Estimado Pablo,
Qué lejos quedan ya los días del 15M en que nos conocimos en la Puerta del Sol. Confieso que me ilusionó tu imagen de modernidad, me hiciste recuperar la fe en la democracia, y ya sabes lo poco que me gusta para un estado tan grande como el nuestro. Las democracias grandes devienen en oclocracias a poco que nos descuidemos, la soberanía del pueblo se torna con facilidad en voluntad irracional del gentío, los medios de comunicación no tardan en manipular la opinión de la masa hacia la confusión y la desinformación, la convivencia se hunde en el desgobierno. Me remito a Aristóteles y a Polibio, tú ya me entiendes. La demagogia, como entidad política, aparece demasiado pronto en los estados grandes para ganarse con halagos los votos populares. Y una vez en el escaño, la corrupción de las instituciones es inexorable. El nepotismo empieza a subir por las paredes como la humedad, primero un primo leal de alcalde, luego un amigo fiel de consejero y al final se pone hasta la esposa de ministra. El intercambio de favores, la concesión de prestaciones, los observatorios ideológicos, los contratos públicos, las oficinas de lo que se les ocurra, todo eso extiende con rapidez un clientelismo que repugna de solo pensarlo, a costa de la dignidad y los duros de los más humildes, claro. Y los que celosamente tendrían que proteger la caja de caudales se dejan llevar por la malversación y el peculado, el control y la custodia del dinero se convierte en desvío de recursos, fraude deberíamos decir. Estoy definiendo la cleptocracia en suma, la institucionalización del robo y la corrupción. Y estos males me conducen a sospechar de la democracia, al menos para estados grandes en los que el poder está tan lejos del ciudadano. Pero tú venías a decir que podíamos limpiar toda esa escoria que sobrenada en el crisol de nuestra vida, quitar la ganga inútil de la política y quedarnos con el acero templado de una sociedad limpia y bien fundida.
Sin embargo, me decepcioné cuando descubrí que, en esencia, las recetas que proponías están inspiradas en el comunismo, esto es, en la producción de bienes y servicios regulada por parte del estado, en lugar de en el capitalismo, cuya producción pasa por ser independiente y mediante comercio libre. La prosperidad de los pueblos y su calidad de vida está atada en la historia a la evolución de la libertad económica. El capitalismo engendra clases socioeconómicas desiguales, es cierto, pero es muy fácil moverse entre ellas, no son estamentos firmes y feudales que te condenan de nacimiento. De otro modo no se explica que el hijo adoptivo de un inmigrante cubano en Estados Unidos sea el dueño de Amazon o el hijo de un ferroviario leonés haya construido la mayor empresa de ropa del mundo. Jeff Bezos y Amancio Ortega serán personas despreciables para ti, pero demuestran que en una sociedad libre puedes prosperar de acuerdo con tus aptitudes y tu esfuerzo, que el límite lo pone la suerte y tú. El comunismo, en cambio, reparte con igualdad la mediocridad y la pobreza, reservando un pequeño oasis de lujo a los líderes del partido único. Es legítimo que prefieras que todos seamos pobres, pero iguales, a que tengamos diferencias socioeconómicas, pero no lo es que pretendas imponer esa ideología, que haya de ser así por imperio de una autoridad indiscutible. La libertad, querido Pablo, decide aquí. Podrás sostener que el comunismo no conduce a la pobreza ni el capitalismo a la riqueza, podemos poner en la mesa teorías y análisis de toda índole y de más o menos juicio para apoyar una tesis y la contraria, pero la historia antigua y reciente ofrece una estadística unánime: Esparta o Atenas, Alemania del este o del oeste, Cuba o Finlandia, Corea del Norte o Corea del Sur, elige. Y no es una cuestión moral, la desigualdad no es ningún problema. La gente no quiere ser igual, quiere ser mejor. La envidia es lo único que puede sostener tu postura, la envidia hacia los que tienen más porque son mejores que tú. Habrá muchos de tu cuerda que pondrían en la picota al cabrón de Amancio Ortega, que abogan porque le expropien su fortuna y se hunda Inditex, olvidando que da trabajo a 170.000 personas y que la gente que compra en Zara no lo hace a punta de pistola, sino porque le da la gana. Los mismos que seguramente torturarían al de Amazon porque nos gusta comprar una bombilla en Singapur y que te llegue a casa gratis en cuatro días, porque con un clic y cuatro perras nos deja leer el último best seller, porque allí podemos encontrar ese repuesto de la cafetera que no sabías ni cómo se llamaba, porque nos permite escuchar música o ver series y películas a buen precio, porque tiene dispositivos electrónicos que nos hacen la vida más cómoda o porque pone a nuestro servicio el iCloud más eficiente del mundo. Y que alguien se haga rico debe ser intolerable para los envidiosos, aunque sea porque es muy listo y compramos libremente lo que nos ofrece. Querido Pablo, esas recetas van en contra de aquellos a los que dices proteger.
Me decepcioné cuando descubrí que no querías destruir a la casta política que usurpa nuestra instituciones, sino que la querías destronar para ocupar su lugar. Me decepcioné cuando vi que eso de perseguir a los corruptos no tenía un objetivo de limpieza, porque al parecer todas las casas están sucias por la mugre de la corrupción, incluida la tuya, sino que buscabas solamente la caída del enemigo.
Me decepcioné mucho más cuando en defensa de la cohesión social pusiste en solfa cuantas batallas se te ocurrieron, desenterrando las armas del franquismo, del feminismo, de los LGTBIQ… construyendo conflictos donde no los había, señalando a la gente como opresores u oprimidos, calificando de fascista al que no se creía esas mentiras y soltando a los perros a por él. Has fomentado la discordia para desunir a la sociedad y generar un lecho de ofendidos dispuestos a seguirte. Has utilizado conceptos como la dictadura, los derechos de la mujer, el fascismo o la libertad sexual, sobre los que hay un consenso unánime, para prostituirlos en tu beneficio, causando un daño enorme a todos nosotros, sobre todo a los que dices defender.
Y perdí la fe por completo cuando te posicionaste sobre la libertad de expresión. Defendiste a un rapero por cantar cosas como «quiero a Gallardón en silla de ruedas», «un puto pepero con los sesos fuera», «queremos la muerte para estos cerdos», «llegaremos a la nuez de tu cuello, cabrón, encontrándonos en el palacio del Borbón, kalashnikov», «le arrancaré la arteria y todo lo que haga falta», «Sofía en una moneda pero fusilada», «que sepan que cuando revienten sus costillas, brindaremos con champán». Pero eso no es lo peor. Condenaste a un poeta por escribir una quintilla de arte menor como esta:
La diputada Montero Expareja del ‘coleta’ Ya no está en el candelero Por una inquieta bragueta Va con Tania al gallinero.
El rapero es un comunista, republicano y anticapitalista confeso. El poeta fue juez. ¿Ese es tu concepto de libertad de expresión? Pablo, no te entiendo. No puedes pensar eso en realidad. No puedes ser tan despreciable. No me lo creo.
Así que ahora que ya estás en la Moncloa, haz honor a tu compromiso con el pueblo, te lo ruego, a ver si recupero la fe. Vela por todos nosotros, por nuestras libertades. No olvides a las empresas que dignamente nos dan trabajo y nos proporcionan bienes y servicios, que también son nuestras. Persigue la corrupción, que ningún político tenga en su mano la cartera presupuestaria. Garantiza la independencia judicial, que los partidos no escojan a sus magistrados. Dale una vuelta a la ley electoral, a ver si consigues que la soberanía emane de su legítimo dueño. Y entierra las hachas de la guerra, por el dios del amor, que para enfrentarnos no necesitamos a nadie. Mira con qué poco puedes hacerme feliz.