y los apóstoles con él. Les dijo:

―He deseado ansiosamente comer esta Pascua con vosotros antes de padecer. Porque os digo que no la comeré más, hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios. 

Y tras recibir una copa, dio gracias y dijo:

―Tomadla y compartida entre vosotros, pues os digo que a partir de ahora no beberé del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.

Tomando pan y dando gracias, lo partió y se lo dio diciendo:

―Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en mi memoria. 

De igual modo, llenó la copa, después de cenar, diciendo:

―Esta copa es la nueva alianza por medio de mi sangre, derramada por vosotros.”

Aunque en esencia Lc no dice nada nuevo, observamos en este texto un esfuerzo por matizar el relato de los evangelistas anteriores y unos sutiles añadidos que conducen al lector a una interpretación teológica que eleva la figura de Jesús. Si no podíamos confiar en la verosimilitud del testimonio en Mc ni en Mt, todavía menos en Lc, muy alejado de los tiempos de Jesús, en el que la omnipresente muletilla “porque os digo” o la anticipación profética del suplicio son muy reveladoras de la intención del autor. En cualquier caso, Lc añade “cuando llegó la hora”, aportando solemnidad al momento. Añade el ansia de Jesús por comer esa Pascua, reforzando la idea de que se trata de una cena pascual. Incluye “antes de padecer”, una premonición novedosa que subraya la importancia del momento, evocando tal vez su sacrificio simbólico. El detalle de “hasta que tenga su cumplimiento”, sin detenernos ahora en matices lingüísticos, recuerda al cumplimiento de la ley de Moisés, con una carga simbólica ausente en los relatos anteriores. En la misma línea, aclara que el cuerpo “se entrega por vosotros”, es decir, se sacrifica voluntariamente. Vemos que la sangre no solo será derramada para redimir los pecados, como decía Mt, sino que habrá un sacrificio solemne de redención, cuyo recuerdo deberá concretarse en un ritual de pan y vino con la misma solemnidad, “haced esto en mi memoria”. Esa idea sutil ya estaba en Pablo, aunque la olvidaron los evangelistas anteriores. 

Como decía, en apariencia no hay elementos nuevos, pero sí se introducen varios matices con la intención de ajustar la última cena a la Pascua judía, de forma que el momento adquiera una solemnidad sublime y que se pueda entender la muerte de Jesús como un sacrificio voluntario equivalente al sacrificio del cordero pascual judío. No por casualidad, Lc reordena el rito del vino y el pan para ajustarlo al orden judío, mientras que sus predecesores habían partido primero el pan y después alzado la copa, contra la prescripción tradicional. Tampoco es inocente la alusión textual a la Pascua, que omitían los primeros Evangelios. Cabría preguntarse por qué tanto esfuerzo para que parezca una cena Pascual, ¿acaso no lo fue?

No parece una cena pascual judía.

A la luz de los Evangelios sinópticos, no parece que fuese una cena pascual judía, pese a que los tres dicen que fue el primer día de los ázimos. Veamos algunas incoherencias, sin ser exhaustivos. Solo aparece una copa de vino, cuando en el rito judío del s. I deberían ser cuatro. Están a medias de la comida, en lugar de en un momento solemne al principio o al final. El orden con el que se toma primero el pan y luego el vino es contrario al orden del séder pascual en Mc y Mt, si bien Lc lo reordena. No comen cordero, que es el centro del ritual. Con una fuerza incontestable, el tabú de beber sangre no podía estar presente en ese rito judío. En paralelo, podemos leer que se reúne el sanedrín, Simón de Cirene vuelve del campo, supuestamente de trabajar, algunos sacerdotes judíos asisten a la crucifixión, y esta se ejecuta en un día sagrado. Estos detalles de contexto pueden pasar desapercibidos, pero no encajan con la tradición judía de la Pascua. De hecho, contradicen la ley de Moisés. No podemos dejar de mencionar que los tres Evangelios sinópticos dicen árton para referirse al rito del pan, que en griego significa pan en general, pero cuya etimología alude a pan leudado, en lugar de decir ázymos, que en griego significa pan sin levadura. Los tres escriben que la cena ocurre el primer día de los ázymos, pero los tres escriben que se come árton. No puede descartarse, por tanto, un desliz cultural durante la reconstrucción literaria de la escena.

En definitiva, observamos que los tres Evangelios sinópticos aluden a la cena pascual y van añadiendo elementos que refuerzan esa idea. Es muy probable que exista un estrato escatológico histórico, es decir, que Jesús celebrase con sus discípulos una cena solemne de despedida ante su sospecha de muerte, desde su perspectiva de pretendiente mesiánico. Sin embargo, da la sensación de que los evangelistas adornaron el texto imaginando las palabras que debió pronunciar Jesús para que encajasen con la simbología del rito pascual judío, forzando quizá demasiado las palabras de Pablo en 1 Cor. 

De hecho, el único elemento que sostiene tal cosa es que Mc dice que esa última cena fue el primer día de los ázimos y Mt y Lc lo repiten. Esto no debería tener mayor trascendencia, ni para la literatura ni para la fe de nadie, pero nos debe ayudar a entender cómo se construyó el rito de la Pascua cristiana, y la ausencia de vínculo necesario con la Pascua judía, como insinuamos al principio.

El Cordero de Dios, según Juan.

El Evangelio de Juan, redactado alrededor del año 100 o quizá después, es el más independiente de todos, como tú bien sabes. No cabe esperar de él sino una revisión del material previo, y no defrauda en ese punto. El capítulo 13 versa sobre la última cena y no se parece en nada a los anteriores: además de extender mucho el relato, omite los elementos fundamentales de los sinópticos: el pan y el vino.

Podemos observar un estilo literario completamente distinto, en el que se obliga al lector a interpretar los hechos del modo adecuado.

Jn 13, 1:

“sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre”. 

Ese tipo de aclaraciones ayudan a entender en qué consiste el trabajo del autor: explicar y racionalizar hechos de los que no fue testigo, añadiendo de su pluma unas justificaciones que fuercen al lector a interpretar el texto de acuerdo a su doctrina. En esta línea creativa, es elocuente la mención del Diablo.

Jn 13, 2:

“… cuando ya había metido el Diablo en el corazón de Judas…” 

El caso es que Jn reescribe la última cena con otro estilo y un objetivo distinto. No solo no menciona el pan y el vino, núcleo central de los otros evangelios, sino que adelanta la cena uno o dos días antes de los ázimos, para hacer coincidir después la muerte de Jesús con el momento del sacrificio del cordero pascual. 

Respecto a la verosimilitud del testimonio, resulta tan escasa en la narración de Jn que necesita de la muletilla “En verdad, en verdad os digo”, una especie de énfasis hiperbólico sobre las muletillas de sus predecesores. Hasta tres veces la utiliza en apenas seis versículos. “En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar.” Ninguno de los anteriores evangelistas se atrevió a escribir tales premoniciones. Es deslumbrante la cita “Y después del bocado Satanás entró en él”, una información que, curiosamente, solo tuvo Juan. “En verdad, en verdad te digo: no cantará un gallo antes de que me niegues tres veces.” 

Esta aclaración sobre la verosimilitud del relato de Jn no es gratuita. La considero importante para entender el ámbito de intenciones doctrinales en el que escribe. En capítulos previos, podemos observar la fuerza trascendental con la que se aleja de las palabras de Pablo y propone una visión teológica mucho más radical.

Jn 6, 53-56:

“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Pues mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él.”

Como vemos, la metáfora y el simbolismo paulinos han quedado diluidos para cristalizar en un rito palpable y tangible con un significado escatológico y trascendental. No en vano, el Evangelio de Juan recoge la metáfora de Pablo en 1 Cor sobre la vinculación entre la víctima pascual y el Mesías y la desarrolla con una fuerza descriptiva asombrosa. No es en este fragmento de la última cena, pero en Jn 16 se alude de forma explícita a que la muerte de Jesús se ejecutó de forma que se cumpliera la Escritura, sin que se le quebrase ningún hueso, como en el rito judío del cordero pascual. No de forma ingenua, al principio del Evangelio se propone la idea fundamental con una contundencia abrumadora.

Jn 1, 19:

“He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo.”

Es en este punto, de forma maravillosa e inesperada, cuando Juan reinterpreta toda la literatura anterior del Nuevo Testamento para hacer encajar la Pascua judía con el sacrificio de Jesús. La eliminación del pan y el vino de la última cena no es caprichosa, esos signos ya han sido absorbidos en el sacramento de vida eterna, y la Pascua judía queda definitivamente integrada en la nueva Alianza de Jesús. Juan, con un simbolismo audaz y novedoso, pone patas arriba la antigua religión y propone un nuevo paradigma.

Conclusión.

La lectura e interpretación literaria del material del Nuevo Testamento es sumamente compleja, toda vez que los textos no están ordenados cronológicamente, no se conservan algunos de ellos, otros están manipulados y, en todo caso, se escribieron a lo largo de un periodo muy amplio de tiempo por autores que no conocieron a Jesús, cada uno con una perspectiva diferente acerca de la doctrina que debía imperar en relación a la fe en el Mesías.

Hemos podido comprobar que es muy difícil vincular con coherencia la Pascua judía y la Pascua cristiana, puesto que la última cena de Jesús no parece que celebrase el rito pascual, habida cuenta de los múltiples detalles que o bien están ausentes o bien contradicen directamente la prescripción judía. En nuestra opinión, esa vinculación es muy forzada, y cristaliza plenamente hasta el Evangelio de Juan. Para la perspectiva cristiana actual esta asociación con el rito judío puede tener escasa importancia, pero en el contexto de redacción debió ser sumamente relevante, pues Jesús no podía ser el Mesías redentor de las profecías si sus hechos no se atenían a los cumplimientos de las Escrituras. Tal vez por ello resultó imprescindible envolver sus últimos días de vida de asociaciones pascuales que justificasen la nueva Alianza sin lugar a dudas.

Observamos que en el primer texto donde se alude a la última cena, 1 Cor de Pablo, la mención del pan y el vino y la asociación de Jesús con el cordero pascual aparecen de forma retórica como metáforas para apartar a los corintios de los ritos paganos de su entorno. A partir de estas dos ideas sencillas de Pablo y no demasiado ambiciosas, los tres Evangelios sinópticos reconstruyen el momento de la última cena aportando con sutileza nuevos elementos que fortalecen esa relación trascendental entre la muerte de Jesús y el sacrificio del cordero pascual. Finalmente, el Evangelio de Juan, de redacción mucho más tardía, es el artífice de la teología que interpreta la muerte de Jesús como un sacrificio pascual que redime a la humanidad de todos sus pecados, estableciendo el vínculo entre el rito judío y el cristiano. Después, las cartas de Pedro, el Apocalipsis y el paso del tiempo pusieron los mimbres para que los padres de la Iglesia articulasen con detalle la liturgia de la Eucaristía y los rituales de Semana Santa que conocemos hoy. 

Como dijimos al principio, la tradición de la Pascua judía se consolidó de forma literaria, construyendo un mito fundacional a partir de un rito anterior. En cambio, la tradición cristiana construyó el rito pascual de forma natural, a partir de unos hechos dignos de memoria, con independencia de su exactitud histórica. Sin embargo, la vinculación entre ambas tradiciones no fue natural, no fue consecuencia de los hechos, sino literaria, fruto del deseo de los escritores.

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