«¿De quién depende la fiscalía?… Pues eso». Con tal frase puede que pase a la historia Pedro I El Dictador. Nos lo tomamos a risa entonces, conocedores del principio de imparcialidad que inspira al Ministerio Fiscal. Nos reímos de la ignorancia de don Pedro, que parecía caído de un guindo, o bien de su afán iluso por manosear la institución. Mira que somos guasones. Pero también somos indolentes y, a fuerza de no hacer nada, don Pedro se ha tomado la confianza de acabar con la poca separación de poderes que nos quedaba. Ayer señaló a Dolores Delgado, la actual ministra de justicia, para el cargo de Fiscal General del Estado. También nos burlamos de eso, del sesgo que tomarán ahora las actuaciones fiscales en favor de la «desjudicialización» de la política. Es decir, que Pedro, animado por el calor de la poltrona, concede a sus potentados independentistas y comunistas lo que le pidan mientras nosotros nos mofamos de su ignominia. Pero no es cosa de risa, ni de que España se deshaga en principados, ni de que el progreso caiga en manos del comunismo. Es cosa de espanto, de que herida está la libertad.
Montesquieu ya apuntaba con buen tino que el poder tiende a totalizarse y que no hay mejor remedio que separarlo en tres ramas. Así, ley, gobierno y justicia, en manos independientes, ayudan a nuestra libertad, mientras que unidas en un puño defienden el totalitarismo. Caminamos inermes hacia ese escenario.
El Fiscal General del Estado es el jefe superior del Ministerio Fiscal, un órgano muy especial integrado en el Poder Judicial. En su cargo recae la responsabilidad última de velar por la independencia de los tribunales y de promover la acción de la justicia en beneficio público, de acuerdo con la constitución y el interés general. Huelga explicar que una ministra del PSOE promoverá la justicia en beneficio del partido, de acuerdo con sus socios y con el interés de su líder. Así mismo, velará por la dependencia judicial de la doctrina del gobierno. Para qué la eligen sino, habida cuenta de la abyección que supone su nombramiento. Y no le será difícil desde la Fiscalía General controlar todos los rincones, porque el principio de dependencia jerárquica le otorga poder para ordenar y mandar sobre todos los fiscales, desde los del Supremo y el Constitucional hasta los de área. A diferencia de los jueces, los fiscales sí pueden dar instrucciones a sus subordinados. A esto se añade la falta de imparcialidad de la Fiscalía, en tanto en cuanto es parte en los juicios, y solamente cuando su interés fuera el bien común podríamos soportarlo. Con estos mimbres, poner en la cúspide de los fiscales a tu perro político es un asalto al Poder Judicial.
Por otra parte, los presidentes de los órganos judiciales superiores los elige el Consejo General del Poder Judicial, cuyos veinte miembros son elegidos a su vez por el Congreso y el Senado. Es decir, que la flor y nata del sistema judicial viene señalada por el poder legislativo. Sí, aunque parezca una broma, esos ilustres políticos que malversan nuestros votos son los que luego prostituyen la justicia. Y para rematar, en un sistema parlamentario como el nuestro, esa misma basura humana es la que elige al poder ejecutivo, invistiendo al Presidente que mejor le lleve los negocios.
En resumen, que tú votas, como mucho, y con tu voto los políticos se las arreglan para vivir a tu costa. Primero aprueban y derogan leyes que les ayuden a conservar tu voto. Luego eligen a los más afines para ejecutar dichas leyes. Después seleccionan de entre los más sumisos a los más indignos para dirigir los tribunales que las juzgarán. Y ahora, además, nombran sin pudor al custodio de la imparcialidad y la independencia, al velador de nuestros derechos y libertades, para que haga todo lo contrario. Y nos da risa, porque somos de un buen humor encomiable. Y los comunistas están retrepados en su escaño a mandíbula batiente. Y los regionalistas cascando el cerdito de los caudales. Y los independentistas urdiendo hilos para tejer banderas. Y los otros comprándose un coche nuevo con el sueldo de tus impuestos, uno muy grande.
Volviendo al barón de Montesquieu, ahora somos libres de elegir a nuestro tirano preferido. Porque antes o después cambiará el parlamento, será investido otro presidente, elegirá a otros magistrados y a otros fiscales, y las tornas volverán, probablemente con redoblada fiereza. Y con esa alternancia totalitaria puede que nos veamos un día encallados y sin poder salir, sumidos en la dictadura del primero que aprenda a manejar todo el poder. Entonces no nos dará risa. Recordaremos con nostalgia los tiempos en los que la Fiscalía no dependía de nadie.
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