
*Publicado en InformaValencia.
Me entristece descubrir cuánta gente está muriendo, y cuanta más va a morir, en relación al coronavirus. Me preocupa darme cuenta de lo inmenso de las cifras, las de ahora y las que vendrán. Y cuando me paro a pensar con calma las causas y los motivos de esta tragedia me da miedo, lo confieso. Me entristece porque son personas inocentes que en su mayoría no conocen la Covid-19, y sin embargo dejan este mundo antes de tiempo. Me preocupa porque son muchísimas, serán demasiadas, que solo habrán visto el coronavirus en las noticias, pero que no vivirán para contarlo. Y me da miedo porque reconozco que los motivos están más cerca de la negligencia política que del virus, un miedo que me angustia cuando pienso que junto a la negligencia se abraza el interés vil del gobernante.
La cuestión es que para proteger lo único importante -el poder-, el gobierno no se avergüenza de cometer injusticia, aunque eso acarree la muerte de muchísima gente. Primero silenciando el riesgo de la pandemia para sostener su propaganda del 8M, luego con retraso en las medidas preventivas, después con negligente torpeza en los remedios para evitar la expansión y por último, ya desbordados, aboliendo las libertades, confinando a la población y paralizando toda actividad. Y aún se vanagloria de protegernos siguiendo el criterio de los expertos. En realidad es nuestra condena, que no obedece a ninguna ciencia, sino a un miedo: perder el poder a causa del descrédito que traen los muertos de coronavirus. Los muertos en sí no le importan, solo los de COVID-19, ese es el drama. Prefiere centrar todos los recursos en la propaganda del virus, en el quédate en casa, en el un día más es un día menos, en la curva que hay que aplanar. No tiene escrúpulos en soltarle millones de euros a la prensa para que justifique sus errores. Pero olvida, y no por descuido, a todos los que están muriendo a causa de su gestión sin estar infectados. Porque eso no sale en las noticias y piensan que no les puede quitar votos.
Nadie cuenta que se han reducido un 40% las asistencias hospitalarias de infartos, lo que significa que la gente lo sufre en casa y allí se queda. Los fallecidos por infartos son la primera causa de muerte en España, las cifras son espantosas, tanto que ridiculizan al coronavirus, pero eso da igual. Las enfermedades circulatorias causan 120.000 muertes al año en España. El confinamiento agrava esas patologías, no hace falta explicarlo. Nunca sabremos cuántas personas verán perjudicada su salud y cuántos morirán en los próximos años por ello. A lo peor serán cientos de miles, nadie lo relacionará con esto. El gobierno ha decidido congelar las listas de espera y reducir toda la actividad sanitaria que no sea de urgencia vital o esté relacionada con el coronavirus: quirófanos, atención primaria, pruebas diagnósticas, consultas externas, cirugía de corta estancia… Todo parado, así reducimos los contagios. Sergia, por ejemplo, así se llamaba, fue al centro de salud porque le dolía mucho la tripa, vomitaba y tenía fiebre. Le recetaron Nolotil y Paracetamol, desde la calle, sin explorarla. Era lo normal, atienden a todo el mundo desde la calle. A las 48 horas se fue a urgencias rabiando de dolor y con temblores. Descubrieron que tenía una apendicitis que había derivado en peritonitis. Tuvieron que operarla con prisa a vida o muerte. Esta vez fue muerte. A Dani se le complicó una úlcera en la pierna que no parecía gran cosa. Era fuerte, corría maratones. Tenía que ir a revisión periódica a consultas externas, pero con esto del virus… Entre pitos y flautas van a tener que cortársela. Quizá no sobreviva. Remedios, que era muy simpática, sufrió un derrame cerebral en su casa, que es donde le dijeron que se quedara cuando empezó a encontrarse mal. Tardaron cuatro días en atenderla. Ahora no puede hablar. Enrique estaba pendiente de una operación de riñón, que se ha tenido que posponer para dar prioridad al coronavirus. Una cosa se ha juntado con otra y… ya no la necesita. Amalia pintaba acuarelas cuando empezó a dolerle mucho el oído izquierdo. En el centro de salud, desde la calle también, le dieron Paracetamol para el tapón. Pero no era un tapón. La infección prosperó y al final tuvieron que tratarla de meningitis, esta vez sí con urgencia. Por suerte solo ha perdido la vista y la movilidad de un brazo. Julián estaba esperando una intervención y una quimioterapia. No era tan grave como para no aplazarla, es lo que suele hacerse. Ahora el cáncer está tan avanzado que ya le han cambiado el tratamiento por morfina. Solo tiene treinta y nueve años. Matilde en cambio tenía ochentaidós abriles, pero mucha tos. Le sugirieron quedarse en casa, aunque había trabajado cincuenta años para costear el sistema sanitario. Tenía buena salud, hacía yoga y estaba escribiendo un libro sobre antropología mahorí. Ha muerto sola y sin coronavirus, dicen que por neumococo. Y paro, que me pongo a llorar. Pero esos no salen en la tele. Son muchísimos más que los fallecidos por el virus, pero no salen. Se mueren y ya, solos, abrazados a una tristeza inconsolable.
Esta negligencia no es culpa de los sanitarios, que nadie se confunda, sino que parte de las decisiones del gobierno sobre cómo administrar su sistema: a la enfermera le dicen que cierre y, la pobre, cierra. Pero eso no es lo peor. Es cruel, pero no es lo peor. La verdadera tragedia está por venir. En los próximos años, a causa del rigor del confinamiento y la paralización de la economía, contaremos los muertos por millones. Porque nada mata con más saña que la pobreza, aunque no lo ponga en el certificado de defunción. La ideología que inspira las políticas del gobierno no ayudará precisamente. En su estupidez, este gobierno solo es capaz de pensar en expropiaciones y en una renta mínima vital para salvarnos a todos. Y en su vileza, lo hace solamente para asegurar unos cuantos millones de votos que le aten al poder. Claro, como si no fuera imposible alimentar a una sociedad que no produce bienes ni servicios, como si los ahorros pudieran sostener un contradiós así durante mucho tiempo, como si el que tiene dinero o empresa no fuera a salir corriendo de este país. «Que se joda la bolsa y los empresarios, lo importante son las personas», claro, como si el trabajo lloviera del cielo y no fueran las empresas y los autónomos quienes contratan a las personas, como si no fuera de ese trabajo de donde sale el pan para comer. Aunque quizá entonces nos canten el salmo de «el estado proveerá trabajo para todos». Eso sí será para acojonarse vivos, porque el socialismo es muy bonito, y el comunismo es muy noble, vergeles de igualdad repletos de cornucopias, pero con ellos viene siempre la hambruna. Nadie llevará la cuenta de esos muertos.
La fuerza mediática del coronavirus tiene sometido al gobierno. Sus decisiones están motivadas por aquello que le mantenga en el poder, aunque causen un daño enorme. Dirán que gracias a su gestión se salvaron miles de vidas, aunque podamos comprobar sin esfuerzo que en España mueren muchos más que en casi cualquier sitio, precisamente por culpa de su gestión. Esconderán todos los muertos por otras causas, aunque sean infinitamente más, para no relacionarlos con su negligencia. Alabarán su rigor en el confinamiento, aun cuando se podría haber evitado, aun cuando acarrea más muertes a largo plazo de las que evita en el corto. Serán capaces, en suma, de mentir, de justificarse, de cambiar leyes, de censurar, de corromper, de sobornar y de hacer cuanto sea necesario para mantenerse en el poder.
Me entristece mucho, decía, descubrir cuántos vamos a morir para que sigan gobernando. Si no pueden abandonar sus intereses por un momento, en esta circunstancia, lo humano sería que apartaran sus sucias manos de nuestras vidas.
Cuanta razón tienes, lo que que me lleva a añadir, si me lo permites, la hipocresía social y moral de la sociedad en la que vivimos, y recordar al ciudadano que hacer la vista gorda o mirar hacia otro lado, nos convierte en cómplices….
Así que ojalá reaccionemos a tiempo y no sigamos permitiendo tanta inmunidad a la clase política
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Pues sí. Estoy de acuerdo. Ya cité el otro día a Cleóbulo de Lindos, acordándome de la santa madre de don Pedro: «Aceptar la injusticia no es una virtud, sino todo lo contrario.»
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