Argentina hacia el anarcocapitalismo

«Nada es más fácil que tener buenas intenciones. Pero cuando no se entiende cómo funciona una economía, las buenas intenciones pueden llevar a consecuencias desastrosas para naciones enteras.»

T. Sowell, Basic economics -2000

Javier Milei ha ganado las primarias en Argentina y se revela así como el favorito para ser presidente a finales de este año. La mayor parte de los medios anda espantada y sin cabeza cacareando que viene el monstruo de la ultraderecha, como pollos, y una pequeña parte, más sosegada, observando con sorpresa el giro de la política argentina hacia el liberalismo libertario, perdóname la redundancia. Asoma la patita, desde el plano filosófico más que desde el práctico, pero he ahí el valor de los principios, el león del anarcocapitalismo, palabrota que suena tan terrorífica como si tras ella vinieran los narcotraficantes del capitalismo salvaje y despiadado a matar a la gente de una dentellada, en ausencia de toda justicia, en la pura anarquía de las fauces del dinero. El tema no es trivial, semejante rugido supone un cambio inesperado y muy grave en el paradigma político, cuyos ecos se van a sentir con temor en todo occidente. No estará de más, por tanto, que hagamos una reflexión sobre estos conceptos y que pongamos a la luz del papel las propuestas políticas de Milei, tanto prácticas como filosóficas.

La etiqueta de ultraderecha, como todas las que usamos, simplifica un fenómeno muchísimo más complejo para que de un vistazo uno pueda ubicar la posición política de Milei sin tener que escuchar lo que dice y pensar por sí mismo. Si consideramos la ultraderecha como lo muy conservador y reaccionario, cercano al fascismo, encontraremos una definición del carácter de Milei completamente equivocada, y quienes vierten este punto de vista lo hacen, simplemente, con la mala fe de desacreditar sus propuestas de forma interesada. Por otra parte, si pensamos en la derecha como lo contrario a la izquierda, y así en la ultraderecha como el extremo más opuesto, podríamos andar mejor encaminados hacia las ideas de Milei, pero caeríamos en la simplificación ingenua de la etiqueta «izquierda». El caso es que el eje izquierda-derecha no sirve en este caso, no creo que sirva en ninguno, pero en este sin duda no funciona. Como ya expliqué en el ensayo Izquierda, derecha, totalitario y liberal, los dos ejes propuestos por David Nolan son mucho más pertinentes aquí, según los cuales hay uno que va de izquierda a derecha, el clásico, pero otro que va de arriba a abajo, desde la libertad hacia el autoritarismo. Las ideas de Milei estarían arriba del todo, en el vértice de la libertad, tan lejos de la extrema izquierda como de la extrema derecha. Ambos polos proponen soluciones autoritarias desde el Estado para la convivencia en sociedad, cada uno según su talante. Por el contrario, el liberalismo clásico, el de Milei, aborrece cualquier rasgo de autoridad estatal. Históricamente, y así lo recogía Nolan en 1969, la ideología del polo izquierdo ha sido autoritaria en la recaudación de impuestos y la redistribución de los dineros desde el Estado, y libérrima en las relaciones humanas, algo así como «practica el amor libre, pero deja que la cartera te la administre yo». El polo derecho, lo opuesto, autoridad para imponer los hábitos ciudadanos pero con libertad económica: «condúcete como dictan mis normas morales y haz con tu dinero lo que creas conveniente». Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la izquierda ha abrazado con pasión las peores consignas de la derecha, y ha ido dejando de lado la libertad de comportamiento, de expresión, de ideas, para ir dictando poco a poco, como cualquier dictador, cuál es el modo adecuado de pensar y actuar, qué está bien que hagas en tu intimidad y qué no, pareciéndose cada vez más a su Némesis monacal que tanto detestaban hace un siglo. Qué curioso, si me permites la digresión, que aquellos que defendían hace cincuenta años el amor libre y que las mujeres vayan con las tetas al aire por la calle lleven la misma etiqueta de izquierdas que los que hoy censuran a la chica que va enseñando las nalgas en Instagram o en un anuncio de perfume. Son esos moralistas analfabetos los que han conseguido, por ejemplo, que yo no pueda promocionar mis libros en las redes porque en la portada sale una teta, aunque sea la teta de un ser mitológico con alas y garras de león en un cuadro de 1864. Dirán que es cosificación de la mujer. No se puede ser más tonto ya. Discúlpame la mala leche.

En fin, como te decía, el eje izquierda-derecha no sirve para entender las propuestas de Milei, en tanto en cuanto ambos extremos se alejan de la libertad en un ámbito o en otro, sin olvidar que, además, la izquierda es cada vez más autoritaria en temas morales y sostiene consignas más propias de la derecha reaccionaria. La ideología de Milei es, en cambio, la del liberalismo clásico, y no en vano utiliza como bandera la definición de liberalismo de Benegas Lynch hijo: respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en la defensa del derecho a la vida, la libertad y la propiedad privada. Como ves, es una propuesta de mínimos de convivencia muy difícil de discutir, salvo que uno tenga dentro un autócrata y necesite que todo el mundo le obedezca, que los hay en todas las casas, por cierto. Es decir, sea cual sea tu proyecto de vida, lo respeto sin restricciones, y para ello te doy mi palabra de que no te voy a agredir, defenderé tu vida, te dejaré libertad para obrar de acuerdo a tus convicciones morales y no te robaré; espero lo mismo de ti. Esa idea tan sencilla y fácil de acordar entre las personas de bien (nadie tendría un amigo con quien no compartiera ese sentimiento vital) es el núcleo esencial que genera tanta animadversión entre políticos y medios politizados, por cuanto supone una amenaza a la autoridad del Estado y pone coto a la capacidad de burócratas y oligarcas para vivir y enriquecerse a costa del esfuerzo de los ciudadanos. Sin embargo, hay más ciudadanos que burócratas, y un tercio de la población le ha dado su confianza a Milei. Sería estúpido pensar que hay tantos fachas en Argentina, un país tan manipulado por la izquierda desde hace décadas. Lo que puede pasar es que haya muchos desesperados, muchas personas desafectadas con el peronismo, muchos que, de tanto tiempo tan pobres, ya no confían en esos que dicen defenderles. Es posible que buena parte de los votantes de Milei sean liberales de convicción, empresarios honestos, personas con todavía algún patrimonio que preservar, pero lo más probable es que la mayoría sean pobres, pobres de esos que venían votando a la izquierda durante generaciones y ya no aguantan más. Puede ser que todos esos pobres estén artos de que el Estado imprima billetes a un ritmo del 150% anual, sustrayendo así cualquier atisbo de ahorro y de prosperidad, que estén asfixiados de regulaciones laborales y trabas comerciales, que, ahogados a impuestos, no alcancen con las ayudas estatales a mal nutrir a sus hijos, que la inseguridad del robo y la agresión cotidiana haya alcanzado un extremo insoportable, mientras la ideología progresista sostiene la impunidad del delincuente, que se pierda el tiempo en discusiones bizantinas sobre el machismo y la gordofobia mientras los jóvenes huyen del país para no condenar su futuro, y que encima de todo eso los oligarcas y burócratas vivan a cuerpo de rey a costa de la miseria de tanta gente. Puede ser que haya tantos pobres en Argentina que unos cuantos se hayan dado cuenta, por fin, que para arruinar de esa manera a un país tan grande y tan rico el Estado ha tenido que hacer las cosas muy mal durante mucho tiempo. No olvidemos que hace cien años Argentina era la tierra prometida de la prosperidad. Puede ser que, en definitiva, estén despertando los leones, si bien escuálidos y enflaquecidos por el hambre, leones al fin y al cabo, cuyos colmillos están descubriendo que el socialismo a largo plazo solo trae miseria y desesperación, larvado por la infamia de una oligarquía impúdicamente opulenta, si me permites la metáfora.

Imagina un político que ofrece ciertos beneficios a quienes tengan más de dos hijos. Deseará que aumente la natalidad, y hará lo posible por promoverla, ya que de ahí saldrán sus potenciales votantes, ¿verdad? Imagina ahora un político que dice defender a los pobres y a los necesitados. Inevitablemente, tendrá el incentivo perverso de desear que haya más pobres y necesitados, y de promover políticas que conducen a la pobreza y la necesidad, pues de ahí saldrán sus potenciales votantes. ¿Conoces algún político que diga que está del lado de los pobres? De otra forma no se explica que se promulguen leyes del alquiler que destruyen el acceso a la vivienda, leyes laborales que condenan al paro y a salarios precarios o leyes fiscales que arruinan el tejido empresarial, por poner solamente tres ejemplos que han condenado a la ruina a la sociedad Argentina. Y todos sabemos cuál es la querencia de los políticos argentinos de las últimas décadas, a quiénes dicen que defienden. Es más que probable que el fontanero que duerme poco y trabaja mucho, que no le llega para malvivir en Villa miseria, que tiene miedo de salir a la calle al anochecer por si le pegan un tiro para quitarle las zapatillas, que prefiere un dolar a un millón de pesos del Estado, que ve por la tele los trajes de seda y alpaca que desfilan por la Casa Rosada, es muy probable que ya no aguante más mentiras y haya votado a Milei.

Ahora bien, más allá de su filosofía liberal, de respetar el proyecto de vida de los demás, ¿cuál es su programa político? Pues te lo dejo aquí al final del texto, para que puedas leerlo sin que nadie te manipule, es breve. No obstante, si me permites, destaco los aspectos más relevantes que atentan contra la estructura estatal. Procuraré hacerlo de forma inopinada. Su intención es impulsar políticas liberales para que Argentina sea un país pujante como lo fue a principios del s. XX. Para ello, considera primordial atender al valor humano: incentivar el mérito, el esfuerzo, el pensamiento crítico y personal, la creatividad, y los valores morales que aporten confianza y progreso a la sociedad. Su diagnóstico es que el Estado, a través de gobiernos populistas y durante demasiado tiempo, se ha entrometido de forma paternalista en la vida íntima de los ciudadanos, traspasando las líneas de sus competencias legítimas, y, con mala fe o sin ella, aun teniendo buenas intenciones, ha inhibido la iniciativa personal impidiendo, en consecuencia, el desarrollo de las clases más bajas, condenando así al país a la pobreza, al analfabetismo y al éxodo. Para revertir esta situación, propone un viaje en tres etapas, con una duración de treintaicinco años. La primera, inmediata, consiste en lo siguiente: bajada de impuestos para fomentar el ahorro y el emprendimiento, desregulación laboral para fomentar el empleo y la contratación, y supresión de aranceles y trabas burocráticas para abrir el comercio internacional. Esto se financia con el recorte del gasto público del Estado. Según él, de forma paulatina, las medidas propuestas irán generando la actividad económica suficiente para no necesitar tanto gasto público, léase, ayudas. Es decir: si tienes trabajo, y cobras bien, ya no necesitas la ayuda para el alquiler. A todo esto añade un concepto capital: libertad bancaria y libre competencia de divisas, para quitarle al estado la capacidad de destruir todo mediante la inflación. En la segunda etapa se aborda el adelgazamiento del Estado en dos frentes: reducir el número de funcionarios y transformar el sistema de pensiones en un sistema de capitalización particular, ambas cosas de forma ordenada y a largo plazo, sin menoscabo de los derechos adquiridos pero con el objetivo firme de dejar al Estado en los huesos y conseguir a la postre que los ciudadanos sean los dueños de sus vidas, en lugar de los burócratas. Se podrá conseguir con el desarrollo productivo de la primera etapa, siendo la sociedad la que genere libremente los bienes y servicios necesarios para vivir, en lugar del Estado. En esta etapa, el Banco Central debe ser disuelto, destruida para siempre la varita mágica de la inflación. En la última etapa se ataca el sistema de salud, de educación y de seguridad social, una vez la sociedad es lo bastante rica y madura para no querer que sea el Estado quien provea todos esos servicios, sino cada uno de los individuos libremente, porque tiene capacidad para afrontarlo con sus propios recursos sin ninguna ayuda.

Y estos son todos los secretos del programa de Milei, sus «ideas de ultraderecha que buscan que la gente se muera por la calle, comerse a los homosexuales, violar a las mujeres y volver a la caverna». Sé que la mucha gente aprensiva se puede asustar cuando escucha que el Estado no debe proveer las pensiones, la salud o la educación, porque piensan que sin su ayuda los ancianos languidecerían de hambre, los niños se morirían por cualquier infección y andaríamos analfabetos por la vida. Pero cabe recordar que es un plan a treintaicinco años, tras los cuales los ancianos tendrán un plan de pensiones personal (no estatal) que les garantizará una cómoda jubilación en una isla bien templada, los seguros de salud privados serán económicos y eficientes y los papás podrán llevar a sus hijos a los mejores colegios a cambio de una parte muy razonable de sus ingresos, no a esas cárceles de adoctrinamiento estatal que hay hoy, de las cuales salen solamente iletrados que no saben pensar ni valerse por sí mismos, temerosos del futuro y con títulos académicos que tienen menos valor que el papel timbrado sobre el que se firman. Esa gente aprensiva que se asusta cuando escucha todo esto es víctima de un Estado que durante toda su vida le ha dicho que, sin su ayuda, no lo puede conseguir, que solo el Estado, desinteresadamente, le proporcionará seguridad cuando la necesite si vienen mal dadas, que atenderá a los pobres y que nadie se quedará sin su pensión, su médico y su profesor. Pero la mentira ya no se sostiene más: la pensión es una mierda, el hospital es una mierda, el colegio es una mierda. En una sociedad rica, de individuos responsables y libres, el Estado sobra.

Ha tenido que llegar la cosa a la degeneración más extrema para que las ideas de la libertad calen en la sociedad, para que no haya nada que perder por probar a vivir con un Estado diminuto, sin presupuesto ni competencias, porque lo que hay ya no puede ser más miserable. Argentina parece que corre la ventana de Overton en la dirección opuesta al resto de occidente. El mayor éxito, a mi juicio, ya está conseguido: la izquierda peronista no tiene posibilidades de hacer más daño, o bien Milei, o bien Bullrich, cuyas ideas, sin ser tan ambiciosas como las de Milei, se alejan también de la ruina. Un rayo de anarcocapitalismo se ha colado por esa ventana, esa filosofía que vaticina una vida en libertad, paz y armonía, en la que el Estado desaparezca para dejar de monopolizar la violencia, en la que el valor humano, el único que existe, se capitalice para engendrar las sociedades más prósperas que jamás hayamos imaginado, en las que tú puedas desarrollar tu plan de vida, sin restricciones.

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1 comentario en “Argentina hacia el anarcocapitalismo

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