Los 10 vinos de 2021

«El vino sabe revestir el antro más sórdido de un lujo maravilloso.«

Baudelaire – Las flores del mal, 1857.
Cata ciega en el Wine Bar

Parafraseando a Garcilaso, por hábito del alma misma destaco los diez vinos que más me han emocionado en 2021. No pretende ser esta una lección, ni una selección, ni tampoco creo que le sirva a nadie para orientar sus compras, pero sí tal vez dejen leerse entre líneas los secretos que esconden los grandes vinos, esos que te encogen el alma y te la exprimen por los ojos, esos que trascienden y ya no se olvidan. Empecemos, sin rigor.

Amontillado Sacristía Antonio Barbadillo Saca 2019

Amontillado Sacristía Antonio Barbadillo Saca 2019. Los amontillados son los vinos que más placer me dan, tanto sensorial como intelectual. En ellos se reúne toda la artesanía de la viticultura y la crianza de vinos, alzando el resultado a cotas casi propias del arte. Para algunos, entre los que me encuentro, es el rey de los vinos: terruño, maestría, velo de flor y antigüedad oxidativa. Esta saca sanluqueña de Antonio Barbadillo es de lo mejor que puede probarse en ese estilo, con una gama de matices inabarcable y la punzante intensidad de un estoque, pero sin perder la finura y la elegancia, eso nunca, de unos zapatitos de cristal. Definirlo es imposible. Se le quiere como es, y te corresponde con la ingenuidad de los sabios.

Vodopivec Vitovska 2015

Vodopivec Vitovska 2015. Cuando uno comprende los vinos naranja de Vodopivec está preparado para capitular. De hecho, el concepto de vino naranja se diluye, así como el de color, y queda ya solo el de vino, sin más. El aspecto es blanco, luminoso y adolescente, pero nada importa. Cuando te recomiendan tomarlo a 15º C empiezas a sospechar que no va a ser lo mismo de siempre. Dentro de ese garabato enigmático que hay en la etiqueta se encuentra el zumo de bayas de vitovska, la reina del carso italiano, que se recogen con la ternura de los dedos y se entierran en ánforas georgianas durante seis meses, el tiempo necesario para que los hollejos le den al mosto su carácter y las levaduras acaben con el azúcar. Dieciocho meses más en roble de Eslavonia afinan el vino antes de embotellarse, sin más cuidado. Yo tuve la suerte de probarlo cuatro años después, con cierta madurez, muy poca, la misma quizá de la adolescente que ha empezado a leer a Aristóteles.

Viña Lidón 2003

Viña Lidón 2003. No hay muchos chardonnay en España que merezcan la pena. Pese a ser una uva blanca muy extendida por todo el mundo, no es aquí donde brilla. El pequeño pago de Vera de Estenas, en el Paraje de la Cabezuela de Utiel, tiene una parcela de chardonnay ya entrada en años que ofrece uno de los mejores vinos de este estilo, uno de guarda, mirando con el rabillo del ojo hacia la Borgoña, sin pretensiones, pero sin vergüenza. Aprovechando el aniversario de su primera añada, tuve el capricho de ser invitado por la bodega para probar una vertical de sus añadas históricas. Destaco la más antigua, esta de 2003, en la que las frutas blancas de hueso quedaban resumidas en un dulce de esos que vuelven locos a los niños y a las abuelas. No estaba cansado, era un vino al que ya no le importaba el tiempo. Estaba dispuesto a vernos pasar a todos sin inmutarse.

Isse 2 Vignerons 2011

Isse 2 Vignerons 2011. Despedí con no poco desgarro en el corazón esta última botella que me quedaba de esa añada de 2011. Durante una década la he disfrutado, previsor que fue uno. De los mejores blancos tranquilos que han pasado por mi bodega, mezcla cultural de Ismael Gozalo y Xose Lois Sebio, entre Nieva y Gomáriz, coupage de verdejos prefiloxéricas del siglo XIX y variedades típicas gallegas de mayor frescura y salinidad. No sé explicar la maravilla del contraste, ni la magia con la que los años han puesto armonía en el conjunto para hacerlo irrepetible. A partir de ahora tendré que empezar de nuevo. Durante diez años he preferido mantener el embrujo, sin probar añadas nuevas. El caso es que no sé cómo hacerlo. Bueno, sí, espera, creo que tengo un 2012 por ahí…

Celler la Muntanya Dolç 2011

Celler la Muntanya Dolç 2011. Es uno de los mejores dulces naturales que he probado de España, entiéndase: sin encabezar y sin oxidar. Se trata de una malvasía sobremadura que después de su paso por barrica y por una década de olvido en la botella se ha despertado como un titán. Vuela conmigo hacia Tokaj y Sauternes, con un placer complejo, agridulce, de vigorosa acidez, enseñando la puntita de unos colmillos todavía jóvenes que dejan intuir una mordida muy longeva. Qué digo titán, una titánide, de esas que no honraron los griegos en el nacimiento de la tragedia y que ahora nosotros rescatamos, viajeros hesiódicos, del cercano oriente primordial. Nadie cuenta qué fue de las titánides. Aquí queda una para dar cuenta, inmortal.

Super Bobastrell 2012

Super Bobastrell 2012. He tenido la fortuna de conocer este año a Pedro Olivares, no sé por qué he tardado tanto, siendo vecinos. También sus vinos, un sinfín, raros por antonomasia, dueños del arrojo del que sabe mucho y nada teme y herederos de todas partes. Podría haber elegido cualquiera de sus vinos por lo emocionante, por lo distinto, y a la vez por lo sencillos y placenteros. Qué fácil se disfrutan. Pero me quedo con el que azuzó mis lágrimas sin venir a cuento y cuando menos lo esperaba, allí donde la situación no me dejaba llorar a mis anchas y sin vergüenza. Cuatrocientas botellas se hicieron de esta mezcla de monastrell de Bullas y bobal de Venta del Moro. No las busquéis en ningún sitio ya. Empezaron por separado, como en una película de Coppola, no me preguntéis por qué, y terminaron enamorándose, como si estuviera escrito, que diría Dostoievski. Conozco la segunda parte, el idilio que vivieron durante 9 años bajo una bóveda de cristal. Ya no me lo tiene que contar nadie.

Gravner Ribolla Gialla 2012

Gravner Ribolla Gialla 2012. Qué paciencia hay que tener a veces. Siete meses en ánforas enterradas georgianas, otra vez georgianas, ahí con sus pieles y todo, sin ponerle nada más que calma y descontrol, como esa belleza descuidada que tienen los jóvenes hermosos. Y seis años en fudre de roble de Eslavonia, sí, de nuevo Eslavonia, como si regalasen el tiempo. Posiblemente sea Gravner el mejor elaborador de la Venezia Giulia, quizá también el más paciente. Este vino de ribolla gialla no es antiguo, es la añada en curso, y no se puede mejorar si no conseguimos que baile. No os recomiendo que probéis ninguno de estos Gravner: a partir de ahí no os va a gustar ningún vino blanco, todos os parecerán poca cosa, ni los naranjas, y mucho menos los tintos. Después de Gravner solo queda preguntarse qué demonios hacen todos los demás.

Contino 1984

Contino 1984. Cantaba Springsteen Born in the USA por aquel entonces, y ya nadie pensaba en la distopía de Orwell. El placer de descorchar una botella vieja de un buen rioja nada tiene que ver con el vino. Es otra cosa. Un trocito de aquella época se funde con uno mismo, aromas antiguos que ya no recordabas, como si viajases en una máquina del tiempo para mezclarte con tu yo del pasado. Porque te lo bebes, vaya que si te lo bebes. No dejas ni una gota. Y luego andas por el parque con la barbilla en alto y el pecho como un palomo, rejuvenecido, sabedor de que nadie a tu alrededor conoce el motivo por el que sonríes. Pero te ven feliz, se te nota en los andares. Y no se va, sigue ahí en tu garganta, indeleble, da igual lo que tomes después. Ni el sueño lo diluye. Al día siguiente amaneces con la misma sensación en paladar. Aquí estoy, te dice insolente, y no te dejaré hasta que te olvides de mí.

Domaine de Thalabert Crozes-Hermitage 2015

Domaine de Thalabert Crozes-Hermitage 2015. Probablemente, los vinos más emocionantes los he probado abrigado por los acordes de un piano y observado por las cuerdas de una guitarra, refugiado frente a las llamas de una estufa y junto a una persona amable, una sola, mientras se agotan las velas. Amable, del latín, en su primera acepción. Ahí, dentro de una copa perfecta de cristal austriaco, la dulzura de los vinos alcanza una nueva dimensión. Decía Baudelaire que el vino sabe revestir el antro más sórdido de un lujo maravilloso, pero si además ya es un lugar maravilloso, honrado por una presencia hermosa, el corazón es el que se te reviste de adornos y abundancias. Recuerdo este Crozes-Hermitage con la finura y la elegancia de las ínfulas de la lencería, con la suavidad de una pieza de jazz clásico, complejo y profundo como un beso de amor tranquilo, con ese equilibrio de las cosas que no necesitan nada más.

La bota 58 de amontillado. Como iba diciendo, el rey de los vinos. También soy de la opinión, controvertida, de que los mejores amontillados son no demasiado viejos. Esta es una saca seleccionada en 2015 de una solera especial de Rainera P. Marín, en Sanlúcar, de una edad media de veintidós años, ahora con seis más de crianza en botella. Veintidós son pocos, en comparación con los ochenta que tienen algunos tesoros andaluces. Sin embargo, la presencia del velo de flor de la manzanilla original de la que proviene es más eminente cuando no son tan viejos, y la armonía con la crianza oxidativa, a mi juicio, brilla con mejor equilibrio. Este es un buen ejemplo. Enfatizando esa línea de frescura, esta bota 58 proviene de una manzanilla pasada viejísima refrescada de manzanilla sin encabezar, lo que convierte a este amontillado en un generoso más natural, si se me permite la expresión, donde la punzada del alcohol está más tiernamente integrada. Debió ser magnífico cuando se embotelló, también lo fue seis años después, doy cuenta de ello, y lo seguirá siendo siempre. Pero ya no volverá: las nuevas sacas son, obviamente, más viejas.

El Bvscon. Capítvlo II, El incidente. 2020

Mención especial: El Bvscon. Capítvlo II, El incidente. 2020. Como esta lista de diez vinos hace referencia a criterios de emoción, rescato unas palabras aclaradas en mi crisol para El Bvscon, que sin duda ha sido el más emocionante de todos los vinos de 2021, quizá por motivos distintos a los anteriores: inquietud, temor, inseguridad, nervios, ansiedad, dudas, desazón… esperanza, ilusión, sosiego, tranquilidad… satisfacción y, finalmente, lágrimas. Los que tienen experiencia en elaborar vinos con el alma me cuentan que eso es lo común, el trajín de cada día, pero yo acabo de bajarme del paracaídas y aún no siento el suelo.

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