Presentación.
Se cree que Fausto fue un personaje real, un celebérrimo nigromante que murió alrededor de 1540. Unas décadas más tarde se publicó un libro a partir de sus manuscritos originales donde se explica la relación que mantuvo con el Demonio y el pacto de sangre que hizo con él para su perdición. Hoy hablamos de ese libro medio olvidado, el cual constituye el origen del mito de Fausto.
Introducción.
En el s. XVI circulaban por tierras alemanas las leyendas de Fausto, un célebre doctor introducido en las artes alquímicas, la magia, la nigromancia y toda esa suerte de prácticas prohibidas por la Iglesia. El tema debió ser muy atractivo, porque era una época muy caliente en el Sacro Imperio Romano Germánico. La Inquisición y las cazas de brujas generaban mucho interés, la reforma de Lutero había creado un ambiente de tensión religiosa entre facciones y la guerra Esmalcalda favoreció un clima de miedo apocalíptico. En ese caldo de cultivo no es extraño descubrir que las historias sobre Fausto, el cual se cree que murió en 1540, pudieran resultar muy atractivas a los alemanes.
De ese interés surgió en 1587, en la imprenta de Johan Spies, un libro anónimo conocido como Faustbuck, o Historia del Dr. Johann Faustus, que se supone narra estas aventuras con vocación biográfica. Sin embargo, una lectura atenta permite observar una falsa historicidad. Es decir, bajo el pretexto de ciertos elementos biográficos se construye un libro de aventuras divertido e irreverente que con el paso del tiempo sirvió para sentar los cimientos de los dos míticos personajes, Fausto y Mefistófeles, los cuales han sido trabajados después en la literatura de múltiples formas brillantes, y no solo en literatura.
Recordemos, de forma sucinta, que Marlowe publicó en inglés pocos años más tarde su tragedia Historia de la vida y muerte del Dr. Fausto. Widman amplió el original de Spies en 1599 y en 1674 Pfizer editó un gran volumen sobre el mito. En 1808 Goethe publicó la primera parte de su tragedia titulada Fausto, quizá la más famosa de todas las obras, que cubriremos el domingo en directo en nuestro club de lectura, y póstumamente se publicó la segunda parte, en 1832, mucho más amplia y de tono filosófico elevado. Ambas constituyen un monumento artístico de primer nivel. En 1947 se publicó Doctor Fausto, de Thomas Mann, también en alemán, y en 1697 El maestro y Margarita, de Bulgákov, en ruso, aunque la escribió antes de 1940. Y en 1960 Pessoa publicó Fausto en portugués. Si añadimos las versiones musicales, en especial la ópera de Charles Gounod en 1859, comprobamos que el mito de Fausto ha calado con fuerza en nuestra cultura.
Pues bien, el origen está aquí, en esta pequeña obra anónima de 1587, cuya lectura podemos disfrutar en español a partir de la edición de Siruela de 1994, aunque creo que está descatalogado y no es fácil hacerse con una copia. Por suerte yo tengo una, vamos a darle un vistazo.
La ironía religiosa.
Johan Spies nos deja en una cita introductoria la intención del libro, en la cual yo intuyo un exceso de prudencia, una especie de exageración de cara a los censores:
“para que sirva de escarmiento a todos los cristianos y sea un terrible ejemplo de lo que pueden los ardides del demonio y de los crímenes que es capaz de cometer contra el cuerpo y el alma […] terrible ejemplo en el que pueden verse no solo la envidia, los engaños y la crueldad con que el Maligno persigue al género humano, sino que también permite comprobar a ojos vistas hasta qué punto la temeridad, la soberbia y la curiosidad sacrílega pueden descarriar a un hombre…”
Tengo la sensación de que esa hipérbole piadosa es una pose, la misma con la que el autor impregnó las páginas de su obra para esquivar posibles represalias religiosas. En su entorno, es fácil pensar que el libro podría ser prohibido por difundir blasfemias e incluso podrían prender a su autor para darle un tormento ejemplar. No en vano, publicar el libro de forma anónima no es sino una confesión de este temor. Así pues, durante la obra se da un divertido y curioso contraste entre un exagerado celo piadoso y una irreverente descripción de las aventuras de Fausto con el demonio.
Sin ir más lejos, en el prólogo se nos advierte del peligro con una dicción engolada:
“la magia y la nigromancia constituyen el mayor y más grande de los pecados ante Dios y ante todo el mundo.”
El prólogo va dirigido al “lector cristiano”, obviamente. Resulta sutilmente irónico que los dos grandes pecados ante Dios sean estos tan precisos, magia y nigromancia, dos disciplinas nítidamente fantásticas e irrelevantes, en lugar de desconfiar de Cristo, promover herejías u otras prácticas más sustanciosas. En todo caso, en el prólogo, para prevenir de cualquier sospecha, se alude expresamente a la maldad del demonio, no fuera a pensarse que el autor o sus lectores podría sentir algún atisbo de simpatía por Mefistófeles:
“Pues no sólo por sí mismo, por su soberbia y apostasía, convirtióse el Demonio en un espíritu renegado, pervertido y condenado, sino que es también un espíritu envidioso, astuto y tentador, enemigo consciente y declarado de Dios y del género humano.”
Como decía, este contraste es frecuente en la narración, la cual apostilla corolarios de esa guisa para rematar pasajes muy divertidos en los que Mefistófeles encandila al lector con jocosas travesuras sin la menor trascendencia. Por ejemplo, engaña a cuatro magos que se cortan la cabeza unos a otros y vuelven a colocársela como pueden. El tono resulta de una ironía cómica muy sutil y audaz, quizá uno de los detalles de estilo literario más atractivos de la obra.
Falsa historicidad.
Otro de los atractivos de la obra es su falsa historicidad, es decir, la postura que adopta el autor y el editor para convencer al lector de que el texto no surge de la creatividad literaria, sino del resumen de los hechos acontecidos tal y como aparecen en los documentos encontrados. En la presentación se nos aclara este extremo:
“compuesta en gran parte a partir de sus propios escritos póstumos, reunida e impresa para servir de terrible ejemplo, escarmiento abominable y sincera amonestación a todos los hombres soberbios, impíos e imprudentes.”
Sospecho que esa actitud pretende dos objetivos. El primero, en sintonía con la ironía que venimos mencionando, la de ahuyentar posibles acusaciones religiosas, dado que una obra de ficción sobre ese tema, con la intención de divertir al lector, habría sido tomada, quizá, como una ligereza en la fe, una especie de pecado de blasfemia por trivializar un asunto tan relevante como el de la astucia del demonio. Pero lo cierto es que las aventuras de Mefistófeles son entretenidas y graciosas como las de Sancho Panza, solo que de menor altura poética, dirigidas con seguridad a la diversión del gran público. Y así fue, de hecho se publicaron copias a espuertas y gozó de una fama deslumbrante. Como anécdota, las aventuras de Fausto y Mefistófeles se llevaron después a teatros de marionetas, y Goethe asistió a algunas de esas representaciones.
El segundo objetivo, claro está, es el de otorgarle verosimilitud al relato, un recurso muy trillado, el de los hechos reales, que sabe atraer la atención, en especial cuando versa de asuntos prohibidos por la Iglesia, del Demonio, de la magia y de toda suerte de actividades impías. ¿Quién no querría leer un libro de nigromancia y sucesos sobrenaturales documentados en el mundo real?
A lo largo de la obra el autor recuerda en varias ocasiones que lo que cuenta lo extrajo de los textos que el propio doctor Fausto dejó después de su muerte. Incluso se dice que Fausto dejó un testamento a su fámulo Wagner. Más concretamente, al final de la obra se recalca que tras su muerte encontraron un libro escrito por Fausto donde relataba esta historia. Se añade que junto a ese volumen había también otros textos de Wagner, los cuales darán origen a un nuevo libro. Como vemos, la estrategia comercial de la saga fue meditada.
El nacimiento del personaje.
Uno de los mayores intereses de la obra es, sin duda, la definición del arquetipo de Fausto. Con todas las artes literarias que hemos mencionado, y por los motivos expuestos, el autor anticipa que sus padres no tuvieron culpa de ello:
“ocurre a menudo que de padres piadosos salen hijos impíos y desalmados.”
En esencia, Fausto estudió teología, pero remarca que sin el aprovechamiento que produce la piedad y la fe en Cristo. Es decir, el personaje se perfila con un atractivo muy interesante en el que todos podemos sentirnos reflejados: estudia las Escrituras en profundidad, con el grado de doctor en teología, pero no encuentra en ellas el valor religioso que se les atribuye. En cambio, utiliza sus estudios para acercarse a la magia.
Además, se le define muy inteligente, buen orador y superior a sus maestros. En definitiva, un hombre de talento al que los dogmas de la Iglesia se le quedan pequeños. La magia, las pociones, la medicina, la nigromancia, le resultan disciplinas más atractivas, y, en su ansia de conocimiento, aburrido del entorno que le rodea, prefiere ensayar un intento de convocar y someter a las fuerzas del mal.
El conjuro de Mefistófeles.
Con una pincelada cultural se nos dice que Fausto practica las artes dardanias. Recordemos que, en la mitología griega, Dárdano es el legendario royano de Dardania, la región al norte de Troya, a quien se le atribuye ser uno de los grandes magos de la remota antigüedad. De este Dárdano desciende Eneas, el héroe que escapó de la guerra con los aqueos y fundó Roma, según Virgilio.
Sea como fuere, cual si de un Moisés se tratase, Fausto sube a un monte para oficiar un ritual mágico con el que conjurar al diablo. Este se le presenta con una forma espeluznante, de grifo o de dragón. Fausto se jacta entonces de haber sojuzgado al Demonio. Sin embargo, Mefistófeles, un demonio de segundo rango del flanco de Lucifer, tiene la intención de robarle el cuerpo y el alma. Ya no hay vuelta atrás, pacto de sangre, como en las Escrituras, e intercambio de favores: todo lo que quieras a cambio de todo tú. La oferta es muy difícil de rechazar, ¿quién podría negarse a recibir durante largos años toda clase de caprichos sobrenaturales a cambio de perder el alma en el infierno después de muerto? Es fácil entender el atractivo que pudo tener entre los alemanes del s. XVI un argumento semejante.
La trama argumental.
El argumento de la trama es en apariencia sencillo, pero muy potente: Fausto convoca al demonio, le vende su alma a cambio de información y privilegios, Mefistófeles le instruye en la organización del cosmos, viven algunas aventuras caprichosas para deleite del doctor y finalmente muere, veinticuatro años después, arrepentido haber confiado su alma al demonio, lamentándose del futuro infernal que le espera después de muerto.
La estructura externa se divide en tres partes. Durante la primera el narrador explica a través de Mefistófeles la jerarquía y organización del infierno, con el consiguiente despliegue ecléctico de nombres diabólicos de lo más atractivo.
En la segunda, del mismo modo, Fausto es instruido en la cosmología y organización del universo en general, en el movimiento de los astros, las estaciones, los fenómenos naturales, la intervención divina en la creación, etc. De nuevo, la narración tiene interés en la mezcla de creencias, no todas de inspiración cristiana, y la introducción de elementos científicos, un conjunto variopinto de conocimientos que ofrece una faceta curiosa de la perspectiva cósmica del s. XVI.
En la tercera parte suceden las aventuras más disparatadas y divertidas de la obra: vista la corte de Carlos V, le hace crecer una cornamenta de ciervo a un caballero, se come un carro entero de heno, entre otras locuras. La más poderosa de todas es la de Helena de Troya, a la que se invoca para goce de la vista e incitación a la lujuria, como no podía ser de otro modo, símbolo de la belleza femenina por antonomasia.
Estas aventuras son las que, a mi juicio, mejor describen el tono y la intención del conjunto, todas ellas escritas de forma jocosa y divertida, pero rematadas con apostillas que invocan piedad con cierta ironía. Pongo, por ejemplo, el final del capítulo sobre Helena.
“Y cuando los estudiantes se acostaron, no pudieron dormir pensando en la belleza que habían visto con sus propios ojos. Y así vemos que el Diablo suele embaucar y cegar de amor a los hombres, haciéndoles caer en una vida lujuriosa de la que luego no pueden escapar fácilmente.”
Pero… seamos sinceros: quién podría pensar en otra cosa después de haber visto a Helena. El autor era consciente.
El desenlace de la obra.
Al final, Fausto convive con Helena de Troya durante un año. Ese detalle estuvo presente en las obras posteriores con gran fuerza dramática. Para concluir, sin que la piedad del autor pudiese quedar en duda, el texto se esfuerza en describir el arrepentimiento del doctor cuando descubre que sus días se acaban, antes de lo que le gustaría, condenado a lamentarse en el infierno eternamente, para servir de ejemplo y escarmiento a todos los cristianos.
“Abstenerse, pues, de semejantes prácticas, amar solamente a Dios y tener puesta en Él la mirada, adorarlo, servirlo y glorificarlo solo a Él con toda el alma, con todo el corazón y todas nuestras fuerzas, renunciando en cambio al Diablo y a toda su hueste infernal, para alcanzar la bienaventuranza eterna con Cristo, amén, amén, es lo que os deseo a todos y cada uno desde lo más hondo de mi corazón. Amén.”
En efecto, hemos de alejarnos de toda arte diabólica, de la magia, las conjuraciones, los rituales demoníacos, la nigromancia, la alquimia, la astrología, la adivinación y etc., pero aquí tenemos un librito que versa de todo ello, para que podamos acercarnos a mirar por la rendija, con la mano en la boca, mientras palpamos las cuentas del rosario y decimos amén, amén.
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