Evolución de la poligamia en las religiones del Libro.

“Y tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas.”

1 Re 11:3

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Presentación.

¿La Biblia permite la poligamia? ¿Está bien vista o censurada en las Escrituras? Cuando echamos un vistazo a las religiones del Libro comprobamos que el asunto se enfoca hoy de modo muy diferente dependiendo de la confesión. Veamos cómo evolucionó el concepto desde el Génesis hasta hoy.

Introducción.

Antes de entrar en el fondo de la cuestión, conviene matizar que no es lo mismo la ley sobre la poligamia que impera en un Estado, las creencias espirituales inspiradas por las Escrituras y las preferencias de las personas. Como resultará incuestionable, es frecuente la tendencia natural hacia la abundancia de parejas, pero también existen creencias que corrigen esa tendencia y finalmente hay leyes que prohíben su práctica. Es decir, una cosa es lo que se hace, otra muy distinta lo que se considera moralmente correcto, y otra lo que está prohibido por la ley de los Estados. En este ensayo no pretendemos abordar esa cuestión holísticamente, sino simplemente analizar cómo fue evolucionando el punto de vista cultural sobre el concepto a través de los textos de la tradición judía, cristiana y musulmana. Es pues un trabajo literario en esencia, que no pretende juzgar ni encasillar los criterios morales de nadie.

La perspectiva de la Torá.

Las tres religiones del Libro tienen su primer fundamento en la Torá o Pentateuco, esto es, en las leyes de Moisés de los cinco primeros libros de la Biblia. Todas las corrientes judías así lo entienden. Las confesiones cristianas, aunque se inspiran principalmente en el Nuevo Testamento de Jesús, no discuten la divinidad de las leyes de Moisés, aunque reinterpretan algunos detalles que, según sus creencias, son de aplicación solamente para los hebreos. El islam también toma por fundamento primordial la Torá, y el Corán insiste en la necesidad de volver la mirada precisamente a las leyes de Moisés. Así pues, será interesante reconocer a través de los textos de la Torá cuál es la perspectiva sobre la poligamia, punto de partida de este análisis.

En términos generales, la Torá asume que forma parte del orden social establecido, sin censura alguna. En el libro de Génesis, Abraham comparte cama con Agar y con Sara, y tiene descendencia con ambas. Su legítima esposa, Sara, es quien le entrega a la concubina Agar, poniendo en evidencia que no había nada de malo en ello y que era una costumbre comúnmente aceptada. En ningún caso la nobleza del patriarca se resiente por este hecho, ni el texto reprocha ese comportamiento, síntoma de que la cultura del autor lo aceptaba sin reservas. Ni siquiera YHVH menciona el asunto, lo cual es muy revelador, habida cuenta de la minuciosidad con que fiscaliza las cuestiones sexuales.

Su nieto Jacob tiene hijos con cuatro mujeres a la vez, dos de ellas hermanas. Tal cosa no le impide convertirse en Israel, el elegido por YHVH, padre de las doce tribus y vértice de la historia del pueblo hebreo. Judá, uno de sus hijos más relevantes en la historia, tiene relaciones con Tamar pensando que es una ramera, asumiendo con honradez el coste de la prostitución. Si bien esto no se puede calificar de poligamia, el hecho de que el texto trate el asunto con naturalidad evidencia que no había ningún tabú acerca de la prostitución, lo cual está en armonía con la aceptación de las relaciones con varias mujeres.

En las leyes de Éxodo se asume como legal explícitamente.

Ex 21, 10: “Si toma para él otra mujer, no disminuirá su alimento, ni su vestido, ni el deber conyugal.”

Como resulta obvio, la ley pretende regular una práctica habitual de forma que la nueva mujer no sufra ningún menosprecio.

En una línea semejante, Dt 21 regula los derechos de herencia en caso de tener más de una esposa, síntoma inequívoco de que se trataba de una práctica común. A mayores, en Dt 17 encontramos una advertencia sobre el exceso descontrolado.

Dt 17, 17:

“Y no tomará para sí muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe.”

Esta advertencia pone de manifiesto que debió ser costumbre frecuente tener varias mujeres, y que en algunos casos el exceso podía generar cierto desorden de conducta. La cita descubre que debió haber tantos casos como para añadir esa advertencia en los códigos del Deuteronomio.

En resumen, podríamos concluir que en la Torá la poligamia es una costumbre practicada y aceptada socialmente a todos los niveles, familiar, el legal y religioso.

La opinión de los profetas antiguos.

En los libros que siguen a la Torá, correspondientes a la historia deuteronomista, desde Josué hasta Reyes, asociados a los profetas antiguos, el concepto mantiene una aceptación moral similar. Por ejemplo, el padre del profeta Samuel tuvo dos mujeres, el rey David muchas y el rey Salomón mil, concretamente mil.

1 Re 11, 3:

“Y tuvo setecientas mujeres reinas y trescientas concubinas; y sus mujeres desviaron su corazón.”

Estos tres personajes, Salomón, David y Samuel gozan del mayor de los prestigios en la literatura bíblica, sin que la promiscuidad manche sus nombres en términos morales. De lo contrario, habrían hecho “lo que el Señor reprueba”, como tantas veces se señala en otros para censurar a otros personajes. No obstante, podemos observar que en estos tres casos aparece un pequeño reproche, si no a la poligamia en sí, al menos a la forma desordenada, siguiendo el criterio de Dt 17. Más concretamente, existe un conflicto emocional entre las dos mujeres del padre de Samuel, la actitud sexual de David se vuelve problemática y la ubérrima promiscuidad de Salomón desvió su corazón. 

Interesa reconocer aquí la armonía de estas advertencias en los profetas antiguos con la norma mencionada de Dt 17, que coincide textualmente en el caso de Salomón. Recordemos: “para que su corazón no se desvíe” y “desviaron su corazón”. Sin profundizar ahora en ello, esa sintonía pone en evidencia que se trata del mismo redactor, que, como veremos en otro ensayo, escribió en Jerusalén en el s. VII a. C., en la corte de Josías. Sirva ese detalle para poner contexto histórico a la percepción que se tenía entonces sobre el asunto.

Cambio de tendencia en los Ketuv’im.

De ahí en adelante, en el resto de libros del Tanaj, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantares, etc., el protagonismo de la poligamia desaparece de la narración activa, aunque no se censura en ningún momento. Incluso deberíamos subrayar que en ocasiones se hace mención expresa de las virtudes de la monogamia. 

Por ejemplo, en Proverbios se idealiza la relación exclusiva, el disfrute de la esposa de tu juventud, en singular. La mujer adúltera aparece como figura de peligro. En Eclesiastés, aunque no se menciona el asunto explícitamente, la misoginia que desprende el texto sugiere una desilusión con las mujeres incompatible con la poligamia.

Ec 7, 28:

“…entre mil hombres he hallado uno cabal; pero mujer entre todas ellas no he hallado”.

En el Cantar de los Cantares, libro romántico por excelencia, se celebra el amor erótico en singular. Aunque hay menciones a un harén, el tono general es de relación íntima exclusiva, o al menos de preferencia por una única amada.

En Rut y Ester, por terminar, si bien se asume un contexto donde las relaciones múltiples serían legales, en cambio se muestran otras monógamas o implícitamente exclusivas.

De algún modo, podemos concluir que el modelo de relación conyugal en esta última parte de la Biblia hebrea parece orientarse hacia la idealización de la monogamia, aunque no se censure expresamente la poligamia, probablemente porque era una costumbre demasiado extendida y difícil de cambiar.

Ideal de los apócrifos.

La literatura apócrifa o deuterocanónica que conservamos entre el Tanaj y el Nuevo Testamento, aunque no forma parte del canon sagrado, salvo en contadas excepciones, nos ofrece un punto de vista imprescindible para conocer la evolución del concepto en el entorno cultural del medio oriente antiguo. En general, no encontramos censura ni oposición de ningún tipo a la poligamia, pero sí empieza a aparecer una visión moral más crítica del asunto. Quizá sea herencia continuadora del cambio de tendencia anterior, pero no podemos descartar la influencia de otras culturas en ese periodo intertestamentario, pues los textos abundan en arameo y griego, no solo en hebreo. 

El libro de Tobías, conservado en griego y presente en la Septuaginta, dedica buena parte del texto al matrimonio exclusivo de Tobías con Sara. Sin atacar la poligamia, el ideal ético de familia parece incluir la exclusividad conyugal. De hecho, su padre, presentado como modelo de virtud, es monógamo también.

En el Libro de la Sabiduría de Jesús ben Sirá, s. II a. C., predomina un modelo ético de pareja única.

Sir 7, 19:

“No abandones a una buena esposa; porque su gracia vale más que el oro.”

Como vemos, aunque el texto no critica expresamente la poligamia, valora la relación en términos de fidelidad.

Podemos citar también el Libro de los vigilantes, en 1 Enoc, que reinterpreta el conocido pasaje de Gn 6 y los nefilim. Aquí, aunque no se menciona el concepto, se censura con energía el desorden sexual de los ángeles caídos que tomaron esposas humanas, fruto del cual decidió YHVH apagar el ordenador y enviar un diluvio para reiniciarlo. Resulta obvio que, sin censurar la poligamia, el autor desaprueba la libertad de orgía, fuente de la mayor de las calamidades.

En esa línea reinterpretativa, y por las mismas fechas aproximadamente, s. II a. C., el libro de Jubileos reescribe las historias de los patriarcas antiguos en versión monógama, incluso en el escandaloso caso de Jacob, que si recordamos toma por esposas a dos hermanas y también disfruta de sus dos siervas, las cuatro a la vez. Es aquí evidente la reelaboración ideológica del texto a partir de una concepción monógama de la familia. Es decir, es obvia la intención moralizante de reescribir unos textos que no encajan con el sistema ético de sus autores.

En definitiva, aunque no hay todavía una condena explícita, es fácil detectar una evolución ética hacia la exclusividad de la pareja como ideal conyugal. Quizá esa transición, que debió ser paulatina por fuerza y desigual en cada nicho cultural, sentó las bases del cambio que se produjo después.

La nueva monogamia.

En el Nuevo Testamento se confirma ese cambio de tendencia y se hace explícita la preferencia por la monogamia. Empecemos por el principio, Pablo.

1 Co, 7, 2:

“Por causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido.”

Como vemos, apuesta por una relación exclusiva, cada uno con una pareja y nada más, aludiendo explícitamente a la desviación que produce lo contrario, en sintonía con las advertencias de Dt 17. Aquí la sugerencia de monogamia es, directamente, una vacuna contra el desorden.

A mayores, para el sacerdote no permite sino la monogamia expresamente.

1 Tim 3, 2:

“El obispo debe ser irreprensible, marido de una sola mujer…”

Del mismo modo se expresa en Tito, y también en Timoteo para los diáconos. No cabe duda de que el sacerdote representa el modelo de virtud en la comunidad. Por tanto, si él debe ser monógamo por obligación, se deduce que el resto debe seguir el ejemplo moral.

En los evangelios, según Mc y Mt, Jesús se inspira en el versículo de Gn 2:22 para recordar que el hombre debe abandonar a sus padres y unirse a su mujer para ser “una sola carne”. Pero añade algo más a esa ambigüedad genérica.

Mt 19, 6: 

“Así que no son ya más dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”

Parece difícil encajar esa sola carne con varias mujeres. Debemos leer un vínculo exclusivo y permanente, que no permite siquiera la separación, sin espacio ético para la poligamia.

Es decir, aunque no tenemos menciones explícitas en el NT, como hemos dicho en otro lugar los silencios también son relevantes, y lo que no se dice expresa también información. En este caso, no solo se prefiere la monogamia y se alude a ella como ideal deseable, sino que se omite mencionar otro tipo de relaciones que de seguro todavía eran comunes. Así pues, hemos de concluir que ese entorno profundamente romanizado y helenizado había empezado a rechazar la poligamia de la virtud moral. A partir de ese momento y durante los primeros siglos de nuestra era, los primeros cristianos la excluyen de sus vidas y la consideran incompatible con la fe. Al menos en teoría, aunque no desapareció por completo, como veremos más adelante.

Corán, vuelta a los orígenes.

El Corán destila entre sus páginas la necesidad imperiosa de volver la vista a la Torá y escuchar de nuevo la pureza de los mandamientos de Moisés. No es, por tanto, extraño que la poligamia sea aceptada explícitamente.

Corán 4, 3:

“Casaos con las mujeres que os gusten: dos, tres o cuatro. Pero si teméis no ser justos con ellas, entonces una sola…”

Al parecer, Mahoma permite las relaciones conyugales con varias mujeres, según la tradición él tuvo muchas más de cuatro, pero la cita también denota la cautela que vimos en Éxodo: sí puedes, pero debes cuidarlas como es debido. Recordemos el versículo.

Ex 21, 10: “Si toma para él otra mujer, no disminuirá su alimento, ni su vestido, ni el deber conyugal.”

Así pues, el Corán conserva el modelo bíblico antiguo, lo cual implica un permiso legal dentro del marco islámico, siempre que no se olvide la justicia emocional y material con la que hay que tratar a todas las esposas. Cabría interpretar que de forma análoga a cómo la Torá poner por escrito una costumbre habitual de su entorno, el Corán regula una práctica que era habitual en Arabia. No es difícil deducir de la lectura del Corán que muchas de sus normas de conducta, aunque inspiradas en la Torá, pretenden dar solución práctica a los conflictos y cuitas del contexto social de Mahoma.

Sea como fuere, dependiendo del rigor con el que se interprete la observación sobre la justicia, la poligamia podría resultar poco frecuente en la práctica. No en vano, también leemos lo siguiente.

Corán 4, 129:

“No podréis ser justos con vuestras mujeres, aunque lo deseéis…”

Esta advertencia, tomada al pie de la letra, puede ser muy disuasoria.

Perspectiva en el judaísmo después del Segundo Templo.

La época rabínica clásica de los primeros siglos hereda la tendencia de los últimos libros del Tanaj, esto es, se permite la poligamia y se regula con detalle, como podemos deducir de la Mishná del s. II. No obstante, en sintonía con las creencias que propone el cristianismo de la misma época, los rabinos recomiendan no tener más de cuatro esposas, curiosamente igual que el Corán, incluso podemos encontrar comentarios en el Talmud que insinúan que la armonía conyugal será difícil con más de una mujer, conduciendo a desórdenes que pueden terminar en el incumplimiento de la ley.

En la Edad Media, el judaísmo asquenazí prohibió la poligamia en Alemania. Este es el primer brote de censura nítida. No obstante, el decreto rabínico tuvo tal repercusión que pronto se extendió por Europa, donde la cultura cristiana ya había popularizado la monogamia, y no hubo ninguna dificultad para aceptar la nueva norma. Al parecer, los conflictos de herencias, abandonos de esposas y desórdenes domésticos eran lo bastante incómodos como para imponer una ley rabínica al margen de la Torá.

Como es lógico pensar, los judíos que vivían en regiones de dominio musulmán no tuvieron problemas para mantener la poligamia legalmente, aunque con el tiempo fue quedando como una costumbre residual reservada solamente para los más adinerados, siendo lo común en sociedad la monogamia.

Por rematar, desde 1950 el Estado de Israel prohíbe la poligamia, salvo en algunos casos excepcionales de transición. En consonancia, el judaísmo oficial solo permite la monogamia.

La poligamia en el cristianismo posterior.

Como vimos, en el cristianismo primitivo la tendencia fue idealizar la relación exclusiva, sin perseguir la poligamia. Sin embargo, en la patrística de los primeros siglos se rechaza de plano por asociación con lo “judío”. La racionalización teológica lo justificó con el argumento de que la monogamia refleja la unidad del alma con Dios. Pronto pasó a estar prohibida para los cargos eclesiásticos o a ser motivo de herejía.

En la Edad Media se consolidó plenamente el matrimonio monógamo y sacramental en occidente, incluyendo la indisolubilidad que se desprendía de la sentencia de Mateo: “lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.” Esta idea no ha cambiado hasta hoy.

Apenas podemos encontrar el insólito caso de los mormones, que la practicaron de forma legal en el s. XIX, y que todavía lo hacen en algunas comunidades en la clandestinidad. Las iglesias africanas, por su lado, no permiten la poligamia, aunque admiten determinadas excepciones. En todo caso, no es una costumbre aceptada.

Conclusión.

En resumen, la poligamia fue una práctica socialmente aceptada en los orígenes de la tradición hebrea, como queda explícito en la Torá. Siendo conservadores, podemos estar seguros de que debió ser así desde el s. VII en el Reino de Judá, aunque probablemente heredase esa costumbre de tradiciones mucho más antiguas, incluso en el Reino de Israel. Paulatinamente, la norma social fue cambiando hacia una preferencia por la monogamia. En todo caso, hasta la llegada del cristianismo no apareció un rechazo moral, y los padres de la Iglesia sustentaron, desde muy pronto, la exclusividad de la monogamia. Por su lado el Islam, apegado desde su inicio radicalmente a las leyes de Moisés, mantuvo con firmeza la poligamia hasta cuatro mujeres, con la cláusula de corresponderlas a todas como merecen. Aunque es una costumbre aceptada desde entonces, bien es cierto que es una práctica minoritaria. Los judíos, desde la Edad Media, no la aceptan legalmente.

Hemos de advertir, como sugeríamos al principio, que no hemos agotado la cuestión, ni mucho menos. Somos conscientes de que un trabajo antropológico más riguroso distinguiría entre prohibición estatal y prohibición religiosa, entre ley imperante y tradición aceptada, entre costumbre mal vista y hábito tolerado, entre rechazo moral y práctica habitual. Etc. Apenas hemos intentado dar un vistazo general y superficial a la evolución del concepto en los textos y sus interpretaciones posteriores, a grandes rasgos, en cada una de las religiones del Libro.

Curiosamente, esa costumbre que practicaban inopinadamente algunos de los personajes más relevantes de los textos sagrados, Abraham, Jacob, David o Salomón, entre otros muchos, no fue lo bastante ejemplar como para mantenerla hasta hoy, como sí lo fueron otras conductas morales expresadas en la Biblia cuya observancia todavía pervive. Amén de la excepción islámica, que aun siendo los últimos en llegar, conservan con insólita firmeza estas enseñanzas de Moisés.

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