¿Jesús es Dios? El dilema de C. S. Lewis.

«‘No jurar su nombre en vano’, dijo que aun jurándole falsamente siempre había sido por muy grande interés, y que así no había sido en vano.»

Quevedo – El sueño del Juicio Final

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Presentación.

¿Jesús es Dios? Para responder a esa pregunta, el escritor C. S. Lewis, conocido por Las Crónicas de Narnia, diseñó un dilema lógico: o era un mentiroso, o era un loco, o es Dios. Según él, la resolución del dilema demuestra que sí es Dios.

Lewis y el contexto del dilema.

En 1952, el escritor C. S. Lewis enunció un célebre dilema que pretendía demostrar que Jesús es Dios. Aunque fue más reconocido por Las Crónicas de Narnia, también lo fue por ser un apologista anglicano, como demuestra el famoso dilema. Fue formulado en pleno auge del cristianismo cultural británico, cuando la apologética buscaba convencer a creyentes tibios más que a escépticos críticos. Apareció en su obra Mere Christianity (Cristianismo, ¡y nada más!, 1952). Partiendo de las afirmaciones que Jesús hizo de sí mismo, Lewis descarta una interpretación puramente moral o simbólica de su figura. En consecuencia, presentaba la siguiente disyuntiva: Jesús es Dios, o era un mentiroso, o estaba loco. 

El dilema.

Solemos decir dilema de Lewis, aunque en lógica podríamos referirnos a él como trilema, porque la disyuntiva se ofrece entre tres opciones. Sin embargo, yo no cometeré la blasfemia de pronunciar esa palabrota tan horrísona y seguiré diciendo dilema. Además, se trata de un dilema, anidado sobre otro dilema. Técnicamente el escenario que presenta Lewis es el siguiente. De acuerdo con los Evangelios, podemos deducir que Jesús se reconoció como Dios a través de algunas afirmaciones extraordinarias que dijo sobre sí mismo, como disponer de autoridad divina, tener poder para perdonar pecados o ser uno con el Padre. Así pues, o es Dios o no lo es, ese es el primer dilema que no acepta respuestas intermedias. En caso de que no lo sea se presenta un segundo dilema: o mentía, consciente de que no era Dios, o estaba loco, convencido de que era Dios sin serlo. 

De la reflexión sobre este paradigma Lewis concluye que Jesús es Dios, porque descarta las otras dos opciones: no mentía ni estaba loco. También se opone frontalmente a considerarlo como un gran maestro de la moral, un profeta, un líder inspirador o figuras de ese estilo. No le sirve: o loco, o embustero, o divino, no hay término medio. Esa es quizá la parte más interesante de la reflexión de Lewis, que no deja espacio para creencias intermedias entre la falsedad y la divinidad. Por ejemplo, la postura del islam que cree que Jesús fue un maravilloso profeta inspirado por Allah no cabe en el planteamiento de Lewis. Obviamente, aquellos que se sienten inspirados por el mensaje de Jesús pero no creen posible que fuese Dios merecen también su descalificación. 

Como podemos sospechar, Lewis no define la naturaleza de la divinidad y deja un amplio margen para encajar la figura de Jesús en relación con Dios: o bien son la misma esencia, o esencias semejantes, o relacionadas de algún modo sin concretar. Como es natural, esta indefinición invalida toda lógica en el dilema, pero no es la única imprecisión en sus argumentos.

La intención de Lewis.

Algunos han interpretado el dilema de Lewis como un paradigma que permite la reflexión y enfrenta las grandes preguntas. Sin embargo, aunque está envuelto en un halo de rigor lógico, Lewis no utiliza los procedimientos y argumentos de la lógica para enunciar el dilema, y mucho menos para resolverlo. Su intención es muy otra, como he insinuado al principio: convencer a los creyentes dudosos de la divinidad de Jesús en el contexto que le tocó vivir. Naturalmente, a los escépticos no pretendía hacerles cambiar de opinión con esos argumentos, sino solamente a aquellos que tenían buena predisposición para aceptar algunas creencias como premisas. En definitiva, tenemos entre manos un argumento apologético que no pretende poner al lector en la tesitura de reflexionar, sino en la de aceptar la aparente demostración de la divinidad de Jesús.

El ignosticismo y el falso dilema.

A poco que tomemos perspectiva, podemos observar que es un falso dilema con solo observar que se pueden aceptar varias opciones a la vez: se puede ser loco y mentiroso, Dios puede mentir, un ser divino puede tener rasgos de locura y, por supuesto, se puede tener todo a la vez, ser un dios loco y mentiroso. Aunque suene provocador, esto es así porque no hemos definido la naturaleza divina, en cuyo caso no tenemos argumentos lógicos a priori para descartar esas combinaciones. Si nos atenemos al texto bíblico, hay pasajes en los que YHVH no dice la verdad, como cuando engaña a Eva, y pasajes en los que parece haber perdido la sensatez, como cuando extermina pueblos, razas y regiones con un aura de misericordia y perdón. El caso es que, a falta de una definición concreta de la divinidad, en este contexto solo nos queda el recurso de acudir al texto bíblico para acotar el dilema.

Desde una perspectiva piadosa, se toman como axiomas algunas creencias que están por demostrar, y ese no es un modo lógico de abordar la cuestión, conduce a falsos dilemas y a conclusiones al margen de la razón. En este punto resulta lógico y prudente adoptar la postura del ignóstico: no niego tus conclusiones, es que ni siquiera puedo valorar si son falsas, porque carecen del mínimo rigor lógico. El ignóstico es aquel que exige una definición de Dios antes de entrar en el fondo de la cuestión. Si no partimos de esa base mínima común de entendimiento no hay modo de plantear ninguna pregunta, y mucho menos de entablar un diálogo coherente. 

Es posible que el fiel encuentre en el ignóstico a su enemigo más incómodo. A mi juicio, no puede ser de otro modo, porque el creyente cree, no se basa en la lógica, en los conocimientos o en la inteligencia, sino en una apuesta al margen de la razón. Cuando sale de ese entorno que le es propio y se adentra en el terreno de la ciencia o las matemáticas, como Lewis, yerra, porque enfrenta creencias con evidencias, y se entabla una discusión con lenguajes diferentes.

La opción de la mentira.

Jesús no pudo ser un mentiroso, a juicio de Lewis, porque el tono ético de su mensaje, la coherencia con que lo transmitió y su enorme influencia posterior no tendrían sentido si hubiera mentido conscientemente. Obviamente, eso no es ninguna justificación lógica, porque evita valorar la posibilidad de que la autoridad moral percibida en los textos sea fruto de una redacción posterior. De hecho, Lewis ni siquiera se plantea que lo que dicen los evangelistas de Jesús pueda ser falso, o al menos una reconstrucción literaria idealizada, lo cual revela una confianza en el texto demasiado optimista. Es más, podemos observar que la imagen de Jesús como figura divina evoluciona claramente desde Pablo hasta Juan, lo cual es síntoma de una elaboración progresiva dentro del propio cristianismo. Por aterrizarlo con un simple ejemplo, el nacimiento virginal aparece a partir de Mateo, y no está en Pablo ni en Marcos, que son previos. Lewis también olvida, por cierto, que conservamos mensajes de una hondura ética extraordinaria provenientes de personajes imperfectos, o incluso a veces detestables. Parece evidente que se puede predicar la justicia y ser un cretino sin despeinarse, aunque resulte paradójico. Es decir, que ser un mentiroso por costumbre no invalida necesariamente la capacidad para decir grandes verdades.

En cualquier caso, a mí me cuesta pensar que fuese un mentiroso consciente. Ese tipo de personas no suelen tener seguidores fieles de largo recorrido. Ese tipo de líderes suelen estar convencidos de lo que dicen, aunque puedan estar equivocados. Por otra parte, necesitaríamos encontrar un móvil para justificar una actitud sostenida con tanta falsedad. Y no me refiero a la confesión de ser el mismísimo Dios, sino simplemente a mantener un comportamiento falso de forma prolongada y conservar a la vez devotos seguidores durante mucho tiempo. ¿Cuál podría ser el móvil, engañar a todos para que le diesen su dinero como al vulgar líder de una secta moderna, para vivir a cuerpo de rey en un entorno de pobreza? Me cuesta aceptar esa posibilidad. Necesitaría mucho tiempo para argumentarlo, pero deduzco de los textos que no se trataba de una persona de ese tipo. En definitiva, no por la calidad de su mensaje, sino por los hechos que conocemos, lo más probable es que fuera sincero, al menos en la esencia de su comportamiento.

La opción de la locura.

Acerca de la opción de la locura, Lewis despacha la posibilidad de manera decepcionante: “Leed los evangelios. ¿De verdad os parece que ese hombre estuviera loco? Habla con autoridad, con compasión, con equilibrio. Nadie así está fuera de sí.” Es obvio que ese argumento carece de fuerza lógica, se basa en una sensación subjetiva. No conservamos textos de Jesús, no sabemos cómo hablaba, hemos de fiarnos por documentos escritos por personas que no lo conocieron, varias décadas después de su muerte. Y ya hemos comentado alguna vez lo optimista que puede resultar creer al pie de la letra las palabras que ponen en boca de Jesús. Entre otras contradicciones evidentes, tendríamos que explicar por qué no coinciden sus dichos en los cuatro Evangelios. Así pues, no podemos juzgar la compasión y el equilibrio de Jesús a través de la compasión y el equilibrio que destilan esos textos. 

Y eso en caso de que estuviésemos de acuerdo con Lewis en la afirmación, autoridad, compasión y equilibrio, un supuesto que no resulta probado. Jesús no pareció tan equilibrado al amenazar con un fin del mundo inminente que nunca fue. Sus afirmaciones escatológicas están fuera de toda razón y carecen de la más mínima evidencia. Es posible que si alguien se presenta hoy en la consulta de un psiquiatra con un discurso semejante reciba otro tratamiento. Es decir, a la pregunta de Lewis “¿de verdad os parece que ese hombre estuviera loco?” se puede responder con un sí con la misma fuerza que con un no. Es más, los ateos dirán mayoritariamente que sí y los creyentes que no, lo cual deja en ridículo la pregunta. Así es el rigor lógico de Lewis.

En todo caso, la psicología religiosa de hace dosmil años no se deja reducir tan fácilmente a cordura o locura. La espiritualidad intensa, el lenguaje visionario y la conciencia profética no pueden medirse con criterios psiquiátricos modernos sin caer en reduccionismos. No todo lo que hoy suena desmesurado es patológico, ni todo lo que parece equilibrado es verdadero. No podemos concederle a Lewis siquiera el marco clínico que pretende forzar.

La alternativa: es Dios.

Descartando las dos opciones alternativas, solo queda la opción de que Jesús sea Dios, según Lewis. Pero, aun concediendo que sean las únicas opciones posibles, como no las hemos podido descartar sin dudas, el dilema sigue en pie. Sea como fuere, ese no es el modo correcto de elaborar razonamientos lógicos, como Lewis pretendía aparentar. En este caso, parte de una premisa para construir un escenario de decisión, pero no se ha comprobado siquiera la premisa. Está bien hacerlo como hipótesis de trabajo, pero finalmente se debe comprobar la premisa para no quedar en evidencia. Si recuerdas, al principio dijimos que el punto de partida es que, de acuerdo con los Evangelios, Jesús afirmó de algún modo que era Dios. Como ves, Lewis construye un árbol de decisión a partir de una supuesta afirmación de Jesús que no sabemos si es cierta. Y nunca lo sabremos. Es más, la mayoría de los estudios histórico-críticos contemporáneos coinciden en que Jesús no se proclamó Dios en sentido ontológico. El lenguaje de filiación divina en el judaísmo del siglo I era simbólico, no metafísico. Y es solo en el evangelio de Juan, escrito hacia el año 100, donde aparece una cristología elevada que atribuye a Jesús una identidad divina plena. En cambio, los evangelios sinópticos lo presentan como un profeta, un mesías humano, excepcional, pero no divino. El dilema de Lewis no tiene en cuenta esta evolución doctrinal y parte de una premisa teológica que no está en armonía con los textos. A mayores, los Evangelios no son grabaciones sonoras, son textos de propaganda religiosa, escritos varias décadas después de morir Jesús por personas que no lo conocieron. Perdona que insista en ello, pero es que se olvida ese sutil detalle que lo condiciona todo. No sabemos si Jesús se creía Dios, así que no podemos seguir construyendo pruebas lógicas a partir de información que desconocemos. En una palabra, el dilema de Lewis es un falso dilema.

Conclusión.

En conclusión, resulta demasiado aventurado utilizar criterios lógicos para demostrar hechos sobrenaturales que escapan a la razón. Desde el primer momento, Lewis plantea un dilema sin contar con una definición de Dios satisfactoria. Para construirlo, parte de una premisa que no está probada: Jesús se reconoció como Dios. Como alternativas lógicas plantea dos opciones que no guardan criterios de relación lógicos con la pregunta inicial. Ser un mentiroso por costumbre no invalida la capacidad de decir grandes verdades, ni tampoco se descarta que un ser divino pueda mentir, al menos a partir de las Escrituras. Valorar la posible locura es un simplismo clínico, y tampoco se descarta que el comportamiento divino pueda parecer locura al entendimiento humano. En todo caso, de los evangelios no podemos deducir sin dudas el equilibrio que Lewis atribuye a los dichos de Jesús.

En resumen, el dilema de Lewis es un falso dilema construido a partir de falacias lógicas, supuestos teológicos sin demostrar, marcos semánticos indefinidos y árboles de decisión simplistas que no respetan los criterios de la lógica. Sus conclusiones, aun pretendiendo ayudar a los fieles dudosos, terminan ridiculizando la fe de los creyentes, al someterla a unas tensiones racionalistas que no le corresponden. Por fortuna para ellos, y al amparo del rigor lógico, el desatino de Lewis tampoco demuestra lo contrario: que Jesús no sea Dios.

Por extraño que pueda parecer, hay quienes siguen utilizando el dilema de Lewis para arrinconar al no creyente y ponerle en la tesitura de que elija, comprometiéndole con la única opción posible: si no fue un mentiroso ni un loco, es Dios, ¿no es evidente? Ante el dilema y sus conclusiones, con la falsa impresión de haber agotado todas las opciones, piensan que solo queda la alternativa de creer en Dios, y en Jesús como Dios. Sin embargo, creer no es lo mismo que saber. Y de lo que no se tiene conocimiento es prudente no decir mucho.

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