“Quomodo cecidisti de caelo, lucifer, qui mane oriebaris! corruisti in terram, qui vulnerabas gentes.”
Is 14:12 – Vulgata
Presentación.
La tradición cristiana interpreta a Satán como un ser demoníaco personificado, el príncipe del mal que cayó en desgracia, identificado muchas veces con Lucifer. Sin embargo, esto no coincide con la lectura de los textos hebreos antiguos. En este ensayo repasamos la evolución del concepto satán desde su primera aparición en literatura hasta la modernidad.
Introducción.
Para descubrir la primera aparición literaria del término hebreo שָּׂטָן (śāṭān) hemos de acudir a los textos más antiguos de la Biblia. Su significado literal, antes de someterse a endiabladas interpretaciones, es el de adversario, oponente o acusador, incluso en circunstancias cotidianas terrenales sin matices sobrenaturales. Con ese sentido genérico se utiliza en la Biblia por primera vez.
Sin embargo, en pasajes posteriores el concepto se personifica paulatinamente para encarnar a un agente celestial concreto al servicio de YHVH, aunque todavía sin connotaciones esencialmente malvadas. Los textos canónicos de la Biblia hebrea concluyen sin que el personaje adquiera todavía la personalidad que todos conocemos. Es en la literatura intertestamentaria del segundo templo cuando se fragua el carácter de enemigo cósmico, que retoma el Nuevo Testamento para enriquecerlo con matices escatológicos más concretos. Con todo, no es hasta la Edad Media cuando el personaje se interpreta como pura voluntad torcida y enemiga de Dios, príncipe del infierno y antagonista omnipresente en este mundo.
Para seguir la evolución literaria del término satán proponemos los siguientes jalones conceptuales, solo por motivos didácticos, siendo conscientes de que el desarrollo evolutivo debió ser gradual:
- Adversario genérico, s. VIII-VII a. C.
- Fiscal celestial personificado, s. VI-IV a. C.
- Enemigo independiente, s. IV a. C.
- Enemigo cósmico, s. III-I a. C.
- Líder escatológico del mal, s. I d. C.
- Ángel caído, identificado con Lucifer, s. II-IV d. C.
- Príncipe del infierno, Edad Media.
- Símbolo arquetípico del mal, Modernidad.
Veamos en detalle este crecimiento de satán.
El adversario genérico.
Quizá la aparición más temprana del término satán la encontremos en el relato de Balaam recogido en el libro de Nm.
Nm 22, 22:
“Y se encendió la ira de YHVH porque él iba, y el malák de YHVH se puso en el camino como satán contra él.”
Aquí el término malák suele traducirse en español como ángel, o de forma más genérica como mensajero, y el término satán como adversario u obstáculo. Sin necesidad de conocer el contexto de la cita, parece obvio que aquí satán funciona como un sustantivo genérico: el enviado de YHVH obstaculiza al protagonista del pasaje, Balaam, con intención de instruirle. Las traducciones más comunes en español, conscientes de que aquí el término satán no implica connotaciones siquiera malvadas, prefieren utilizar adversario y evitan mencionar satán. Algunas incluso omiten el término y simplemente mencionan que el ángel obstaculizó a Balaam. No obstante, hemos de notar que el malák se presenta en medio del camino con una espada en alto y a consecuencia de la ira de YHVH. Es decir, aunque la intención divina es la de instruir a Balaam, la presencia del adversario tiene connotaciones violentas engendradas por el enfado de YHVH.
El relato de Balaam es uno de los más antiguos de la Biblia, algunos de sus poemas tienen paralelos extrabíblicos del s. VIII a. C. No obstante, es probable que la mención de satán pertenezca a una redacción más tardía. En todo caso, aunque la fijación del texto de Nm podamos fecharla en el periodo persa, después de los ajustes deuteronomistas y sacerdotales, podemos confiar en que la mención de satán en ese sentido genérico ya estaba presente antes del exilio babilónico.
En esa misma línea encontramos otras apariciones del término en la historia deuteronomista.
1 S 29, 4:
“Despide a este hombre, para que se vuelva al lugar que le señalaste, y no venga con nosotros a la batalla, no sea que en la batalla se nos vuelva satán.”
En este caso los príncipes filisteos temen que David, el futuro rey, se convierta en un enemigo en medio de la batalla. No es necesario profundizar en el contexto para advertir que el uso del término es similar al caso de Balaam. Con el mismo sentido lo utiliza el propio David en un versículo del segundo libro de Samuel.
2 S 19, 22:
“David entonces dijo: ¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia, para que hoy me seáis satán?”
Aunque las traducciones aluden a enemigos o adversarios en plural, la construcción en hebreo es de preposición más satán en singular. Es decir, David se queja de que los hijos de Sarvia puedan comportarse como un adversario.
De forma análoga se pronuncia su hijo Salomón cuando agradece que su elohim YHVH le haya dado paz por todas partes, sin atisbo de enemigos ni calamidades en el horizonte.
1 R 5, 4:
“… ni hay satán ni acontecimiento malo.”
Aunque poco le duró la dicha a Salomón.
1 R 11, 14:
“Y YHVH suscitó un satán a Salomón: Hadad edomita, de sangre real, el cual estaba en Edom.”
Este caso quizá más elocuente para confirmar el modo genérico en el que se utiliza el término satán: YHVH le puso un adversario a Salomón, concretamente Hadad el edomita. Por si fuera poco, unos versículos más adelante también le envía a Rezón como satán, como adversario, enemigo o rival a batir.
En conclusión, en estos textos de la historia deuteronomista el término satán se utiliza con la misma intención que en el pasaje de Balaam, significando un adversario o enemigo genérico, aunque no exento de connotaciones violentas. En la mayoría de los casos es el propio YHVH quien propone ese enemigo, unas veces a través de un enviado celestial y otras a través de una persona común.
En cuanto a la datación, el núcleo de la historia deuteronomista debió escribirse en el entorno de Josías a finales del s. VII a. C, aunque tuviese reescrituras posteriores en el s. VI, sin olvidar otros ajustes posteriores. En cualquier caso, es probable que el uso del término satán ya circulase en los textos primitivos. Si lo comparamos con la mención de satán en el pasaje de Balaam en Nm, no podemos estar seguros de cuál debió ser la primera aparición del término, esto es, la más antigua en términos editoriales. Pero sea como fuere, podemos considerar todas ellas aproximadamente contemporáneas, pues comparten una misma idea de satán, la de adversario genérico. Es posible que la primera mención se remonte al s. VIII a. C., si el satán de Balaam ya circulaba en los textos más antiguos, o más quizá al s. VII a. C., en alguna de las otras apariciones de la historia deuteronomista.
Hemos de notar la intención con que muchos traductores modernos de la Biblia hebrea han omitido siempre el uso del término para evitar confusiones, conscientes de que la mención de un satán genérico provocaría una tensión semántica irreconciliable con el concepto construido después por la tradición cristiana. Esta omisión es innecesaria para un lector inocente y constata la evidencia de esa construcción.
El fiscal celestial personificado.
El texto más antiguo en el que encontramos al satán sin traducción es en el libro de Job. Ese detalle nos advierte de que estamos ante una primera evolución de su significado. El conjunto del libro es muy difícil de datar. El trasfondo sapiencial de los poemas, con influencias arameas, árabes y babilónicas, podría apuntar hacia una redacción durante el exilio, en torno al s. VI-V a. C. Sin embargo, la aparición del satán se produce en el prólogo, cuya prosa parece contextualizarse mejor en un periodo post-exílico, posiblemente en el s. V a. C. o tal vez a principios del s. IV a. C.
Job 1, 6:
“Un día vinieron a presentarse delante de YHVH los hijos de elohim, entre los cuales vino también el satán.”
Es interesante destacar que la mayoría de traducciones españolas traducen Satán o Satánas con mayúscula, como nombre propio, aunque algunas evitan el término y optan por “ángel acusador”. En hebreo no hay nada semejante a ángel acusador, y tampoco a Satán como nombre propio. El texto dice concretamente ha-satán, el satán, donde el artículo no es trivial. Durante el prólogo, que ocupa los primeros dos capítulos, antes de los poemas de Job, satán aparece un total de catorce veces.
Como todos sabemos, en ese prólogo el satán es presentado como uno de los hijos de elohim y dialoga con YHVH acerca de la conducta de Job. En esencia, YHVH le dice que Job es muy bueno y temeroso de elohim, mientras que el satán le advierte que tal vez no sea por virtud, sino por comodidad. A resultas de la conversación, YHVH envía al satán a presionar a Job para confirmar si su fe es o no inquebrantable.
Con independencia del mensaje y de la confusión que genera la presencia de elohim y de sus hijos en el texto, resulta obvio que aquí el satán ya no es un adversario genérico como en las etapas anteriores, sino que el concepto ha evolucionado hasta personificarse en una especie de fiscal celestial, hijo de elohim, que opera a las órdenes de YHVH para poner a prueba a Job. Aunque todavía no es un nombre propio, sí es un personaje concreto que fiscaliza de algún modo la conducta del bueno de Job para informar a YHVH. No obstante, no es un concepto totalmente nuevo: de algún modo mantiene su cualidad previa de adversario y el aura de violencia, pues el satán somete a Job a una espiral de destrucción que amenaza con su perdición.
Con un cariz semejante aparece también en el libro de Zacarías.
Za 3, 1-2:
“Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del malák de YHVH, y el satán estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo YHVH al satán: YHVH te reprenda, oh satán; YHVH que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es este un tizón arrebatado del incendio?”
Obviando el modo incómodo en que se mezcla la voz del narrador con la voz de YHVH, aquí el satán funciona también como fiscal celestial, y más concretamente como acusador en un contexto de juicio divino. Hemos de interpretar un contexto de corte judicial, donde el satán se presenta a la derecha del acusado, Josué, precisamente para presentar acusaciones contra él. El juicio se dirime con la opinión concluyente de YHVH, quien exculpa al acusado y reprende al acusador.
El pasaje debió redactarse durante el s. V a. C., en el contexto histórico de la restauración del sacerdocio en el segundo templo de Jerusalén. Josué es precisamente uno de los supervivientes del exilio, la metáfora del tizón arrebatado del incendio es elocuente.
Es difícil precisar cuál de las dos apariciones del satán es más antigua, si la de Job o la de Zacarías. Quizá la de Job presente un perfil del personaje menos detallado y sea anterior, pero en todo caso son aproximadamente contemporáneas y la idea del concepto es semejante: el satán es un personaje concreto perteneciente a la corte celestial que actúa subordinado a YHVH, aunque con cierta agencia propia para fiscalizar las acciones humanas. Por su naturaleza acusadora, como decíamos más arriba, no ha perdido su condición de enemigo y sus connotaciones de peligro. Así pues, más que un nuevo concepto, parece una evolución del adversario genérico que cristaliza en un personaje celestial con un rol concreto subordinado a YHVH.
El enemigo independiente.
La última aparición del término en la Biblia hebrea la encontramos en el primer libro de Crónicas, en una reelaboración muy interesante del segundo libro de Samuel. Resulta muy elocuente esta reinterpretación en la evolución del concepto de satán. Veamos primero qué dice el texto de Samuel.
2 Sam 24, 1:
“Volvió a encenderse la ira de YHVH contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá.”
Observamos que aquí la ira de YHVH se personifica de algún modo para forzar a YHVH darle una orden a David, la orden de censar al pueblo. Recordemos que los censos bíblicos no son meros apuntes estadísticos, sino preludios de guerra, es decir, una estimación de los hombres capaces de combatir, esto es, una antesala de algo muy desagradable: muerte y destrucción. Es por ello que en el sentido del versículo ha de tomarse como un suceso no deseable: la ira de YHVH se enciende y prepara al pueblo para la guerra. Pero lo más interesante es cómo se hace la construcción gramatical: el texto refleja que no es la voluntad tranquila de YHVH la que incita a David contra el pueblo, sino concretamente su ira la que le mueve a una decisión tan perjudicial.
Con esa semilla, el autor de Crónicas reinterpreta el pasaje en el s. IV a. C. y propone una redacción alternativa que cambia por completo el sentido del mensaje.
1 Cr 21, 1:
“Pero satán se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel.”
Aquí muy pocas traducciones se atreven a escribir ángel acusador, y la mayoría optan por Satán o Satanás con mayúscula. Observamos que la aparición del término prescinde del artículo: ya no es un satán genérico, ni tampoco el satán acusador, sino satán, a secas, emancipado ya de la subordinación divina y con agencia personal. YHVH no interviene en la decisión, al contrario, es satán quien toma la iniciativa contra Israel. Resulta muy llamativo el modo en que se produce la reelaboración del pasaje: la ira de YHVH, rasgo terrible de la divinidad, se escinde del personaje y adquiere naturaleza independiente para cristalizar en satán.
Aunque no es el tema de este ensayo, puede ser muy fértil entender esta reinterpretación de la ira divina en clave de satán como germen de un desdoblamiento que se sustancia en la dualidad entre el bien y el mal. Sea como fuere, la omisión del artículo y el modo en el que satán adquiere iniciativa propia para actuar contra Israel constituye una nueva evolución del concepto: no pierde su carácter original de adversario ni su aura de violencia, y el fiscal celestial se concreta en un enemigo terrible e independiente de la voluntad divina, cuyo peligro es comparable a la ira de YHVH.
El enemigo cósmico.
En la literatura intertestamentaria encontramos una evolución curiosa del concepto, aunque no concretamente del término. En lugar de recurrir a la voz satán, los textos apócrifos del periodo del segundo templo, entre s. III-I a. C., desarrollan el concepto del acusador celestial y del adversario independiente para construir figuras de antagonistas cósmicos, vinculados de alguna manera a la caída de los seres superiores, a las fuerzas demoníacas y al mal en el mundo.
En el Libro de los vigilantes, por ejemplo, se reescribe el mito de Gn 6 de los ángeles que descendieron para aparearse con las mujeres humanas. Los líderes instigadores de esta rebelión celestial fueron arrojados a las tinieblas y el mal en el mundo se vincula no solo al error humano sino principalmente a los poderes cósmicos sobrenaturales. El concepto del enemigo independiente y terrible que atenaza el corazón de los hombres se personifica en personajes como Azazel o Semihazah.
En el libro de los Jubileos se introduce a Mastema como líder de los espíritus malignos, con interés por acusar y tentar a los humanos con permiso de la divinidad. Parece una evolución del fiscal de Job, pero más autónomo y con un cariz corruptor inspirado por la maldad.
En el Testamento de los doce patriarcas se menciona a Belial como el gran adversario, personificación de la impiedad y de la corrupción. Su rol es semejante al del satán, enemigo espiritual de los israelitas con un aura malvada. En los textos de Qumrán también encontramos a Belial como líder de las fuerzas bélicas de la oscuridad, al frente de todos los espíritus malvados. Aquí cobra fuerza la visión dualista del bien y del mal entendida en forma de dos bandos cósmicos enfrentados.
En resumen, en este periodo las influencias iranias del zoroastrismo impregnan el concepto del satán. El papel del fiscal acusador, tentador y corruptor del hombre, con agencia propia, se siente atraído por la dualidad cósmica y está listo para liderar a los ejército de las tinieblas, elevando su rol de adversario al de enemigo último de la divinidad. Esta etapa sienta las bases para que el Nuevo Testamento pueda recoger la idea y sintetizarla en un Satán demoníaco, esta vez con nombre propio y con mayúscula.
El líder escatológico del mal.
La primera mención de Satán en el Nuevo Testamento la atestigua Pablo en 1 Tes 2, 18: “pero Satanás nos estorbó”. Aquí aparece ya con su nombre en griego, σατανᾶς (satanás), que es el más común en lengua española. Fijémonos aquí cómo el concepto de Pablo mantiene la idea inicial de agente que sirve de obstáculo al ser humano, concretamente se lamenta de que le impida momentáneamente reunirse con sus hermanos tesalonicenses. Pero su intención, según Pablo, no es inocente, pues en otras cartas alude a su carácter malvado: tentador, maquinador, destructor de la carne, impostor disfrazado como ángel de luz, o líder de otros ángeles caídos.
El evangelio de Marcos abunda en la misma idea. Resulta muy interesante el eco del satán como adversario que obstaculiza el paso en Mc 8, 33: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!” En todo caso, utiliza su figura en varias ocasiones para enfatizar su carácter tentador y líder del mal. Mateo recoge algunas frases de Marcos y añade una nueva idea muy poderosa por boca de Jesús.
Mt 4, 10:
“Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás.”
Observamos aquí cómo el rol de Satanás se equipara al de Dios en su faceta contraria, como antagonista supremo.
El evangelio de Lucas precisa aún más la condición de Satanás, relacionándolo textualmente con Belcebú y con los demonios, y argumenta que la traición de Judas Iscariote fue motivada porque Satanás había entrado en él.
En Apocalipsis, escrito alrededor del año 100 d. C., Satanás culmina su evolución como líder escatológico del mal y se torna diabólicamente sublime. Se le atribuye un trono, se le equipara al diablo, a la serpiente antigua y al dragón, se le supone enemigo del mundo entero y líder de todos los ángeles caídos. La bestia, según la revelación, será arrojada al abismo y encerrada durante mil años. En el fin de los tiempos será destruida, como símbolo definitivo del triunfo del bien.
El ángel caído, Lucifer.
Los padres de la Iglesia, s. II-IV d. C., integran a Satanás en la teología de la caída de los ángeles. Aunque la idea ya estaba presente en Pablo de forma sutil, en los primeros siglos del cristianismo se produce una curiosa asociación con Lucifer.
El personaje pertenece a la tradición latina y significa simplemente portador de luz. Está vinculado al planeta Venus, propenso a ser confundido con una estrella, y fue mencionado en astrología como lucero del alba o simplemente estrella de la mañana. Lo curioso es cómo la patrística interpretó la traducción de la Vulgata tergiversando el texto hebreo. El germen de la controversia está en un versículo del rollo de Isaías. Lo traigo esta vez como traducción propia, más o menos literal.
Is 14, 12:
“¡Cómo caíste de los cielos!, estrella de la mañana, hijo del alba. Fuiste derribado a tierra, el que debilita a las naciones.”
El término controvertido es הֵילֵל hêlēl, que traduzco por estrella de la mañana. En su contexto, el versículo sirve de escarnio al rey de Babilonia, el cual se creía a sí mismo muy poderoso, según el texto, y terminó derribado por el imperio persa.
La Vulgata, con buen criterio, tradujo lo siguiente.
“Quomodo cecidisti de caelo, lucifer, qui mane oriebaris! corruisti in terram, qui vulnerabas gentes.”
Observamos que la traducción es bastante fiel al original, utilizando el conocido concepto de lucifer que mencionamos al principio para referirse a esa estrella de la mañana nacida del alba. Sin embargo, con ese afán tan pernicioso de tergiversar el texto hebreo para adaptarlo a la teología cristiana, la patrística no interpretó el versículo como burla al rey de Babilonia, sino como alegoría de la caída de un ángel orgulloso. Dándole nueva vida a otros cabos sueltos, ese ángel caído terminó tomando el nombre que aparece en la Vulgata, Lucifer, el mismísimo príncipe de las tinieblas, también conocido como Satanás. Sonroja descubrir cómo el demonio terminó adoptando el nombre del planeta Venus de una forma tan vulgar. A este respecto no podemos dejar de señalar a Orígenes, quien en el s. III d. C. interpreta la estrella de la mañana de Isaías 14 y el querubín de Ezequiel 28 como narraciones de la caída de Satán, deduciendo que en origen fue un ángel luminoso. Después, Agustín de Hipona sistematizó esa idea, la del ángel llamado Lucifer que fue creado bueno y cayó por su propia soberbia, adoptando en el infierno el nombre de Satanás.
El príncipe del infierno.
El cristianismo medieval consolidó la idea de Agustín como dogma de la Iglesia, convirtiendo a Satanás en una figura omnipresente en este mundo y opuesta a Jesucristo. La iconografía lo representa como monstruo, dragón o príncipe del infierno, pura voluntad torcida, líder de los ejércitos demoníacos, antagonista último de la voluntad divina.
Por su parte, la tradición islámica lo consideró un ser de fuego de la corte celestial que se negó a postrarse ante Adán, lo cual provocó su inevitable caída. Así se convirtió en el tentador de los humanos, aunque en un plano inferior al poder de Allah. En cualquier caso, más parecido al satán de Job que al Satanás de los cristianos.
Símbolo arquetípico del mal.
Para concluir su evolución, podemos señalar que en la modernidad Lutero lo entendió como enemigo real y cotidiano del creyente. Del lado contrario, el racionalismo lo interpretó como un símbolo opuesto a la libertad, un arquetipo de la maldad. Hoy se suele estudiar como evolución cultural de un adversario simbólico que tiene interpretaciones muy sugerentes de toda índole, psicológicas, literarias y, por supuesto, teológicas. Y en eso estamos.
Conclusión.
En resumen, el concepto hebreo de satán surgió en la literatura bíblica alrededor del s. VIII a. C., como adversario genérico que obstaculiza. En los siglos posteriores la figura evolucionó hasta personalizarse como fiscal de la corte celestial, subordinado a YHVH. Poco a poco fue tomando agencia propia independiente hasta constituirse en un enemigo independiente. En la literatura apócrifa intertestamentaria se crea un sustrato literario a través de influencias iranias que permite al Nuevo Testamento cristalizar esa figura indefinida en un personaje con nombre propio, Satanás, un líder escatológico que encarna la maldad en oposición a Dios. La patrística consolidó y sistematizó una genealogía muy curiosa de Satanás, reinterpretando los textos hebreos en clave alegórica para concluir que Satanás fue un ángel de luz llamado Lucifer, el cual cayó a los infiernos por causa de su soberbia.
Por fortuna, esa figura caída en desgracia resultó en una serendipia maravillosa, pues le sirvió a John Milton para imaginar al trágico personaje con unos versos inolvidables. Incluso traducidos suenan demasiado hermosos. Su orgullo no se rinde siquiera ante Dios:
“Y así con la experiencia del suceso grandioso, no más pobres en armas y en prudencia más ricos, con mejor esperanza, sin cuartel y sin tregua, para hacer guerra eterna al eterno enemigo, que ahora triunfa en el colmo de su gozo, rigiendo el reino de los Cielos cual tirano absoluto.”
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