«No puedo entender por qué perdemos tiempo discutiendo sobre religión. Si somos honestos —y los científicos deben serlo—, debemos admitir que la religión es un revoltijo de afirmaciones falsas, sin base en la realidad. La idea misma de Dios es un producto de la imaginación humana.«
Cita de Paul Dirac, según W. Pauli, relatada en Physics and beyond, de W. Heisenberg.

¿Son más creyentes los científicos? ¿Es el ateísmo una ideología de personas de letras? ¿Existe alguna cualidad psicológica en los hombres de ciencias que predispone favorablemente a la religiosidad, o al revés, son las personas profundamente religiosas más proclives al pensamiento científico que a las artes y a las humanidades?
En varias ocasiones he escuchado a defensores del cristianismo, o del teísmo en general, apoyar sus argumentos en la autoridad de eminentes personajes que han sido creyentes y cuyo aporte al conocimiento humano ha sido maravilloso, especialmente científicos ilustres. Podría parecer que si Isaac Newton o Albert Einstein creían en Dios, y también muchos otros, la ciencia no está en contradicción con las creencias espirituales, incluso podría parecer que hay alguna relación entre ser creyente y ser eminente en las ciencias. Aprovecho el comentario de calebentenza al respecto, que ilustra muy bien esta idea.
“El ateísmo es una ideología de personas de letras, ejemplo Karl Marx y muchos de sus contemporáneos, sin embargo el teísmo, por extraño que parezca, es una ideología de personas de ciencias e historia, el 95% de los premios nobel de los últimos 100 años han sido cristianos todos, así también con los de química, los de biología un 92%, el último Nobel de física se convirtió al Evangelio hace muy poco. Einstein, Newton, el padre de la genética, todos cristianos.”
Bien, la primera observación que debemos hacer es de precisión, y sustituir cuando dice cristiano por teísta en general, pues Einstein no era cristiano, sino judío, y una larga lista de laureados son judíos también. Pero eso no empaña la idea central del comentario que relaciona ciencias y creencias. En esencia, nuestro amigo afirma que el ateísmo es una ideología de letras y, en cambio, aunque resulte sorprendente, el teísmo es de ciencias, tomando eso de ciencias y letras de un modo laxo que todos entendemos. Para demostrarlo trae como ejemplo que la inmensa mayoría de los premios Nobel científicos han sido teístas. Vamos a analizar ese argumento y descubrir que es erróneo desde un punto de vista lógico, pues entraña tres falacias lógicas entretejidas: la falacia ad verecundiam, la falacia cum hoc ergo propter hoc y el sesgo de confirmación, que conduce a la falacia de evidencia incompleta.
Detengámonos un momento en revisar las tres falacias. La falacia ad verecundiam, o de apelación al respeto, consiste en deducir que una hipótesis se cumple porque una autoridad lo avala, con independencia de si esa autoridad tiene competencia y sin analizar la validez y fundamento de sus argumentos. Es una falacia lógica muy común, que pretende descargar la responsabilidad de defender unas ideas en sí mismas con argumentos lógicos apelando a que una persona eminente las defiende. Por ejemplo, si Newton era cristiano, y era una eminencia como no ha habido otra en el campo de la física y las matemáticas, para qué queremos más argumentos.
También aparece la falacia cum hoc ergo propter hoc, en latín «con esto, por lo tanto a causa de esto». Es una falacia muy habitual, pero no es tan fácilmente reconocible como la anterior. Consiste en la idea de que la concomitancia de sucesos o la correlación de datos implica causalidad, cuando no siempre es así y quizá sea una mera coincidencia. Es decir, consiste en observar dos datos que suceden a la vez y atribuirle a uno de ellos ser la causa del otro, o, en un sentido más general, atribuirles alguna relación causal común. Se trata de un error habitual en la interpretación de datos estadísticos, donde se puede observar una correlación entre dos variables sin que exista una relación de causa y efecto entre ellas. Los científicos de laboratorio tenemos mucho cuidado en no caer en este error cuando analizamos los resultados de los experimentos. En el caso que nos ocupa, la falacia lógica consiste en deducir que si la mayoría de los Nobel científicos son creyentes es porque el teísmo es más propio de científicos. Pero tal deducción no es lógica, no se puede deducir una cosa de la otra siguiendo criterios lógicos. Por cierto, si te gusta este tema de las falacias lógicas, puedes leer aquí el ensayo El arte de la falacia. Si ponemos un caso extremo y un tanto absurdo podremos observar la escasa lógica de este razonamiento falaz. Leo en una búsqueda por internet que el 25% de los accidentes de tráfico con víctimas mortales en España en la última década estaban relacionados con exceso de velocidad. Supongamos que esta era la causa única, el exceso de velocidad, aunque podrían concurrir varias causas y no ser esta la principal ni la determinante. Pero demos por bueno que el 25% fueron por exceso de velocidad. Así pues, el 75% no fueron por esa causa. La falacia cum hoc ergo propter hoc podría llevarnos a la conclusión de que conducir con exceso de velocidad es mucho menos peligroso que respetar los límites, lo cual no es una deducción lógica. Si trasladamos la estadística a Suecia, observaremos que en la mayoría de los accidentes están involucradas personas rubias, y no sería sensato deducir que la causa está relacionada con el color del pelo. Aunque parezcan ejemplos absurdos, nos ayudarán a entender la lógica falaz del argumento propuesto, la relación entre los científicos y el teísmo. Si dos cosas ocurren juntas, no siempre una debe ser la causa de la otra, ni siempre tienen una causa común.
La tercera de las falacias lógicas es la de la evidencia incompleta, que arranca en una falacia cognitiva conocida como sesgo de confirmación. Este sesgo ocurre cuando alguien busca, interpreta o recuerda información de manera selectiva para confirmar sus creencias o hipótesis, ignorando o dando menos importancia a la información que las contrarresta. Es un obstáculo común para el pensamiento crítico y científico, ya que puede llevar a conclusiones equivocadas. A partir de esta información selectiva se construye la falacia de la evidencia incompleta, que atribuye a unos hechos la relación con otros, escogiendo apropiadamente los que confirman la hipótesis y desoyendo los que la ponen en duda. Un ejemplo cotidiano puede ser el de un remedio casero que te cura el dolor de tripa haciendo una determinada acrobacia, constatando que funciona mediante la selección de los casos en los que mejoró el dolor de tripa y olvidando en los que no, sin tener en cuenta otras razones que podrían influir en ese dolor. Si cuando suenan las campanas de la iglesia a las doce miras el reloj del campanario para confirmar que son las doce, y no vuelves a mirarlo en todo el día, al cabo de un año podrías concluir que el reloj funciona perfectamente, aunque podría ser que esté parado en las doce. Este sería un caso extremo de evidencia incompleta, que de tan obvio no suele causarnos problemas. Pero no siempre resulta tan obvio.
En el análisis del caso que nos ocupa veremos entremezclarse las tres falacias, como suele suceder, apoyándose mutuamente y dificultando la comprensión clara del error argumental. No haré mayor hincapié en ellas, porque eres inteligente y no necesitas mayor explicación. En el comentario de nuestro amigo se seleccionan los premios Nobel de los últimos cien años como autoridad de confirmación. Sin embargo, se omite que los galardones se entregan en Suecia y Noruega, países que han sido históricamente cristianos durante siglos. Por si fuera poco, fueron oficialmente cristianos hasta el año 2000 y 2012 respectivamente. No resultará extraño que entreguen los premios a personas de cultura occidental y con las que compartan vínculos religiosos, y no a los chinos, por más espabilados que sean. Se puede comprobar, si uno se toma la molestia de comprobar las cosas, una tendencia hacia el pensamiento científico secular si se observan los premios de las últimas décadas y se comparan con los de hace cien años, coincidiendo con el abandono de la religión oficial en ambos Estados.
No obstante, el 95% o el 92% son estadísticas que se pueden matizar mucho. Si bien es cierto que un alto porcentaje han sido creyentes, habría que revisar de uno en uno su compromiso con la religión, pues no en todos los casos resulta evidente qué pensaban los científicos laureados sobre el teísmo. En todo caso, podemos rescatar algunos ejemplos de premios Nobel que ponen en duda la correlación entre ciencia y religión. Me centro solo en algunos muy ilustres y relevantes, para no hacer la lista demasiado larga:
Richard Feynman (1965), electrodinámica cuántica, agnóstico.
Steven Weinberg (1979), unificación entre la interacción débil y electromagnética, ateo declarado.
Jacques Monod (1965), control genético de la síntesis de enzimas y virus, ateo.
Francis Crick (1962), estructura del ADN, ateo.
Niels Bohr (1922), estructura del átomo y la mecánica cuántica, agnóstico.
Paul Dirac (1933), teoría atómica, ateo.
Marie Curie (1903, 1911), dos premios, en física y en química, atea.
No sería descabellado pensar que quizá no exista ninguna correlación entre las creencias religiosas y la pasión por la ciencia, unida al talento intelectual, sino que simplemente la sociedad en general era más teísta a lo largo del s. XX en el entorno cultural de Suecia y Noruega, y por tanto la proporción de premios nobel teístas es coherente con la proporción de teístas en la población en general.
Por otra parte, el argumento más controvertido es que los de “ciencias” son más teístas que los de “letras”, lo cual no parece ser cierto, y tampoco en el ámbito de los premios Nobel. No hay evidencia concluyente de las creencias de todos y cada uno de los laureados, pero no será difícil observar a simple vista una representación más alta de personas espirituales o teístas entre los Nobel literarios en comparación con los Nobel científicos, donde el pensamiento secular y el ateísmo o el agnosticismo son más comunes. Es un tanto atrevido y poco riguroso asegurarlo sin un análisis más detallado y cuantitativo de las creencias de los laureados en cada categoría para confirmarlo. Pero podemos dejar a un lado los premios Nobel y observar cuál es la tendencia teísta entre literatos de todos los tiempos, para ver si podemos formarnos una duda razonable acerca de que el ateísmo es más propio de personas de letras. Citaré solamente algunos de los autores más eminentes de nuestra cultura occidental para no ser prolijo, los cuales dieron muestras evidentes de su teísmo de una u otra manera:
Goethe, creyente en una fuerza divina.
Shakespeare: cristiano anglicano, aunque con matices.
Dante: devoto católico.
Chaucer: cristiano medieval, con obras marcadas por la cultura religiosa de su tiempo.
Milton: devoto protestante y puritano.
Samuel Johnson: anglicano.
Wordsworth: deísta y finalmente cristiano.
Jane Austen: anglicana practicante.
Dickens: cristiano, aunque crítico de las instituciones religiosas.
Tolstói: profundamente religioso, aunque crítico con la ortodoxia.
Walt Whitman: deísta, aunque no en el sentido tradicional.
Emily Dickinson: religiosa, pero con una fe muy personal.
Neruda: tuvo momentos de referencias espirituales.
Borges: deísta, aunque crítico del dogmatismo.
He elegido algunos nombres no por azar, sino de entre los citados en el canon occidental de Harold Bloom, descansando en su criterio la elección de los más grandes, y no en el mío. Al margen de ellos, no puedo dejar de citar a los más grandes para mí, faro, cuando no espejo, de mis letras:
Cervantes, católico practicante, en su testamento pidió ser enterrado con el hábito franciscano. Quiso, pero no pudo por cuestiones de linaje, ser Caballero de la Orden de Santiago.
Quevedo, profundamente religioso, próximo a los jesuitas, del que podemos destacar La cuna y la sepultura, un tratado filosófico-religioso, entre sus abundantes muestras de fe. Caballero de la Orden de Santiago.
Baltasar Gracián, profundamente religioso, sacerdote jesuita, cuya obra literaria, impregnada de catolicismo, exploró la ética, la política y la psicología humana.
Lope de Vega, íntimamente relacionado con la Iglesia Católica, sacerdote, y autor de múltiples obras religiosas, lo cual no es de extrañar, pues compuso más de mil.
Góngora, clérigo católico, ordenado sacerdote y canónigo en la Catedral de Córdoba, del que podríamos destacar, por no cogerlo todo, unos deliciosos sonetos a la Virgen María.
Don Juan Manuel, uno de mis preferidos, sobrino de Alfonso X El Sabio, autor del Tratado de la Asunción de la Virgen María, fundador de múltiples conventos y monasterios, como el de Peñafiel, y muy relacionado con la Orden de Santiago.
Calderón, profundamente católico, autor de muchas obras religiosas, entre las que destacan sus autos sacramentales, sacerdote, capellán del rey Felipe IV, capellán mayor de la Congregación de San Pedro y Caballero de la Orden de Santiago. Sin duda, uno de los mejores poetas de todos los tiempos.
Y eso por no mencionar a Fray Luis de León, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que solo el nombre ya nos pone las orejas de punta.
Como podemos observar, aun sin ser exhaustiva la lista, es imposible construir otra similar de autores ateos que sean tan ilustres como estos y que compitan con ellos en eminencia y prestigio. Lo cual pone en duda la hipótesis de que el ateísmo es una ideología de personas de letras. Pero llegados a este punto, sería un argumento falaz utilizar esos nombres para deducir lo contrario, es decir, deducir que los hombres de letras son más teístas, pues en ese contexto en el que escribieron no podían ser otra cosa, vivían en un entorno profundamente religioso, en medio de una sociedad en la que el ateísmo podía causarte muchos problemas.
En definitiva, ¿son los científicos más creyentes que los humanistas? Pues no lo parece a la luz de estos pobres argumentos. Serviría una encuesta profunda entre toda la población, de distintos países y con culturas diferentes, desagregando segmentos de edad, formación académica, grado de estudios y consultando en detalle acerca de sus creencias en Dios, en algún Dios, o en el de los cristianos, o en algo, o en nada, y que expliquen sus matices. Tal cosa se me antoja difícil que suceda, pero sin ello solo podemos tener una visión personal, sesgada por fuerza y sustentada en intuiciones que pueden estar equivocadas. Lo que sí demuestra el comentario de nuestro amigo no es que el teísmo sea más propio de científicos, pero sí que el teísmo no es un obstáculo insalvable para ser un eminente científico. Aunque debemos añadir, que tampoco lo es para los humanistas, para los poetas o para los pintores. Es decir, para nadie.
Ahora bien, no caigamos de nuevo en la falacia cum hoc ergo propter hoc, pensando que existe una relación causal: que haya habido muchos ilustres científicos teístas no significa que sus creencias no hayan sido un obstáculo para el desarrollo de sus conocimientos. Nadie sabe qué aportaciones habría hecho Isaac Newton a la ciencia si no se hubiera entretenido tanto con sus Observaciones sobre las profecías de Daniel y el Apocalipsis de San Juan. Tampoco sabremos nunca cómo habría terminado su teoría de la gravitación universal de no haber pensado que Dios garantizaba, con su intervención, la estabilidad del funcionamiento planetario a largo plazo. Con el tiempo hemos sabido que estaba equivocado. No olvidemos que Pierre-Simon Laplace, cuando perfeccionó la mecánica celeste newtoniana le respondió al emperador con una interesante contundencia. Napoleón le preguntó por qué no mencionaba a Dios en sus resultados, y Laplace le dijo: “No he necesitado esa hipótesis.”
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