La especulación, según T. Sowell

“Las cosas son relativamente simples, pero las palabras a menudo son engañosas y escurridizas.”

T. Sowell – Basics Economics, 2000
Puedes ver el vídeo en mi canal de Youtube.

Introducción.

Yo he invertido diez años en estudiar una ingeniería y un doctorado, ocho en comprar y vender vino, y cinco en comprar y vender acciones en bolsa, entre otras muchas cosas. Ninguna de esas tres inversiones la hice por amor al arte, como cuando leo o cuando escribo, sino para obtener una rentabilidad futura en términos económicos. Sin embargo, hay quienes piensan que lo primero, estudiar una ingeniería, es una inversión arropada por la virtud, mientras que lo último, comprar y vender acciones, es una especulación manchada de inmoralidad. Sobre la compraventa de bienes de consumo también hay controversia, mayor cuanto más alto es el éxito del comerciante. ¿A qué se debe ese juicio tan diferente sobre la honestidad de las inversiones? Hoy analizamos el concepto de especulación de la mano de Thomas Sowell y su obra Economía básica.

Especulación, codicia, oportunismo, inmoralidad.

Como todos sabemos, el término especulación viene marcado con el estigma de la codicia, el oportunismo y la inmoralidad, entre otras dulzuras. Haciendo honor a la vocación literaria de este espacio, atendamos primero a su significado para entender por qué.

Según la RAE, una especulación es una operación comercial que se practica con mercancías, valores o efectos públicos, con ánimo de obtener lucro. En esa definición, creo que lo único que puede estar teñido de tales defectos es el concepto de lucro. Pero la RAE aclara que tal cosa es muy dudosa: el lucro es la ganancia o provecho que se saca de algo. Salvo que sacar provecho de nuestras acciones se considere una maldad en sí, la especulación no tendría ninguna connotación negativa por definición: operación comercial para obtener provecho. Ni tan siquiera el provecho ha de ser por fuerza económico, un trueque de trigo por leche sería una especulación por las dos partes. 

Pero la especulación también es el acto de especular, y ese verbo, del latín speculāri, además de reflexionar, hacer conjeturas y mirar las cosas con atención, tiene una acepción más utilizada en sentido peyorativo, que es la de hacer operaciones comerciales para obtener provecho, añadiendo un matiz que era ajeno al concepto inicial: utilizando las variaciones de los precios. Es decir, la RAE constata que en ocasiones y con intención peyorativa se usa el término especular para referirse a las operaciones comerciales que se aprovechan de las variaciones en los precios para obtener un beneficio. No en vano, el especulador, que no es más que el operador comercial que busca provecho, es decir, todos los operadores comerciales, se tiñe de maldad de forma inesperada cuando descubrimos que sus sinónimos más comunes son, según la RAE, traficante, bróker, estraperlista, usurero, acaparador o estafador. Observamos pues de qué forma hemos pasado de un concepto inocente, intercambios comerciales provechosos, al concepto dramático de estafador. De hecho, la RAE no recoge la acepción peyorativa hasta 1989. Es decir, la RAE da fe de que hasta 1989, aproximadamente, no se utilizaba la voz especular con sentido negativo.

¿Por qué se piensa que es mala?

Esta digresión acerca de la evolución semántica del término no es gratuita, pues tampoco es inocente la lógica que subyace: si unimos la línea de puntos entre la fecha y la aparición del concepto precio en la definición, podemos descubrir una razón ideológica para la aparición del uso peyorativo asociado a la especulación. Dicho de otro modo: la corriente ideológica que impulsa la política desde esa fecha asocia, de forma peyorativa, el dinero con el precio, el precio con el lucro, el lucro con el provecho, el provecho con el comercio y el comercio con la maldad. Esto es: si haces una operación comercial y obtienes dinero con ella es porque se lo estás robando a otro, y eso es inmoral.

De esta suerte, toda inversión que se haga con vistas a obtener una rentabilidad futura en términos económicos, que suelen traducirse en dinero, se tilda de inmoral con demasiada frecuencia, y al que la realiza se le llama especulador, sinónimo de estafador. De aquí se deduce que, para muchas personas, hay una línea que separa las operaciones honestas de las reprobables, dependiendo de si ganas dinero con ellas o no. Puesto que todos tenemos dinero y no se puede olvidar esa obviedad, el matiz peyorativo se desliza hacia cuánto dinero. Así, sospecho que si ganas dinero comprando y vendiendo vino estará bien, siempre que no sea mucho más de lo necesario para vivir, en cuyo caso serías un estafador. Si ganas dinero ejerciendo de ingeniero estará bien, si no es demasiado, salvo que sea dirigiendo una empresa de vino que genere muchos beneficios, en cuyo caso estará mal. En cambio, si ganas dinero comprando y vendiendo acciones de empresas de vino estará mal, quizá porque el esfuerzo se piensa que es nulo. Y ya ni hablemos si diriges un negocio de corretaje sobre acciones de empresas de vino, entonces serías poco menos que el diablo en la tierra. Es decir, de algún modo, si generas más dinero con tu trabajo de lo que a la mayoría le parece razonable es inmoral, con independencia de la fuerza de la inversión, el valor añadido, el riesgo, el tiempo, la inteligencia o la suerte con que desempeñes tu actividad comercial. 

Aquí es donde entra en juego la tesis de Sowell que contradice toda esa ideología negativa: la especulación, es decir, la operación comercial con ánimo de obtener provecho, es positiva para el conjunto de la sociedad y el único camino probado para el progreso de la humanidad, aun cuando ese provecho se sustancie en dinero y en especial cuando esa riqueza se acumule en algunas manos. Añadamos, para que no se malinterprete, que el hecho de que alguien acumule mucha riqueza no significa necesariamente que se la robe a otros, pues la riqueza no es como el oro, que hay el que hay, sino que se crea sin límites con la acción humana.

El pecado de ganar demasiado.

Se suele pensar que quien invierte sus recursos en algo para obtener rendimientos futuros está especulando, en el sentido peyorativo, en especial cuando la rentabilidad supera una cierta cantidad que a algunos les resulta excesiva, incluso obscena o inmoral. Pero la rentabilidad de una inversión no es una cuestión de moralidad, sino de economía. No sobra recordar la definición de economía que utiliza Sowell una vez más: estudio del empleo de recursos escasos que tienen usos alternativos. Conviene matizar, para los quisquillosos, que escaso aquí tiene el sentido de limitado y valioso en un contexto, y que no se puede disponer de él indefinidamente y para todo. Por ejemplo, el agua no es escasa en general, sino abundante en la Tierra, pero es un recurso escaso para esta definición, ya que no se puede disponer de toda la que queramos de forma indefinida. 

Así pues, hacer rentable una operación comercial es invertir recursos escasos obteniendo como resultado un servicio o un nuevo recurso que consideramos más valioso. Por ejemplo, inviertes diez años en estudiar ingeniería porque consideras que ese conocimiento, en el futuro, te será provechoso, o compras unas botellas de vino porque consideras que, en el futuro, te las beberás o las venderás y te resultará provechoso, o compras acciones de una empresa porque consideras que, en el futuro, las venderás y te resultará provechoso. Los tres ejemplos son operaciones comerciales, inversiones empresariales, con vistas a obtener un beneficio futuro de la misma índole: que tú consideras provechoso. Y el matiz de la consideración personal es crucial, porque a unas personas estudiar ingeniería les puede parecer una pérdida de tiempo innegociable, a otras no les gusta el vino, y otras simplemente tienen suficiente dinero como para vivir como desean, y no necesitan preocuparse por él.

En toda inversión interviene el riesgo y la renuncia: se ponen en juego los recursos, se consume el tiempo y se arriesga la oportunidad, que quizá no vuelva nunca. Podemos llamarlo especulación con propiedad, siempre que busquemos con ella un beneficio y no el suicidio, pero sin matices peyorativos. Siete años de estudio atento, de renuncias y sacrificios, de tiempo y recursos económicos invertidos en el aprendizaje de una ingeniería, pueden traducirse después en buenos salarios durante toda una vida laboral. Esa es la esperanza y el deseo. Eso es invertir hoy para obtener una rentabilidad futura, un provecho, invertir capital humano para recuperarlo en el futuro en forma de dinero para uno y servicios para otros. Es un ejercicio que pretende capitalizar unos recursos de tiempo, dinero, sacrificio y oportunidad para obtener unos conocimientos y unas atribuciones legales con las que enriquecerse en el futuro. En esencia, un ejercicio de capitalismo. El riesgo de perder todo ese capital interviene en la operación, pues quizá nunca se rentabilice la inversión, o ni siquiera se recupere, porque la incertidumbre gobierna el futuro y es el encanto de vivir. Más de uno ha perdido diez años de estudio junto a un mar de oportunidades que, armadas con mil renuncias, no volverán. 

Sin embargo, nadie llama a eso especular, porque no parece haber maldad ninguna en estudiar una profesión con la que luego ganarse la vida, incluso aunque después no sirva para nada. Pero, al contrario, si se invierten los mismos recursos en estudiar un entorno económico para comprar y vender acciones con las que obtener una rentabilidad para toda la vida, equivalente al sueldo de ingeniero, entonces sí se llama especular. En el ejemplo intermedio que apuntaba al principio, si la inversión consiste en poner en marcha una empresa de compraventa de vino, sospecho que se llamará especulación cuando el éxito sea superior a un umbral indefinido, es decir, inversión si puedes vivir de ello humildemente y especulación si se llama Moët. 

Se olvida que son inversiones cargadas de riesgos, tanto unas como otras, sin garantías de éxito, y que no hacen daño a nadie. Es más, que a nadie importan. Sin embargo, hay demasiadas personas que piensan que algunas de esas inversiones son estafas, en función de parámetros subjetivos que ponen en relieve no ya la inmoralidad de las inversiones sino la suya propia. Qué puede haber de deshonesto en que una persona compre vino en un sitio y se lo venda a otra que quiere vino en otro sitio. Pues, al parecer, su honestidad depende de que no venda demasiadas. Si le vende una botella a cada consumidor de un país, entonces será un estafador salvo que lo haga sin sacar provecho, por más que los ciudadanos deseen el vino al precio convenido. Y si fracasa, como el ingeniero fallido o el que pone sus ahorros en acciones de una empresa que quiebra, dejará de ser un estafador para convertirse en un pobre idiota. Se olvida que el fracaso es parte del progreso humano, y significa “no estudies eso, que no sirve para nada”, “no compres ese vino, que no le gusta a nadie”, “no confíes en esa empresa, que está en quiebra,” “toma tus recursos e inviértelos allí donde hay más rentabilidad, que eso significa que las personas valoran más eso y no lo otro.” Pero a ese que invierte allí donde hay más lucro posible, porque las personas valoran más los bienes o servicios que pone a su disposición con la inversión, le llamarán especulador de forma peyorativa, y a Thomas Sowell no le gusta que sea así. A mí tampoco.

El caso de Amazon.

El quid de la cuestión está en invertir en algo que las personas después valoren y demanden. Uno puede estudiar siete años poesía, con gran aprovechamiento, y jamás obtener de ello rentas que costeen la inversión. Del mismo modo puede invertir en un inmueble o en una empresa que pierda valor con el tiempo o que se vaya a la ruina. Lo más insultante de la confusión es que se utiliza el término especular en sentido peyorativo desconociendo todas las bondades sociales de una buena inversión.

Veamos primero el lado del inversor a partir del ejemplo de Amazon. La empresa salió a bolsa en 1997 a 18$ por acción. Desde ese momento, cualquier inversor particular podía comprar participaciones de Amazon por solo 18%. Durante siete años la empresa dio pérdidas, sin embargo, muchos inversores siguieron confiando en el modelo de negocio. No se equivocaron, pues ahora la empresa genera muchos beneficios. Un inversor que hubiese invertido en ese momento 1000$ tendría ahora, en el momento de redacción de este texto, acciones por valor de más de 2.5M$. A ese inversor, la nefasta cultura económica que nos gobierna le llamaría especulador, con toda la negativa carga semántica que venimos comentando. Sin embargo, ahí estaban las acciones disponibles en bolsa para todo el mundo, que es lo que significa cotizar al público. Cualquiera podía haber invertido esos 1000$, no era ningún secreto, y aprovecharse ahora de los beneficios. A lo largo de estos casi treinta años, esos especuladores que han confiado sus ahorros en Amazon han estado invirtiendo capital en la empresa para que se desarrolle, a modo de préstamo, que es lo que significa comprar acciones en definitiva, con el fin de obtener una rentabilidad futura. No olvidemos que esos 1000$ surgieron primero como recompensa del esfuerzo, el tiempo, la inteligencia, la suerte y la renuncia, porque cuesta mucho ahorrarlos. Después fueron invertidos, es decir, prestados a Amazon, renunciando a gastarlos en otra cosa y perdiendo la oportunidad de invertirlos de forma diferente. A ese esfuerzo añadamos el riesgo de que la empresa no terminase funcionando y se perdieran la inversión. Si lo miramos en conjunto, del trabajo individual y de las renuncias particulares surge el ahorro, que se utiliza como inversión en Amazon y produce el desarrollo de la empresa. Del mismo modo, los grandes inversores particulares arriesgaron su capital acumulado en Amazon dejando pasar otras oportunidades, tanto de inversión como de gasto. En suma, no podemos negar la relevancia de los inversores en el desarrollo de la empresa, pues sin su ayuda es posible que Amazon no hubiese prosperado.

Del lado de la sociedad en su conjunto, dejando a parte que Amazon ofreció al público la oportunidad de enriquecerse enormemente comprando sus acciones, hoy ofrece una cantidad asombrosa de servicios muy demandados por mucha gente en todo el mundo, a precios tremendamente competitivos, lo cual eleva el nivel de vida de las personas en su conjunto. Los servicios de almacenamiento en la nube de Amazon son quizá los mejores del mundo, y todos los utilizamos directa o indirectamente casi sin darnos cuenta. Su plataforma de venta ha permitido que innumerables pequeños negocios den a conocer sus productos haciendo a su vez que sea muy fácil conseguir aquello que buscas. Yo no habría sabido dónde encontrar los focos que iluminan este estudio sin ayuda de Amazon, ni la pasta de dientes que compraba mi madre cuando era pequeño, ni el recambio para mi cafetera Saeco de hace veinticinco años. Y además me lo traen a casa, incluso en domingo, en unas pocas horas, y eso que vivo en un lugar donde Correos no tiene cobertura. Esa es la diferencia, por cierto, entre una empresa estatal, como Correos, que no atiende a todo el mundo, y una buena empresa, como Amazon, que lo hace gratis, por no mencionar que Correos está en quiebra siempre y hay que sostenerla con impuestos. En fin, seguro que los mismos que llaman especulador a ese pequeño ahorrador que compró algunas acciones de Amazon en los 90 llaman explotador a Amazon por cualquier ocurrencia, pese a que Amazon no te obliga a utilizar sus servicios ni a financiarla, aunque, si lo haces, te recompensa con un retorno del capital tan grande como el de la lotería.

La especulación y el progreso.

Sowell ilustra la importancia del inversor para el progreso humano con multitud de ejemplos: la producción de una película, la explotación de un pozo petrolero, una plantación de trigo… A lo largo de sus páginas documenta la dificultad y el riesgo que encierra una inversión a largo plazo, el valor positivo de los beneficios futuros que se obtienen, si es que llegan, y los problemas que acarrea entorpecer o imposibilitar dichas inversiones. Esto último no es poca cosa, porque las mismas ideologías que invitan a decir especulador a mala leche promueven legislaciones coercitivas que dificultan el progreso y, como poco, lo retrasan, cuando no lo anulan. Pero creo que ese aspecto ya lo abordamos en detalle en el capítulo dedicado a los políticos, dentro de esta serie de ensayos sobre la obra de Sowell. Aprovecho para recordarte que puedes leerlos aquí o verlos interpretados en la lista de reproducción de Youtube Economía básica de mi canal. Estos son los enlaces a los ensayos, por orden cronológico:

El camino del progreso está íntimamente ligado a la inversión de riesgo, y, a mayores, el riesgo concreto que asumen los inversores es mucho mejor para el conjunto de la población que extender el riesgo a todo el mundo en ausencia de inversión libre y especulativa. La posición del Estado es la de obligar por la fuerza a todos los ciudadanos a invertir en aquellos proyectos que el gobernante de turno considera apropiados, a través de los impuestos, sin esperar ningún lucro a cambio. Según la opinión mayoritaria, esto está bien. Sin embargo, dejar que cada uno invierta libremente en los proyectos que considere oportuno, con el fin obtener provecho en el futuro, eso está mal. Así tenemos empresas públicas como Correos y privadas como Amazon, que solo mencionarlas juntas debería hacernos enrojecer. Pues bien, llamarle a eso especular, con una connotación sombría de juego de azar, es una ingenuidad de funestas consecuencias. Y como este es un entorno literario se tiene uno que enfadar, aunque solo sea por cuestiones semánticas.

Pongamos un ejemplo de inversión privada y especulativa que beneficia a todos. Imaginemos un agricultor que tiene una plantación de trigo, y un especulador que tiene dinero y conoce el mercado del trigo. El agricultor puede cultivar su tierra y después distribuir la cosecha a los agentes que lo procesan, o puede venderle la producción por anticipado al especulador. Si hace lo primero, encargarse él de la distribución, tendrá que aprender a hacerlo, invertir recursos en llevarlo a cabo y acarrear con los riesgos que ello conlleva. Si lo hace bien y tiene suerte quizá obtenga mayor beneficio, o quizá no, dependiendo de que el producto y su servicio cumpla las expectativas. Si hace lo segundo, confiar en el especulador, puede garantizarse un precio de antemano, evitar la inversión en distribución y centrarse en la tarea que mejor domina, la agricultura. Quizá obtenga menor beneficio, o quizá no. En cualquier caso, si toma esa segunda alternativa, no debería insultar de malos modos al inversor que le compra la producción, y mucho menos deberíamos hacerlo los demás, que ni nos va ni nos viene lo que hagan ellos con sus cosas. El inversor, por su parte, conoce el mercado internacional y compra trigo en varios puntos, equilibrando así los riesgos de precios bajos en un lugar y altos en otro. Obtiene su beneficio moviendo el trigo de la forma más rentable, aprovechando su conocimiento del mercado. Este conocimiento, por cierto, no lo ha adquirido de forma gratuita, sino que le ha costado a su vez una gran inversión de tiempo, renuncias y oportunidades perdidas, cuando no fracasos previos. Si el agricultor y el inversor son buenos en su trabajo, el trigo llegará al mercado a precios competitivos y todos, incluyendo los consumidores, saldrán beneficiados. Si el inversor se equivoca, no encuentra mercados o el producto no cumple las expectativas, perderá dinero, pero ni el agricultor ni los consumidores se sentirán engañados. Entonces, ¿por qué si todo le sale bien ha de considerarse inmoral? Si pone  el trigo en la mesa y se lleva a casa su parte de beneficio, ¿entonces es un estafador? El hecho de olvidar el mérito y la utilidad de esa figura inversora intermediaria, y tildarlo de especulador porque gana dinero sin cultivar el trigo, trae consigo los lamentables malentendidos que llevan a la pobreza, y no al progreso.

La ignorancia y el prejuicio.

Ignorar los procesos económicos y sostener prejuicios sobre los mismos como si fuesen dogmas divinos conduce a dramáticas consecuencias para la sociedad, y en especial para los más pobres. Porque los ricos comprarán el pan donde sea y a cualquier precio, pero el pobre no. Habíamos empezado apuntando la mala intención semántica que subyace en el significado moderno del término especular, porque no surge de la actividad natural de las personas. Al contrario, es fruto de una ideología que se complace en cambiarle el sentido a las palabras para hacer prevalecer un sentimiento equivocado que les mantenga en el negocio de la demagogia. Y perdona que me ponga tan vehemente pero es que no soporto, además de su estupidez y maldad, que tergiversen el lenguaje para condicionar nuestro modo de pensar. Así pues, los seguros, los bonos corporativos, la intermediación bancaria, la renta variable, el concepto de tiempo y de diversificación, están relacionados con el riesgo y con el concepto erróneo de especulación. Nuestro agricultor de trigo puede acudir al inversor intermediario para colocar la cosecha a un precio fijo. Puede ayudarse de un seguro privado para garantizarse un mínimo en caso de mal tiempo. Puede emitir un bono corporativo para que otros inversores financien la compra de nueva maquinaria con la que mejorar la producción. Puede apoyarse en un banco para garantizar avales, supervisar operaciones y agilizar transacciones. Puede emitir acciones de su empresa, para obtener financiación, o comprar acciones de la competencia con sus ahorros, para equilibrar sus riesgos. Puede elegir dónde invertir su tiempo y puede diversificar su producción de trigo en varios cereales. Nada de eso redundará sino en su propio beneficio y en el progreso de la sociedad en la que vive. Si el Estado no interviene y esos agentes económicos actúan libremente, nada hay de malo en todas esas operaciones comerciales cuyo objetivo es siempre el provecho. El provecho es beneficio, y lo beneficioso no puede ser malo por definición. Y menciono al Estado porque muchos de los problemas que se achacan al funcionamiento del mercado son agravados por la intervención estatal, más cuanto mayor es su esfuerzo por regularlo. 

Conclusión.

No podemos despedirnos sin recordar que otras corrientes de pensamiento defienden las bondades de la inversión estatal, la regulación de la actividad privada, la intervención del mercado, la limitación del lucro y un rosario de medidas en pos de la justicia económica. Sin embargo, el texto de Sowell aclara por qué tales ideas ni son justas ni son económicas, y suelen producir efectos contrarios a sus buenas intenciones. 

Al principio dije que la especulación, es decir, la operación comercial con ánimo de obtener provecho, es positiva para el conjunto de la sociedad y el único camino probado para el progreso de la humanidad, aun cuando ese provecho se sustancie en dinero y en especial cuando esa riqueza se acumula en algunas manos. Hasta aquí he procurado aliviar la pesadumbre de ver al inversor particular como un desalmado estafador, pero seguro que a alguien le queda la duda de qué pasa cuando un agente acumula demasiada riqueza, demasiado capital. Más allá de que no somos capaces de establecer una línea que separe lo razonable de lo excesivo en este punto, aunque lo fuéramos, la acumulación de capital no es necesariamente negativa para el progreso, sino todo lo contrario, es necesariamente positiva. Esto daría para un libro entero, pero creo que será suficiente con apuntar una idea. Amazon, Ferrari o Microsoft, no existirían de no ser por una desproporcionada acumulación de capital. Si a alguien le molestan las grandes empresas, lo mismo podemos decir de internet, los teléfonos móviles o los coches. Y si alguien cree que estaríamos mejor sin ellos podemos quitarle también los hospitales, la luz eléctrica y el agua corriente. Y si aun así no se convence le podemos tirar una rueda en la cabeza, a ver si ese símbolo primitivo del desarrollo le desenreda las ignorancias. 

La especulación no es una codicia disfrazada, sino una de las formas más evolucionadas de cooperación social para el desarrollo y el progreso de la humanidad. Que haya personas codiciosas es tan común como que haya tontos, y están distribuidas graciosamente en todos los ámbitos de la vida. Dejar que una parte de la sociedad le cambie el significado a esa palabra es un lujo que no nos podemos permitir, si no ya por cuestiones económicas, al menos sí por dignidad intelectual.

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