La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, perdió ayer el respeto de sí misma y empezó a borrar la delgada línea roja que marca dónde empieza la guerra.
Hace muchos años, ya no recuerdo dónde, leí que quien no respeta al rey no se respeta a sí mismo. No lo entendí, me gustaban los reyes tan poco como ahora. Pero empiezo a entenderlo. Quien no es capaz de asumir que por encima de él hay algo más, que las normas de convivencia le trascienden, que el bien común y la libertad individual deben superar sus caprichos personales, empieza por no respetar al diferente, continúa por no respetar las leyes, llega a no respetar la autoridad y termina por no respetarse a sí mismo. La palabra rey de la cita, leída sin pasión, es metafórica. No obstante, hoy sirve de símbolo, como los refranes.
De acuerdo con la Constitución, nos guste más o menos, el presidente del Congreso de los Diputados es la tercera autoridad del Reino de España. Durante una votación para la investidura del Presidente del Gobierno podríamos considerar que es la segunda, solamente por detrás del Rey. Y, habida cuenta de las limitaciones que tiene este en la política parlamentaria, podremos decir que es de facto la primera autoridad sin engañarnos. Puede no gustarle a alguien la Constitución, como me pasa a mí, pensar que el Congreso de los Diputados no representa bien la soberanía del pueblo, como pienso yo, querer quitarle al Reino lo de Reino, que de poco sirve, o incluso cambiar el concepto de España, si es que alguien tiene claro lo que significa. Eso es lo de menos. La cuestión es que esas palabras representan el marco de convivencia que ordena nuestra sociedad, acordado por consenso y en ellas se encierran los mecanismos templados que permiten cambiarlo. Que no te gusten no es suficiente para mearte encima, porque es como hacerlo en la cara de todos los ciudadanos. Y quien se mea en todo ha perdido el respeto de su propia persona. Primero se lee, luego se piensa, más tarde se concluye y finalmente se sugestiona a los demás mediante el discurso para convencerles. Se permite la elocuencia y la retórica. Se descarta la demagogia y la calumnia. Cagarse en todo lo que se menea no es buen camino para la convivencia. Así que hay que respetar la presidencia del Congreso, por más que ella no lo haga.
Desde 1810 existe la figura del presidente del Congreso. Viene bien recordarlo para darnos cuenta del tamaño de la infamia de Batet. Entre sus funciones, está la de dirigir los debates y mantener el orden de los mismos. Para ello tiene un reglamento, que ha de hacer cumplir, con el consenso de la Mesa en los casos difíciles. Además, el presidente representa la Cámara, es decir, que en su persona se refleja lo que los Diputados son. Sin embargo, la presidenta ha llegado a tal punto de ignominia que no sabe dirigir los debates, no mantiene el orden en la sala, no cumple el reglamento, no conviene con la Mesa sus decisiones más controvertidas y solamente representa a los Diputados de su partido. En el mejor de los casos, la presidenta es adalid de la desvergüenza, pues representa a toda una Cámara que ha perdido esa virtud.
Remontándome solamente a los hechos más recientes, que son bastantes, su desfachatez empezó permitiendo la condición plena de Diputado a aquellos que no prometieron acatar la Constitución. El artículo 20 del reglamento lo requiere sin matices: «promesa o juramento de acatar la Constitución». No necesita aclaraciones. No hay que ser un maestro de la hermenéutica para interpretar que con el trámite se espera del Diputado que sea leal y respetuoso con las leyes. Tampoco hay que serlo para darse cuenta de que muchos de los Diputados lo son hoy de plena condición con deslealtad hacia las leyes, o sea, hacia todos nosotros. Confieso que yo cambiaría todas las leyes si me dejaran un bolígrafo, pero entiendo que convivo con personas que no piensan como yo y que debo demostrarles mi respeto mediante la lealtad a las normas de convivencia que nos unen. Quien quiera mearse en la Constitución no debe entrar en el Congreso. El Congreso representa nuestra soberanía, está para cambiar la Constitución si hace falta, pero no es el urinario de nadie. Batet, sin embargo, incumple el reglamento, representa a esa gente y les limpia las letrinas, cuando no las usa para su propio desahogo.
Y con esos mimbres empezó ayer la investidura. Dirigir la Cámara con el Congreso lleno de Diputados sin respeto es muy difícil, unos dispuestos a destruir el estado de derecho, otros a inmolarse por la monarquía, otros indolentes que esperan su sueldo entre bostezos y una presidenta vana. Ayer, una Diputada de Bildu se descalzó en el atril de esta guisa: nuestro estado en crisis es un régimen franquista, sin no se aplica la agenda independentista no se romperá con la herencia del dictador, el discurso del Rey después del referéndum ilegal es la evidencia de que vivimos en un estado autoritario. Entiendo que a falta de argumentos razonables los políticos se han acostumbrado a abusar de la demagogia y la mentira, pero hay que ser muy necio para sostener esas afirmaciones, y no hace falta ser muy listo para observar en ellas una ausencia de respeto por las Instituciones del Estado. Sospecho que lo correcto habría sido llamar al orden a la Diputada por ofender al decoro de mucha gente, pero la presidenta no fue capaz. Abierta la caja de los relámpagos, no pudo evitar que a la Diputada le cayeran insultos de toda especie, indignos de ese auditorio. Respondió la presidencia solicitando respeto para el orador, ya ves tú, cuando debía haber puesto a los maleducados en la calle, a los pies de los leones. Pero nada, incompetencia y futilidad. La Diputada, obviamente, insistió en que el discurso del monarca fue político y tenía el fin de profundizar en la contrarreforma autoritaria, se meó en las estructuras del estado, en las fuerzas armadas, en la policía, en la judicatura y en la Junta Electoral Central, instituciones que a su juicio merecen la micción. Debido a la inanidad de la presidenta, a esas alturas ya no había forma de sujetar la situación. Dos veces le recordaron que hiciera honor a su responsabilidad y diera cumplimiento al artículo 103 del reglamento del Congreso, llamando al orden a quien ofende el decoro de las Instituciones del Estado. Pero solamente supo apelar a la libertad de expresión, con lo cual tampoco evitó que siguieran lloviendo insultos en todas direcciones, que también son muestras libres de expresión, claro, y el ruido se convirtió en el protagonista durante más de una hora. Con su indolencia, la presidenta dio a luz su nueva responsabilidad en la taberna parlamentaria: mantener el desorden de los debates. Abierto ya el melón de la desvergüenza, una Diputada de CUP insistió en lo mismo, entre risas y con los huevos encima de la tribuna, a lo cual el portavoz de Vox contestó invocando el mencionado artículo 103 para mearse en la cara de la presidenta. Todo muy normal.
Y ese es el órgano constitucional que representa al pueblo español. En eso ha quedado. Entiendo y respeto a las Diputadas de Bildu y CUP, sus deseos independentistas, su ideología socialista, su afán revolucionario, sus ganas de mandar todo a la mierda y empezar desde cero, aplicando sus mejores criterios. Entiendo incluso que se enciendan cuando sale el Rey en la tele, cuando ven una bandera española o cuando se cruzan con Abascal en el bar. Entiendo todo eso, aunque no lo comparta, pero no se puede imponer. Ahí está el Congreso para discutirlo, siempre que no se deshonre, y para ponerlo en práctica si encuentran consenso. Además, ni siquiera en sus regiones representan a todo el mundo. Pero lo entiendo porque hacen ejercicio político de su condición, que para eso están. Pero la presidenta del Congreso no tiene perdón ni disculpa. Ella representa a todos los Diputados, y por extensión a todos nosotros. No puede hacer un uso interesado de su autoridad. Le debe lealtad al cargo. No debe ensuciar el prestigio de la institución. Su responsabilidad está muy por encima de sus ideas y de las de su partido.
Acabo la metáfora. En el escudo de la presidencia del Congreso están todas las regiones representadas y todos los símbolos que nos unen, también le cuelga el potence del Toisón de Oro. Le debe respeto, o renunciar al cargo. Si no respeta al Rey no nos respeta a nosotros, ni tampoco a ella misma. Con su deshonrosa incompetencia ha convertido el Congreso en un lodazal. La delgada línea roja es ya muy tenue. Empiezan a verse dos bandos enfrentados, uno a cada lado del hemiciclo, sin respeto mutuo. Quizá aparezcan motivos para maldecir su propia estupidez. Ojalá no.