
Cuando ya había perdido la fe completamente en los vinos de Ribera del Duero, por aburridos, descubro con Mario Vallés esta botella olvidada entre las reliquias de mi bodega: Aalto 2011. Y no es que no se hagan vinos que enamoren con ese apellido, lo que pasa es que tiene uno que rascarse cien euros de la faltriquera para que merezcan nuestro amor, y el amor, a ese precio, lo es de mancebía o no lo es. Tampoco digo que no haya excepciones, que las hay, pero una pepita de oro en el Atlántico no lo convierte en El Dorado. Para los zahoríes del oro, las márgenes del Duero no son el mejor lugar.
Sin embargo, Mariano García ha conseguido que abandone mis prejuicios con este Aalto y me vuelva a enamorar, aunque solo sea por un tiempo. El amor, ya se sabe, es insoportablemente leve, como el ser de cada uno.
En Quintanilla de Arriba, con esa apariencia de poca cosa y con un título enigmático, elabora este vino de guarda para poner en lo alto el buen nombre de la región, repleto de fruta roja y negra, salpimentado de rica ebanistería y con la estructura de la catedral de Burgos, o sea, bien equilibrada, elegante, fina, pero acojonante. Y aviso, una de las peores añadas de este magnífico elixir. No alcanzo a imaginar cómo serán las buenas.
En suma, un vino para perderse, para discutir sobre filosofía y para hacer el amor. Así lo despedí yo, amando, porque además no me costó nada, era un regalo. Y ya se sabe, el amor se regala, o no es.
Saludos desde Buenos Aires, caí navegando a tu blog y me gusto mucho!
Me gustaMe gusta
Gracias, me alegro mucho de que te guste. Espero dar la talla y que te siga gustando.
Me gustaMe gusta