
Cervantes, en La Galatea, allá por el 1585, se apenaba del «juicio del vulgo, peligroso y casi siempre engañado.» Era de natural humilde, todo lo humilde que permite ser la vanidad de un escritor. “No soy de tan ruin condición que, ya que a mí me falte ventura, huelgue de que otros no la tengan”, decía por aquel entonces. ¿Habrá leído el autor de estas pintadas a Cervantes? ¡Qué digo! ¿Sabrá leer?
No sé de qué le acusa el vándalo pero Miguel dejó su manera de andar retratada en El Persiles: «Seguí las costumbres de mi patria, a lo menos en cuanto a las que parecían ser niveladas con la razón, y en las que no, con apariencias fingidas mostraba seguirlas, que tal vez la disimulación es provechosa.» A la vuelta de quinientos años, parece que algunos todavía no conocen las costumbres del s. XVI. Al siglo dieciséis me refiero, por si esto lo lee alguno de esos analfabetos, que no le cueste.
No era un hombre perfecto y lo sabía: «como los vicios tienen asiento en el alma, que no envejece, no quieren dejarme». Pero sospecho que sabía también que los demás no van escasos de defectos y vivía sin condenarlos, con sorpresa, con la misma que supongo habría sentido al ver esa pintada si levantara la cabeza. «Efetos vemos en la naturaleza de quien ignoramos las causas: adormécense o entorpécense a uno los dientes de ver cortar con un cuchillo un paño, tiembla tal vez un hombre de un ratón, y yo le he visto temblar de ver cortar un rábano, y a otro he visto levantarse de una mesa de respeto por ver poner unas aceitunas.» Hay gente rara, pero qué le vamos a hacer.
Me amo que habrá sido alguno de esos confundidos modernos, desconocedores de la historia, que se saben cuatro cosas a medias y van de inteligentes, revolucionarios y transgresores, pero que en el fondo solo siguen ciegamente y sin pensar las bobadas que han oído decir a un demagogo, de esos que dan voces con el puño en alto entre gritos de libertad. Qué mala es la cosa ideológica, madre mía, que le pone a uno a hacer idioteces por no reflexionar. A lo mejor se le acusa de ser machista a Cervantes por cosas como esta: «no nos enseña a ser hechiceras, como algunos nos llaman, sino a ser encantadoras y magas». Quizá se le reproche ir contra los pobres por citas así: «la baja fortuna jamás se enmendó con la ociosidad ni con la pereza.» O tal vez le envidien haber tenido una vida regalada y tranquila y no haber visto nunca lo que es el sufrimiento, como se puede percibir aquí: «hallaron la cubierta llena de sangre y de cuerpos de hombres semivivos, unos con las cabezas partidas, y otros con las manos cortadas; tal vomitando sangre, y tal vomitando el alma.» A lo peor fue por enamorarse de Dulcinea, o por escribir enfadado la segunda parte del Quijote, vaya usted a saber.
En lugar de esforzarse por los demás, buscar la prosperidad, procurar seguridad y paz, algunos siguen empeñados en perseguir conflictos, en inventar oprimidos para lanzarlos contra opresores imaginarios, en crear malestar, odio y revuelta. Lo más triste es que mucha gente ignora que entre los vítores de libertad, progresismo, derechos, empleo digno, cambio climático, feminismo y cosas tan hermosas como esas, aguarda agazapado un lobo dispuesto a arrancarte el corazón de una dentellada. El lobo miente al pueblo y lo confunde, por eso vive, de otro modo tendríamos miedo de él. Pero que no olvide el lobo lo que dijo Cervantes: «si el vulgo siempre se engaña, también quedará engañado en lo que de vos pensare.» Que al final la revolución termina siempre devorando a sus hijos. A veces cuesta identificar al lobo, porque no reivindica esos actos de vandalismo. No importa, lo reconocerás porque no los censura. Esos que se rasgan las vestiduras por cualquier memez infundada son los mismos que no condenan el atropello del patrimonio público ni se cuestionan el ultraje que supone profanar la imagen de un poeta. El límite de la estupidez humana no deja de asombrarme.
En fin. Prefiero que no arreglen la estatua, así está bien. Símbolo es también de los tiempos que nos ha tocado vivir. Que los hombres del futuro juzguen y digan si se avergüenzan de ser herederos de Cervantes o del pintor.
Perdóname, sufrido lector, por el mal humor, pero es que siento tal amor por las letras que es como si hubieran puesto «bastardo» en la tumba de mi abuelo.