“El verdadero poeta es el que acierta a despojar su inspiración de todo lo trivial, de todo lo vulgar y mostrenco que posee, hasta encontrar un pozo de belleza auténtica.”
Fernando Lázaro Carreter

Presentación.
¿Cómo se explica un texto, cómo se comenta desde un punto de vista literario? ¿Qué herramientas intelectuales intervienen? ¿Existe una metodología? ¿Es esto útil para comprender un texto en profundidad? Hoy respondemos a esas preguntas de la mano de Lázaro Carreter y su famosa obra Cómo se comenta un texto literario.
Introducción.
Fernando Lázaro Carreter fue un filólogo español que dirigió la RAE en los años 90. Entre sus obras de lingüística, literatura y teatro, destaca un libro de texto que tuvo muy buena acogida desde los años 50, Cómo se comenta un texto literario, el cual enlaza con su actividad de profesor. Esta obra aporta una novedad respecto a la metodología anterior del estudio de la literatura: la perspectiva de análisis es diferente, sustituyendo el trabajo memorístico por el razonamiento. Veamos cuáles son sus ideas fundamentales.
La explicación como aprendizaje.
Para Lázaro Carreter, la literatura se estudia a través de tres modos: mediante la lectura de obras literarias, con la historia literaria como instrumento auxiliar, pero también a través de la explicación de textos. La lectura constante de obras valiosas es el único camino para conseguir algo, como escuchar música para entender la música u observar cuadros para saber de pintura. La historia de la literatura, a su juicio, y también al nuestro, aporta una herramienta auxiliar que ayuda a ubicar y contextualizar las obras para profundizar en su comprensión, si bien en ese ejercicio de la memoria no debe recaer todo el peso del análisis literario, ni mucho menos. No está de más recordarlo, pues en los estudios reglados suele ponerse el énfasis en esa parte auxiliar como si fuese el corazón de la literatura, olvidando que recordar quién, cuándo y cómo se escribió el Quijote no es lo mismo que entender el Quijote. Pero Fernando también advierte que la explicación de textos literarios es un modo de estudiar literatura. Es con ese análisis, cuando se enfrenta la dificultad de tener que explicar cómo está escrito un texto y por qué, cuando se ponen en juego todos los conocimientos del exégeta y su capacidad razonadora para analizarlo en profundidad. La recompensa de ese esfuerzo se sustancia en una mayor comprensión de la obra. Ese conocimiento hallado como premio es, precisamente, lo que anima la esencia de este espacio. Así pues, podemos concluir con Lázaro Carreter que el exégeta, cuando explica, está aprendiendo en profundidad.
En qué consiste la explicación.
El comentario o explicación pretende dar cuenta de qué dice el texto y cómo lo dice, atendiendo simultáneamente al fondo y a la forma de manera indisociable. Añadiría yo que es en la forma justamente donde mejor se expresa la intención del autor, donde el tema adquiere matices y originalidad, pero no entendida como adorno o envase del contenido, sino como rostro de su esencia. Así, como dice Fernando, explicar es dar cuenta de qué y cómo, atendiendo a la vez al qué y al cómo, con el énfasis en hacerlo simultáneamente.
Por tanto, explicar no debe ser una paráfrasis del texto, es decir, no puede consistir en extender y ahuecar lo que dice. Tampoco, obviamente, ha de ser un pretexto para exhibir nuestros conocimientos relacionados, divagando alrededor de la época del autor o del estilo de sus contemporáneos, y dejando de lado el material concreto que es objeto de análisis.
Para abordar una explicación el exégeta ha de poner en juego, fundamentalmente, sus conocimientos sobre la materia, gramática, historia de la lengua, literatura, métrica, etc. Sin su concurso el trabajo sería estéril. Pero sería algo simplista pensar que se puede acometer un análisis profundo sin el auxilio de otros conocimientos relativos al tema, sobre religión, geografía, antropología, economía, historia… Es por eso que la cultura amplia y diversa aporta herramientas valiosas de análisis sin las cuales es difícil dar cuenta de qué y cómo con cierta profundidad. A todo ello se debe añadir un tercer ingrediente que, aunque se puede ejercitar en el gimnasio de las letras, es un don personal: la agudeza de ingenio. Esa capacidad del intelecto para razonar y establecer relaciones es capital para alcanzar el hueso de cereza de la obra literaria.
El orden metodológico de la explicación.
Lázaro Carreter expone en su libro un orden metodológico dirigido a comentar textos breves con vocación docente y académica. Procuraremos extraer las ideas que sirven para acometer la lectura y el estudio de cualquier texto en general, no tanto para demostrarle al profesor que sabemos, sino para enriquecer nuestro conocimiento, como insinuamos más arriba. Estas son las seis etapas del análisis para la explicación:
- Lectura atenta del texto
- Localización
- Determinación del tema
- Determinación de la estructura
- Análisis de la forma partiendo del tema
- Conclusión
Como resultará obvio, una vez dominada esa metodología ordenada se podrá someter la explicación a una cierta flexibilidad inspirada por la personalidad y los intereses del exégeta, pero no será en vano conocer este mecanismo de estudio en detalle y ejercitarlo de forma rigurosa como entrenamiento.
La lectura atenta.
Es una fase primaria e ineludible del análisis. Consiste en entender el texto en su conjunto y en cada una de sus partes, y descubrir su sentido literal. Es importante aquí fijar el sentido preciso de las palabras, en las acepciones que son útiles para el autor, e iluminar las regiones oscuras. Por ejemplo, no se puede pasar por alto una palabra desconocida o un doble sentido. En las traducciones este trabajo es todavía más laborioso, como puedes imaginar. Sin embargo, no debe acometerse en esta fase la comprensión profunda de lo que quiso decir el autor ni del estilo que utilizó para alcanzar ese fin, sino simplemente descubrir el sentido literal del texto, sin que queden lagunas: fijar significados, posibles erratas, etc.
Localización.
La segunda fase consiste en ubicar el texto en el conjunto al que pertenece: el fragmento en la obra, la obra en el autor, el autor en su contexto. Es por tanto imprescindible conocer la obra a la que pertenece el fragmento, la obra completa del autor del fragmento y el contexto en el que escribe el autor, y recoger los aspectos relevantes que atañen al texto. Cuando se desconocen estos elementos la dificultad del análisis alcanza cotas magníficas. Pongamos por ejemplo un caso concreto bíblico, que ya hemos tratado en este espacio, el pasaje del prepucio de Sefora en Éxodo. Si recordamos, en ese pasaje Séfora ejecuta un ritual de circuncisión muy sorprendente por el cual le corta el prepucio a su hijo con una piedra, se lo frota a Moisés en el pene y con ello aleja un peligro de muerte y consolida su relación marital con el héroe.


En cuanto a la localización, sabemos que el texto se ubica en Ex 4, sin embargo parece un fragmento ajeno al resto de la narración, que fue introducido allí de forma abrupta. Es difícil, por tanto, establecer la conexión del fragmento con su contexto literario inmediato, es decir, entender por qué el autor lo ubicó ahí, cuál era su intención y qué relación tenía con la historia. Por otra parte, no sabemos quién es el autor, y probablemente sea otro distinto al autor del resto del capítulo, con lo cual se hace muy difícil, si no imposible, ubicar el texto en el conjunto de su obra, de sus intereses temáticos, de su estilo, de sus intenciones. Tampoco conocemos la fecha de redacción, seguramente distinta a la del resto del capítulo. En consecuencia, ubicar el fragmento en su contexto histórico y cultural, en una época, en un género o corriente de pensamiento, es una tarea titánica en este caso. En definitiva, no sabemos de dónde sale el fragmento, quién lo escribió, cuándo, ni en qué momento fue introducido en Ex 4. Abordar su explicación, por tanto, es una tarea de la mayor complejidad hermenéutica por el mero hecho de no poder fijar su localización. Eso sin entrar en matices lingüísticos, idiomáticos, semánticos y de traducción y transmisión.
Así pues, será relevante conocer el contexto sociocultural del autor, con énfasis en los aspectos relevantes para su estilo y su temática, así como el conjunto de su obra literaria. También será crucial conocer el contenido de la obra en la que se inscribe el texto, si es un fragmento, así como su estilo, significado y otros aspectos que ayuden a entenderlo, con énfasis en el contexto inmediato que rodea al texto en cuestión. Fernando recuerda, para los estudiantes, que cuando no se sabe nada hay que pasar a la siguiente fase, pero debemos añadir aquí, con carácter general, que en tal caso debemos ser conscientes de esa laguna y procurar volver a ella tantas veces como sea posible para acotarla. No sirve dejarla por imposible, eso no puede ser satisfactorio para el estudio.
Determinación del tema.
La tercera fase consiste en determinar el tema, una parte crucial para la explicación. El tema es el asunto esencial que inspira el texto prescindiendo de sus detalles. Ha de ser, por tanto, claro, preciso y breve. En muchos casos se podrá sintetizar el núcleo del tema con una palabra abstracta, por ejemplo la soledad, el despecho, la venganza… En una obra amplia suelen coexistir varios temas secundarios, algunos de ellos entremezclados, y no siempre es fácil aislar un tema principal. Como puedes imaginar, determinar bien el tema es imprescindible para poder dar una explicación, y hacerlo mal conduce a interpretaciones alejadas de la intención del autor. Por ejemplo, volviendo al caso bíblico, si se concluye que el tema del pasaje de Caín y Abel es la envidia resultará imposible entender su mensaje original y cualquier explicación resultará incoherente con el espíritu con el que fue escrito. Tal cosa, por cierto, es demasiado común en este pasaje.
Determinación de la estructura.
La cuarta fase consiste en identificar los elementos, partes o apartados que componen el texto. Si es un fragmento, puede no tener más que uno. Si es una obra amplia convendrá atender a sus divisiones y el modo en que se disponen. Si está en verso habremos de observar la métrica, los ritmos, el tipo de composición… En cualquier caso, identificar los elementos no puede ser una excusa para aislarlos. No hemos de perder de vista que las partes de una obra, tanto si es grande como si es un pequeño fragmento, son solidarias entre sí, y que la determinación de su estructura es una herramienta para abordar su análisis de forma secuencial y manejable, no para desmembrar el texto y desnaturalizar la armonía con la que fue escrito.
Análisis de la forma partiendo del tema.
Recapitulemos las cuatro fases anteriores antes de abordar la quinta, que es el núcleo de lo que llamamos explicación o comentario de un texto. Primero, leer con atención, después ubicar el texto en su contexto, determinar el tema y finalmente identificar su estructura. Ahora, la quinta fase, consistirá en analizar la forma partiendo del tema. Como decía, es el núcleo del trabajo de análisis.
Llamamos forma a las palabras y a los giros gramaticales que integran el texto. Puesto que son una elección consciente del autor ha de haber una estrecha relación entre el tema y la forma adoptada. Incluso en los textos de escaso valor artístico, la forma revela cómo se aproxima el autor al tema. Un prospecto farmacéutico, por ejemplo, delata, en su sobriedad técnica, una aproximación rigurosamente práctica y profesional al tema: esto se toma así en unos supuestos concretos y tiene tales contraindicaciones y efectos secundarios. En esa línea, que sean anónimos no puede sorprendernos. Desconfiaríamos de un fármaco cuyo prospecto estuviera preñado de metáforas.
Así pues, el principio fundamental de la explicación reside en que el tema del texto está presente en sus rasgos formales. En palabras de Fernando, “la explicación de un texto consiste en justificar cada rasgo formal del mismo como una exigencia del tema.” Si seguimos esta máxima al pie de la letra observaremos que a medida que la calidad artística del texto disminuye se difumina la presencia del tema en la forma elegida para transmitirlo. Sin embargo, como decía más arriba, nunca es irrelevante para la comprensión. Por ejemplo, una novela de intención comercial sobre el amor, escrita con fórmulas previsibles y recursos trillados, podría revelar una aproximación banal al tema, diseñada quizá para un público que busca entretenimiento ligero antes de perderse entre los versos de Ovidio. Su análisis, pobre quizá desde una perspectiva artística, ayudaría en cualquier caso a comprender la intención comercial del autor a partir de la forma que utiliza para acercarse al amor. He querido destacar este aspecto porque puede ser útil para comprender cualquier expresión verbal, incluso para entender un simple comentario de YouTube. Por ejemplo, una respuesta repleta de erratas, faltas de ortografía, con una puntuación errática y unos modales descuidados delata el escaso interés de su autor por ofrecer una opinión redonda, lo cual puede ser síntoma del poco tiempo que se tomó en reflexionar y evidencie la ligereza con que se aproxima a la cuestión. La forma revela siempre una actitud.
Sea como fuere, en esta fase ha de analizarse el texto siguiendo el orden secuencial de la estructura que hemos determinado en la fase anterior. Conviene preguntarse en cada detalle por qué el autor eligió esa forma, por qué ese adjetivo, por qué ese hipérbaton, por qué una redundancia, una metáfora, una aliteración eufónica, etc. No es necesario hacerlo con todos y cada uno de los detalles, pero sí con aquellos que confirman la presencia del tema en la forma. Es importante tener esto en cuenta para abordar el análisis de forma completa sin que desborde nuestras fuerzas intelectuales. No siempre un artículo requiere una gran atención.
En esta fase es interesante utilizar las herramientas auxiliares mencionadas para asociar, si es posible, la forma elegida por el autor con su estilo literario, entendido este como el conjunto de rasgos formales que caracterizan su manera de escribir. Análogamente, ese ejercicio se puede hacer para vincular el estilo del texto dentro del estilo del autor en el contexto de su obra, o incluso dentro de un género, una corriente literaria o una época.
Conviene atender al estilo ese conjunto de rasgos que caracterizan un género, una época, un autor, una obra o un fragmento.
En resumen, esta fase consiste en analizar, a partir de la estructura, los rasgos formales que se justifican en el tema del texto. Y esta es la parte del león.
La conclusión.
La última fase del análisis para enfrentar la explicación de un texto es la conclusión. Fernando la divide en dos partes, a mi juicio muy oportunas: la primera, un balance de nuestras observaciones, y la segunda, una impresión personal, quizá mejor en ese orden concreto. Como es evidente, en su libro esta conclusión está orientada a informar al profesor del aprovechamiento del alumno. Sin embargo, debemos añadir que no es inútil en la intimidad para estudiar y comprender un texto, sino todo lo contrario. Después de una lectura analítica, hacer un balance personal de nuestras observaciones y dar cuenta de él es un ejercicio maravilloso para poner en orden las ideas concluyentes que se extraen del texto, tanto más sólidas cuanto mejor se apoyen en una deducción razonada. Así mismo, la impresión personal enjuicia en última instancia la obra de acuerdo con nuestros conocimientos y agudeza, lo cual nos pone en el compromiso de tener que ponderar sus características, un último esfuerzo para comprenderlas en profundidad.
La inspiración artística.
El librito de Fernando arrima a todas estas ideas conceptuales ejemplos concretos de cómo acometer esa metodología con textos clásicos de la literatura española, muy adaptados al aprendizaje académico, pero de los cuales se pueden extraer conclusiones generales. Antes de finalizar con un glosario de términos técnicos literarios muy socorrido, remata la obra con tres comentarios de su autoría a modo de ejemplo virtuoso, sobre la prosa de Alfonso X, sobre los sonetos de Fray Luis y sobre el monumental soneto de Quevedo que todos conocemos, el cual aprovecha para representar una idea poderosa: el principio estilístico fundamental de la obra de arte es el de su compacta unidad estructural.
Rescato para terminar una perla que nos regala entre las líneas, en relación a la economía literaria y a la virtud de ser conciso: “No escatimar palabras puede servir para decirlo todo, pero también para decir las cosas con menos precisión.”
Me despido con una cita acerca de la inspiración artística, con la cual no puedo estar más de acuerdo:
“Según los antiguos, el escritor recibe de los dioses un soplo, una iluminación que guía su pluma: es la inspiración. A la inspiración se opone el arte, esto es, la reflexión que rechaza la ganga inútil que la inspiración aporta, pues esta, en definitiva, no es sino el conjunto de recuerdos literarios y emociones más o menos vulgares, que asedian al poeta cuando escribe, y de las que tiene muchas veces que defenderse. Los románticos son víctimas frecuentes de su inspiración. Aquel a quien vulgarmente se llama poeta inspirado suele ser un mal poeta. El verdadero poeta es el que acierta a despojar su inspiración de todo lo trivial, de todo lo vulgar y mostrenco que posee, hasta encontrar un pozo de belleza auténtica.”
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