«Y miró Yahvé con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya.«
Génesis 4:4-5 – Reina Valera 1960
En Gn 4 se nos cuenta la historia de Caín, la cual, de tan breve y enigmática, ha dado lugar a múltiples interpretaciones. En este breve ensayo vamos a describir las más comunes y a profundizar en la que probablemente sea la causa primordial que subyace en la fuente del relato.
Dudas textuales.
El texto no es claro acerca de las razones por las cuales Yahvé despreció su ofrenda y cuál es el significado del consejo que le dio a Caín en consecuencia. El asesinato va precedido de una elipsis que denota la ausencia de un fragmento de texto perdido u omitido, la cual nos deja con lagunas acerca de la causa del asesinato. Quedan dudas acerca de la maldición divina y la marca de protección, dos elementos aparentemente contradictorios. Resulta curiosa la coincidencia de algunos nombres del linaje de Caín con otros personajes bíblicos: Enoc, Ada, Lamec. Llama la atención, en un texto tan breve y esquemático, el detalle de las profesiones de algunos descendientes, sin aparente influencia en la historia. Queda enigmático el poema de Lamec, en el que matará a un varón y a un joven, y será vengado setenta veces siete, ya que no tenemos otra alusión a ello en toda la Biblia. En definitiva, hay muchas dudas interpretativas alrededor del vértice de la trama: el asesinato de Caín.
Resumen de la historia.
Sucintamente, la historia cuenta lo siguiente. Eva dio a luz primero a Caín y después a Abel. Caín, que era agricultor, hizo ofrenda a Yahvé de su cosecha, y Abel, que era pastor, de sus corderos. Yahvé miró con agrado esta ofrenda y no miró con agrado a Caín, por lo cual este se entristeció, aunque fue aconsejado de forma críptica por Yahvé. Tras una elipsis, Caín mató a Abel en el campo, y Yahvé lo maldijo por ello a vagar errante y extranjero. Caín temió por su vida, pero Yahvé le puso una señal de protección. En una prolepsis se resume el futuro de Caín, que construyó una ciudad y fue padre de varios linajes, entre los que destaca uno que habitaba en tiendas y crio ganados, otro que tocaba arpa y flauta y otro que forjaba obras de bronce y hierro. La historia de Caín termina con un breve y enigmático poema de Lamec, uno de sus descendientes, en el que recuerda la protección divina que guardó a Caín y profetiza que también rige para sí mismo multiplicada.
Marco interpretativo.
En muchas ocasiones se aborda la interpretación del pasaje sin tener en cuenta el marco literario en el que se inscribe, lo cual no permite adoptar la mejor perspectiva hermenéutica. Debemos observar que la historia de Caín es muy breve en comparación con otras historias bíblicas, apenas veinticuatro versículos, y su nombre no vuelve a citarse en toda la Biblia hebrea, pese a su aparente relevancia. El texto no ofrece descripción alguna de su carácter ni del de su hermano Abel, aun cuando pareciera que deberíamos extraer alguna lectura moral del pasaje. El asesinato no se describe, “Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató” (Gn 4:8). No se describe pese a que es el vértice que desencadena la trama. El Dios involucrado es sin duda Yahvé, su nombre aparece explícitamente nueve veces como protagonista de hechos y diálogos. Sin embargo, Elohim no aparece ninguna, aun cuando en el capítulo anterior aparecía trece veces, entremezclado con el de Yahvé, en el pasaje de la serpiente en Edén. Con todo esto, hemos de concluir que la historia de Caín es simbólica, toda vez que está huérfana de introducciones, presentaciones y descripción de los personajes como es preceptivo en una narración coherente, y como observamos en otros personajes más relevantes de la historia de la Biblia hebrea. Es decir, el texto utiliza una técnica narrativa propia de la fábula o el cuento breve, en el mejor de los sentidos, donde los personajes aparecen en la acción sin mayor introducción y se resuelven los acontecimientos dejando un mensaje simbólico y universal que sirva de enseñanza, sin atender demasiado a los detalles que caracterizarían una obra narrativa de más longitud. Así pues, hemos de interpretar que lo interesante es descubrir el mensaje simbólico que quiere transmitir el autor. En este punto tiene importancia la preeminencia de Yahvé, en contraste con el pasaje precedente y muchos otros, la cual nos debe hacer sospechar que el mensaje es de índole sacerdotal y relacionada con el culto a Yahvé. Y no debemos pensar superficialmente que toda la Biblia hebrea tiene esa intención, aunque así sea en general, pues hay pasajes en los que el protagonismo recae en Elohim, o en otros personajes, y tal cosa nos debe advertir que la fuente tradicional de tales pasajes no es el culto a Yahvé. En resumen, el marco literario es el siguiente: un pasaje simbólico, desconectado del resto de la historia, cuyo mensaje está relacionado de algún modo con el culto a Yahvé.
Interpretaciones comunes.
La lectura más común que se hace del relato es que el móvil de los hechos son los celos y la envidia de Caín. Según este enfoque, Caín se siente profundamente celoso y resentido cuando Dios muestra preferencia por la ofrenda de Abel sobre la suya, y tal envidia impulsa a Caín a cometer el asesinato de forma repentina. De esta suerte, el mensaje serviría de advertencia sobre el peligro de dejar que las emociones negativas, como la envidia, se apoderen de uno. Sin embargo, esta interpretación tiene varias dificultades para ser aceptada. La más importante es que se basa en la existencia de dos pasiones humanas, los celos y la envidia, que el texto no recoge. En Gn 4:5, el texto de Reina-Valera traduce “se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante”, y lo repite en el versículo siguiente. Se ensañó es traducción de la raíz primitiva kjará, que tiene el significado de brillar o calentarse, con el sentido de encolerizarse, y podríamos traducir como que se enfadó. Se puede comparar con una raíz primitiva similar, kjarár, que significa brillar, y en sentido figurado se puede entender como encender o incitar a pasión. “Decayó su semblante” es una traducción limitada, pero válida, pues viene de nafál, con el significado de caer, con un sinfín de sentidos, y de paním, que significa cara, como la parte que da vuelta. Así, la idea que transmite el texto hebreo es que cayó o cambió su rostro, ofreciendo la parte opuesta, como la otra cara de una moneda. En todo caso el sentido parece claro, Caín se enfadó y mostró un semblante distinto al que tenía. Como vemos, la envidia y los celos hay que imaginarlos, y aunque resulte coherente hacerlo, no están implícitos en el texto. Sin embargo, es más fácil imaginar el obvio despecho y rabia, que no tienen por qué estar relacionados con un sentimiento genuino de envidia y celos, aunque puedan ser similares. Otra dificultad es interpretar que esa es la causa del asesinato, cuando en realidad tenemos una laguna textual que no permite conocer la causa: “Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató”. Aconteció de repente, no por causa de. Algunas traducciones incorporan una frase de relleno para introducir el versículo 8, conscientes de que la narración está bruscamente interrumpida por algún motivo, “Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que…” Sin embargo sabemos que tal cosa no está en el texto masorético. Lo más probable es que falte una parte de la historia, pero en todo caso la desconocemos. Sea como fuere, esta lectura de los celos y la envidia como causa del asesinato no satisface nuestro marco interpretativo: ¿qué importancia podría tener ese mensaje con el culto a Yahvé? ¿Es verosímil que el autor construya un relato simbólico tan dramático para advertirnos de que la envidia es peligrosa? No olvidemos que se trata de la primera muerte del mundo y entre hermanos nada más y nada menos. ¿Nos conformamos con el símbolo de los celos? No parece un mensaje a la altura del pasaje. Pero en caso de que lo fuera, tal interpretación solo conseguiría elevar la duda un escalón. Es decir, aun concediendo que el pasaje nos deja una enseñanza espiritual de que la envidia es mala, ¿cuál es el germen de esa pasión descontrolada?
Para responder a esa pregunta incómoda se ofrece otra de las interpretaciones más habituales: el fondo de la cuestión es que Caín no hizo la ofrenda de corazón. Desde este enfoque, no importa lo que ofrecieron, sino la intención y la actitud con la que lo hicieron. Abel habría ofrecido lo mejor de su ganado con un corazón puro y sincero, mientras que Caín ofreció frutos de la tierra sin la misma dedicación o devoción. De esta suerte, el mensaje descansaría sobre la importancia de la autenticidad en la relación con Yahvé, la importancia de la fe sincera. Este punto de vista da solución al sentido doctrinal que debe tener el pasaje, sin embargo se topa con la incoherencia textual: no hay ningún detalle por el que aferrarse a esa posibilidad. Reproduzcamos la cita concreta:
Gn 4, 3-5:
“Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Yahvé. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Yahvé con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya.”
Podemos observar que no hay ningún requerimiento para la ofrenda, que Caín la lleva de motu propio y sin causa explícita, que lo hace primero, que Abel “también” lo hace a continuación, y que Yahvé no miró con agrado a Caín. Es demasiado imaginativo pensar que Caín no ofreció sus cosechas de corazón. Quizá tal interpretación religiosa se inspire en el texto de Hebreos 11:4, “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo”, lo cual da a entender que había fe y justicia en uno y no en otro. O quizá también por el texto de 1 Juan 3:12, “¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.” Pero ninguno de los dos sirven de argumento literario para interpretar el pasaje, pues son de autores diferentes, muy alejados del texto que nos ocupa, y cuya intención sacerdotal se aprecia muy por encima de la honestidad literaria que ha de regir en la hermenéutica.
Ahogada la lectura de la envidia y de la fe, otra de las lecturas más comunes es de índole espiritual y elevada, alejada de los detalles inexplicables de la narración: la justicia divina y la responsabilidad humana. Desde este enfoque se quiere destacar la dimensión moral y teológica del relato, poniendo en el centro la libertad moral de Caín para pecar y la inexorable justicia divina que opera en consecuencia. El pasaje, ubicado a continuación de la pérdida de la inocencia en el Edén, ilustraría la corrupción humana y el castigo divino por la desobediencia. En este sentido, Caín habría desoído el consejo advertido por Yahvé. Esta perspectiva, que no ahonda en los detalles del texto, nos parece más aceptable a grandes rasgos, y es posible que fuera una de las intenciones del autor, pero descuida explicar las causas de los hechos: ¿por qué Yahvé no miró con agrado a Caín?, ¿por qué su resolución repentina fue matar a su hermano? Si leemos el texto con inocencia y sin pasión, no se explicita ninguna razón para que Yahvé no mirase con agrado a Caín, y tampoco se explicita por qué decidió de repente matar a Abel. Esta lectura de la libertad moral y la justicia divina no esclarece esas dudas.
Desde una perspectiva filosófica más general, también se ha leído el pasaje como una lucha interna del ser humano contra el mal. Desde este punto de vista, en Caín se dan juego las pasiones humanas y se produce una desconexión espiritual causada por su insatisfacción con el lugar que le ha tocado en suerte ocupar en el mundo. Por más hermosa que sea la idea, nos deja las mismas dudas concretas, y exige de nosotros un gran esfuerzo para intuir que esa era la intención del autor, ya que no nos ha dado muestras de ser tan profundo y cuando tenemos otras interpretaciones más sencillas a nuestro alcance.
La interpretación más probable.
La interpretación más satisfactoria pasa por atender a lo que dice el texto, sin añadir nada de nuestra imaginación, ubicarlo en el marco literario en el que se nos ofrece, ponerlo en su contexto antropológico, y apoyarlo con el mensaje de otros pasajes bíblicos que puedan andar en la misma dirección. Como dijimos al principio, tenemos un texto simbólico cuyo mensaje ha de tener una intención doctrinal relacionada con el culto a Yahvé. De Caín solo sabemos que era el primogénito y agricultor, de Abel que era el segundo y pastor. Ofreció cada uno lo que tenía, pero Yahvé prefirió la ofrenda de Abel y no miró con agrado a Caín. De tan obvio puede parecer absurda la conclusión: Yahvé prefiere las ofrendas del ganado y no le gustan los agricultores. Sin añadir más explicación, Caín mata a Abel, lo cual podemos entender de manera simbólica con sencillez: el agricultor mata al pastor sin motivo. Desde esta inocente perspectiva podríamos entender el pasaje con la siguiente intención sacerdotal: los agricultores son malos, enemigos de los pastores, y Yahvé prefiere a los pastores. Para aceptar esa posibilidad tan simple tendríamos que probar que el autor del pasaje se dirige a un pueblo de pastores, enfrentado con los agricultores, al que pretende adoctrinar en el culto a Yahvé. En este punto conviene traer a colación el contexto antropológico.
A raíz del descubrimiento de los textos ugaríticos de Ras Samra conocemos que la sociedad de la región de Canaán alrededor del 1400 a. C. era mayoritariamente semítica y de costumbres comunes al resto del mediterráneo, con independencia de que no sepamos delimitarla perfectamente y estuviese formada por diversos grupos étnicos. Los parecidos artísticos son incontestables, aun conscientes de las diferencias regionales entre ellos. Esta sociedad era por lo común sedentaria y urbana, con una economía basada en la agricultura y el comercio. Aunque los pequeños estados cananeos rindieran vasallaje a Egipto o a los hititas, estaban gobernados por reyes, aunando en su persona todos los poderes, ejecutivo, legislativo, judicial, militar y sacerdotal, dentro del territorio de su competencia. No obstante, se dejaban aconsejar por una suerte de senado o conjunto de sabios. La estructura social era de tipo feudal, organizada a través de la posesión de la tierra y la explotación de privilegios, en lugar de los clanes y lazos sanguíneos que operan en sociedades menos desarrolladas. La mayoría de la población era campesina, de la cual se nutría el ejército que no era mercenario. El rey obtenía recursos de los impuestos, pero sobre todo del comercio. Caravanas, escoltas, flotas mercantes, astilleros, registros de negocios, diplomáticos, sucursales, documentan el grado de desarrollo. Con este escenario, no es difícil intuir el horror que debió producir en las tribus israelitas que se establecieron después en la región el contacto con esa civilización cosmopolita. Ellos eran, en cambio, pastores seminómadas, carentes de conocimientos técnicos y comerciales, organizados según lazos de sangre bajo el bastón del patriarca, con unas costumbres seguramente incompatibles. Podemos observar rasgos de la tensión que producía ese contraste cultural en el odio que se expresa contra las ciudades en algunos pasajes de Génesis, sin otra excusa más que el hecho de que son ciudades, con todo lo que traen aparejado. El fragmento de la torre de Babel, cima de la arquitectura y el cosmopolitismo, o la destrucción de Sodoma y Gomorra, satisfechas, ociosas y descuidadas con el forastero, son dos ejemplos paradigmáticos. La deshonra de Dina, hija de Jacob, también se produce en una de estas ciudades, saltándose el protocolo de pedirle permiso al padre. No podemos olvidar la maldición de Noé, que cae sobre un personaje nombrado como Canaán, al que la tradición le atribuye un carácter vicioso. Pero sobre todo no podemos olvidar el caso de Caín, agricultor, fundador de la primera ciudad y padre de aquellos que tocaban arpa y flauta e hicieron todas las obras de bronce y hierro, es decir, músicos y artesanos. No podemos soslayar el rechazo con que el pasaje de Caín alude a las artes y el conocimiento, la sencillez con la que el agricultor sedentario y primogénito acaba con la vida del pastor que viene después, sin ningún motivo aparente. No podemos desoír el mensaje con el que Yahvé, dios del pueblo hebreo, prefiere las ofrendas de los pastores en lugar de las primicias de la cosecha y no mira con agrado al agricultor.
Conclusión.
Más allá de la lectura espiritual que se quiera hacer del pasaje, no se puede obviar el mensaje sacerdotal que el autor de Gn 4 pretende transmitir a sus lectores, herederos de un pueblo sin hogar, sometido al desarraigo del pastoreo, organizado a través de lazos sanguíneos, carente de artes y oficios, que quizá encuentre recogimiento en la esperanza de la religión y en la fe a Yahvé, en un entorno tan hostil que amenaza con hacer desaparecer su cultura, engullida por la civilización que le mantiene cautivo: Babilonia.
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