La construcción del mito de la Pascua

«Porque Yahvé pasará hiriendo a los egipcios; y cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Yahvé aquella puerta, y no dejará entrar al destructor en vuestras casas para herir.»

Ex 12:23
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Presentación.

Se suele decir que la fiesta de la Pascua celebra el recuerdo de la liberación de los hebreos de su cautiverio en Egipto, asumiendo que el relato de Ex 12 conmemora un hecho histórico mediante un ritual. Sin embargo, nuestro análisis literario propone que no fue así, sino al revés: el texto construye un mito fundacional para justificar un ritual ya consolidado. El estudio de la narrativa, los detalles y el simbolismo de la liturgia, sin necesidad de profundizar en desarrollos históricos ni arqueológicos, nos permite intuir un proceso de redacción doctrinal mucho más tardío de lo que podríamos pensar.

Introducción.

La fiesta de la Pascua tiene su origen literario en el capítulo 12 del libro de Éxodo, en el contexto de Moisés y las diez plagas de Egipto. La última de las plagas, si podemos llamarla así, será aquella por la que Yahvé, el elohim del pueblo elegido, exterminará a todos los primogénitos de Egipto para demostrar su poder ante el faraón y liberar a los hebreos de su esclavitud. Es en ese mismo capítulo se narra que aconteció a medianoche la matanza, tal y como había sido amenazada previamente, y después partieron los hijos de Israel desde Ramsés hacia Sucot liderados por Moisés, seiscientosmil hombres de a pie salieron de Egipto con sus familias después de cuatrocientos treinta años allí. 

En una lectura superficial, uno podría pensar que se trata de un texto muy antiguo, tal vez escrito alrededor del año 1000 a. C, no mucho después de los hechos que narra, en el que se cuenta el recuerdo de un origen nacional, tal vez adornado con matices legendarios y mitológicos a modo de epopeya: un cautiverio de varios siglos, una liberación por intervención divina y un líder carismático para dar cuenta de las raíces de un pueblo. Los detalles de las fechas, las cifras, o las ciudades de origen y destino pretenden dar esa sensación de verosimilitud histórica. Sin embargo, una lectura más atenta puede advertir que no es así.

Un mensaje doctrinal antes de los hechos.

Se suele decir que la fiesta judía de la Pascua celebra esa último día en Egipto, principio simbólico de su  liberación. El propio texto induce a creer que es así.

Ex 12, 26-27:

“cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de Yahvé, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas. Entonces el pueblo se inclinó y adoró.”

Pero no parece que se construyera así. Antes de lo que aconteció a medianoche, el texto describe con detalle el ritual que dará consistencia a la fiesta de la Pascua en el futuro. Es decir, el propio texto institucionaliza el rito pascual y su liturgia antes de que sucedan los hechos que tendrán que ser celebrados. Lo natural es que un hecho ocurra y, a la postre, sea recordado y celebrado por su importancia simbólica, y los detalles del suceso se sacralicen para enfatizar su simbolismo. Pero no es este el caso. Aquí se institucionaliza un rito para que sea celebrado un hecho que aún no ha acontecido. Esa estructura literaria pone en evidencia que el texto fue escrito mucho después de los hechos que narra, cuando el rito de la Pascua ya estaba establecido. Dicho de otro modo, el texto construye el origen legendario de una tradición ritual para dotarla de importancia a través de la legitimidad que otorga el mandato divino. Esta cita no deja lugar a dudas:

Ex 12, 14:

“Y este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne para Yahvé durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo celebraréis.”

Esto es lo que le dice Yahvé a Moisés para que se lo transmita a su pueblo antes de la noche de autos. Así pues, la fiesta de la Pascua no celebra la salida de los hebreos de Egipto, sino que se trata de un ritual preexistente al que el autor de Ex 12 le atribuyó un origen legendario. El hecho de que dejara escrito lo que se debe decir cuando alguien pregunte por qué se celebra ese ritual es muy revelador.

En qué consiste el ritual, según Yahvé.

Según el texto, Yahvé impone la liturgia que debe operar en el ritual. Ese mes será el primero del año, el día catorce habrá que sacrificar un cordero o cabrito macho de un año y sin tacha, y pintar los postes y el dintel de las casas con su sangre. Esa noche se comerá el animal asado al fuego, incluyendo cabeza, patas y entrañas, con panes sin levadura y con hierbas amargas. Todos cenarán esa noche pertrechados para partir. Lo que sobre se quemará al fuego por la mañana, y durante siete días no se comerá nada con levadura, so pena de muerte. ¿Por qué hay que hacerlo de ese modo? El texto no da cuenta de las razones de ningún detalle, a excepción del más pintoresco de todos ellos, la señal de la sangre.

Ex 12, 12-13:

“yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Yahvé. Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros.”

Como vemos, el autor no necesita explicar la simbología de cada uno de los matices, que debió ser de sobra conocida por sus lectores si aceptamos que el ritual ya estaba plenamente consolidado. Sin embargo, sí necesita reforzar la razón mitológica de todo ello, lo cual probablemente era una novedad que todavía no había sido interiorizada. 

Una racionalización teológica inconsistente.

Ya hemos mencionado que el texto induce al lector a considerar que ese ritual pretende celebrar la salida de los hebreos de Egipto. Tan es así que el texto refuerza la idea a través de la orden expresa de Yahvé de celebrarlo para siempre en memoria de ese hecho, varias veces subrayado en Ex 12. Pero, a su vez, el texto no explica la razón de la liturgia, esto es, por qué ha de hacerse el ritual de ese modo y no de otro. La causa más probable es que  sus lectores debían conocer sobradamente el protocolo desde tiempo inmemorial. Sin embargo, a posteriori se ha intentado racionalizar desde una perspectiva teológica el motivo de cada uno de los detalles con escasa consistencia. Por ejemplo, se alude a que la ausencia de levadura es consecuencia de la premura, de que tuvieron que salir corriendo de Egipto sin darle tiempo al pan para que leudase, lo cual se une a la disposición de pertrechos con la que se cena esa noche. También se suele decir que el cordero es símbolo de sumisión, o se asocia con el chivo expiatorio que corre con nuestras faltas. Se argumenta que las hierbas amargas son imagen del trago amargo que envuelve esa historia de huida y renovación. Los siete días de celebración de pan sin levadura, desde una perspectiva interior, se relacionan con los siete días de la creación, símbolo de perfección y completitud. Y, definitivamente, la señal de la sangre en las puertas sirve a Yahvé para distinguir las casas en las que no ha de matar a los primogénitos. Sin embargo, nada de esto suena coherente a poco que se observe de forma desapasionada. Sin ser exhaustivos, podemos observar que el pan sin levadura no es síntoma de premura en ese contexto, ya que se leuda un pan antes de lo que se tarda en sacrificar un cordero, el cual se selecciona el día diez y se sacrifica el catorce. Es tiempo suficiente para leudar tanto pan como para abastecer a toda la humanidad. En todo caso, la ausencia de levadura no es símbolo de premura. Lo habría sido cenar sin pan, o salir corriendo sin cenar, pero no cocer panes ácimos. Y, aun aceptando cualquier relación con la premura, faltaría explicar por qué hay que matar al que utilice levadura esos siete días, algo que solo se puede defender desde una postura dogmática muy rígida. Las justificaciones sobre el cordero pasan de puntillas por el problema: ¿por qué no un perro, un ternero o un conejo? ¿Por qué ha de ser macho, de un año, sin tacha? Y no me refiero a racionalizar una nueva interpretación teológica, sino a la esencia de la duda: ¿por qué un cordero o un cabrito macho de un año simboliza la salida de Egipto? ¿Una cordera de once meses no es del agrado de Yahvé? ¿Por qué un gallo no puede simbolizar una liberación semejante? ¿Por qué hay que comer hierbas amargas para simbolizar ese trago amargo, en lugar de beber una tisana sin endulzar? Y, lo más inconsistente de todo, ¿por qué hay que pintar con sangre los postes y el dintel de la casa? 

La clave está en la sangre.

A mi juicio la clave de lectura está en la sangre. El texto dice que Yahvé así lo pide para que le sirva de señal y pase de largo. Es cierto que el texto siembra la duda entre si es el propio Yahvé el que ejecuta a los primogénitos o es uno de sus enviados, pero eso no es relevante para lo que queremos explicar. El caso es que la sangre servirá de señal. En primer lugar, resulta del todo inverosímil, de acuerdo con la propia historia, que el personaje que se ha descrito hasta aquí con los poderes de Yahvé necesite de una señal de ese tipo para no confundirse y saber a quién tiene que matar. Pero lo más asombroso es que necesite que se pinten los postes y el dintel con sangre. De un lado, habría servido cualquier otra pintura para ese fin mejor que la sangre, que puede pasar desapercibida cuando se seca. Habría sido mucho más llamativa una señal con cal, por ejemplo. De otro lado, quizá el más relevante, está el dintel y los postes. ¿Qué sentido puede tener que alguien pinte con sangre los postes y el dintel a modo de señal en lugar de pintar la puerta? ¿No es sumamente extraño? Dando por bueno que el asesino necesite identificar las casas visualmente por la pintura, ¿qué mejor manera que una marca de cal en medio de la puerta? 

No debemos perder de vista que se nos ha insistido que ese ritual celebra la salida de Egipto, pero así como se racionaliza el significado del cordero, de las hierbas amargas y del pan sin levadura, no se justifica del mismo modo la relación que guarda la sangre de las puertas con una salida apresurada de la esclavitud de Egipto. La liturgia de la sangre se explica por la intervención divina, el recurso literario deus ex machina por antonomasia. Yahvé lo solicita expresamente en el texto, se impone su voluntad divina, pero de forma que no es coherente con el desarrollo de la trama. 

No hay puertas.

Ya que el texto no necesita explicar por qué se pintan los postes y el dintel, en lugar de la puerta, solo existe una razón que justifique que tal cosa no resultase extraña a los lectores: las casas que conocían no tenían puertas. En Egipto las casas debían tener puertas, como en cualquier asentamiento urbano, pero no así tal vez en asentamientos nómadas o seminómadas en los que se habitaba en tiendas o tabernáculos portátiles, como parece ser el caso del pueblo hebreo en algunas etapas primitivas. Es decir, no parece que el texto esté narrando el recuerdo de unos acontecimientos previos a la huida de Egipto, los cuales justifican una celebración. Al contrario: como hemos insinuado desde el principio, el texto está construyendo una leyenda etiológica que justifique un ritual que ya se practicaba, partiendo, si no del contexto inmediato de sus lectores, al menos sí de un contexto que todavía persistía con nitidez en su memoria, un mundo de pastores y tabernáculos que resuena con familiaridad a lo largo de toda la Torá.

La creación del mito.

Por sí solo, el detalle de las puertas quizá no tendría fuerza para sostener esta tesis, pero la inconsistencia de todos los detalles del ritual, sin justificación dentro de la propia historia, ayudan a comprender el proceso creativo del mito. Con una mirada desapasionada, resulta obvio que toda esa liturgia no se deduce simbólicamente de los hechos narrados, sino que hay que forzar una racionalización teológica, a posteriori, para explicar que los detalles del ritual son símbolos que deben asociarse a la huida de Egipto.

Con todo ello, podríamos intuir la creación del mito con la siguiente hipótesis, de manera muy esquemática. El pueblo hebreo practicaba el ritual de la fiesta de los panes sin levadura desde tiempos muy antiguos. Alrededor del s. V a. C. un grupo de sacerdotes consideró interesante dotar a sus tradiciones de un cuerpo literario de mitos y leyendas con los que cohesionar al pueblo y legitimar su poder. La fiesta de los panes sin levadura debió practicarse desde tiempo inmemorial por pueblos pastores del desierto de Canaán, algunos autores apuntan a pueblos beduinos, con un ritual en el que sacrificaban a uno de sus corderos para prevenir la muerte de los otros y simpatizar con los buenos augurios. En la bruma de los tiempos se pierde el origen del pan sin levadura, las hierbas amargas y el resto de detalles pintorescos del rito. Aunque podemos y debemos rastrearlos, esa persecución antropológica se escapa del ámbito de este breve ensayo. A ti te bastará con recordar que la sangre en los postes tiene paralelismos entre los ritos apotropaicos más antiguos del entorno mesopotámico, con eso sabrás tirar del hilo. Sea como fuere, tal ritual, ubicado al principio de la primavera, simboliza de algún modo la renovación primaveral que es común y constante en todas las culturas humanas. Y digo en todas las culturas sin ánimo de generalizar, sino con precisión. Del mismo modo, es común que los rituales ancestrales se interpreten de modo distinto en cada momento, adaptando a cada contexto el sistema de creencias que más interesa a cada institución de gobierno. En el caso que nos ocupa, los autores de Ex 12 reinterpretaron el rito de los panes sin levadura para adaptarlo al contexto doctrinal del que estaban haciendo apología, el culto a Yahvé. No es momento ahora de detenernos en desarrollar qué significa eso, pero no es poca cosa: se trata del origen del monoteísmo.

Según la cronología interna bíblica, el día de la matanza de los primogénitos en Egipto debió suceder en el periodo que conocemos como Bronce Reciente, alrededor del 1300 a. C, siglo arriba, siglo abajo. Por lo que sabemos, por ese entonces no hubo ningún grupo diferenciado de extranjeros en Egipto tan numeroso como el de Moisés, ni mucho menos de esclavos, ni sucedió nada semejante a esa cruenta matanza de primogénitos, ni tampoco la migración masiva de una masa de dos millones de personas, todo lo cual habría dejado ecos indelebles en la historia. Tal cosa permite nuestra hipótesis, esto es, la construcción literaria del origen mitológico del rito de la Pascua, redactada con intención doctrinal por un grupo de sacerdotes en una época muy posterior. Si rastreamos la aparición del ritual de la Pascua a lo largo de la Biblia hebrea, resulta muy llamativo que el rey David no lo practique, toda vez que es un pilar fundamental del pueblo hebreo. Sucede lo mismo con los escritos que sospechamos son más antiguos. Sin embargo, es del todo lógico que así sea bajo la óptica de que la leyenda se escribió mucho tiempo después de su reinado. Y no es un despiste, pues se menciona la fiesta de Sucot, la de los tabernáculos, que sí fue relevante en tiempos de David.

Trascendencia de la Pascua.

Como sabes, la fiesta de los panes sin levadura se ha institucionalizado y constituye hoy lo que se conoce en nuestro entorno como Pascua judía, o Pésaj, recuerdo de aquel origen liberador del pueblo hebreo o, de modo más simbólico, la liberación primaveral de todos los años. Sin embargo, a partir de Jesús de Nazareth, el rito pascual tomó un camino mucho más trascendental. Dentro de ese marco de creencias monoteístas, los evangelistas interpretaron la última cena de Jesús de Nazareth como una reestructuración imprescindible del ritual y de su simbología. Pero eso es otra historia…

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