
La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo es una mala noticia para todos los ciudadanos. Con independencia de la persona, pone de manifiesto una enfermedad grave de la política española, la cual se lleva siempre por delante a los brotes más vigorosos del jardín y deja el césped igualado, sin posibilidad de que las flores crezcan y sean fecundadas.
La raíz de su destitución la podemos encontrar en su perfil de twitter: «ciudadanos libres e iguales», «ahora diputada y portavoz.» Lo primero no encaja bien en los tiempos que corren. El liberalismo no tiene buena fama, exige demasiada responsabilidad, resta protagonismo a los políticos. El individuo que no se pliega al consenso de la mayoría, ya sea de la sociedad o de un partido, está mal visto. Lo segundo es como una espina en el dedo, que la vas dejando hasta que un día te molesta tanto que decides arrancarla, aunque sangres. El énfasis está en el adverbio, sutil, pero no desapercibido. «Ahora» significa que Cayetana es consciente de que todo es pasajero, y de que una vida vale mucho más que un trabajo. Deja ver que su persona está por encima de ser diputada y portavoz, que mañana puede estar en otro sitio, que lo más importante es ser fiel a uno mismo, y luego a los demás. Ambas cosas revelan un carácter que le ha valido el epíteto de «verso libre», que tan poco le gusta, cuando en el fondo debería ser un elogio. Creo que verso libre es una de las cosas más bonitas que le pueden decir a alguien: entraña poesía, ritmo, estilo y libertad.
Según nos ha contado Cayetana, Casado argumenta su destitución en cuatro puntos, que tendremos que creerlos por encima de cualquier conspiración menos documentada. El primero es que la libertad de criterio de Cayetana no es compatible con la autoridad del líder, que el partido necesita homogeneidad sin fisuras, una sola voz. Quizá tenga razón Casado: en la actualidad, la discrepancia dentro de un partido se utiliza desde fuera para demostrar flaqueza. Es una lástima, como piensa ella, porque del debate y la diversidad de opiniones surgen los proyectos más fértiles.
El segundo es la destitución de su asesor Elorriaga, hecho que no recibió de buen grado. En el fondo es el mismo asunto: restringir la autonomía del grupo parlamentario. Cabe señalar que Cayetana protegía el protagonismo de todos los miembros del grupo, independientemente de sus inclinaciones y de sus lealtades. Esa libertad no es acorde con la idea de equipo compacto, redondo, cerrado y sin aristas, que debe repetir con sumisión las consignas del líder del partido.
El tercero versa sobre los pactos con el PSOE a cerca del reparto de cargos en la justicia. Cayetana cree en una justicia libre e independiente, donde los jueces no sean elegidos por los partidos. Casado prefiere acordar con el PSOE el reparto de esas cátedras. Es de nuevo el mismo asunto: la libertad no es tan rentable como una silla en el CGPJ. No hay que ser un gran exégeta para darse cuenta de lo molesto que puede ser alguien que aboga por la independencia de los jueces desde la portavocía parlamentaria cuando estás negociando el reparto.
El último, y no menos importante, es la batalla de las ideas. Cayetana es adalid de la lucha cultural, ya no del PP, sino de un espectro mucho más amplio, contra el radicalismo identitario, contra la izquierda más extrema. Considera que es necesario extender en la sociedad los valores ilustrados de tolerancia y pluralismo, y que esa cosa de la libertad y la igualdad de los ciudadanos ante la ley no es algo menor. Al contrario, son los cimientos indispensables sobre los que construir una sociedad donde los individuos sean capaces de perseguir sus ilusiones vitales sin que nadie los pisotee. Me cuesta creer que alguien pueda estar en desacuerdo con eso, salvo los tiranos. Pero en este mundo vivimos. Según parece, Casado no lo ve igual, y puede que tenga razón. Quizá piense que el desgaste de luchar contra las ideologías radicales es demasiado grande, que eso de criticar la Ley de Violencia de Género, por poner un ejemplo, conlleva la repulsa y el descrédito en los medios, que en su mayor parte están ideologizados hacia la izquierda. Supongo que le pasa como a esas empresas que deciden quitar la palabra «blanco» de su catálogo, para no herir sensibilidades raciales, o cambiar el nombre histórico su equipo deportivo porque el black lives matters lo pide a gritos. Y es que, hay que reconocerlo, no mucha gente piensa así, pero hacen tanto ruido que asustan tanto como los tambores en la guerra.
El caso es que la destituyen porque desentona. Su violín suena demasiado alto a juicio del director de orquesta. Algunos dicen que es por soberbia, otros porque es demasiado radical, o demasiado dura. No me extraña. Cuando alguien es tan inteligente como para dejar en ridículo a los que están a su alrededor parece soberbio. Cuando alguien tiene principios firmes resulta duro. Cuando alguien no encaja en una etiqueta simple, porque la idiosincrasia de su pensamiento es compleja y llena de matices, se le toma por radical.
Y van a tener razón en todo, en destituirla, en que desentona, en que es un verso libre y probablemente en que es mejor que se vaya para los intereses del partido. Y esa es la mala noticia para todos los ciudadanos. Tenemos un ecosistema político que no entiende matices, que no permite el debate inteligente, en el que predomina el grito y el insulto sobre la razón, donde los partidos políticos son un obstáculo para que las ideas libres enriquezcan la convivencia. Al margen de que yo pueda estar más o menos de acuerdo con lo que dice Cayetana, que se destituya a una persona culta e inteligente porque se expresa con libertad en el seno de su partido me parece muy mala noticia. Lo mismo pasa en el resto de partidos, eso es lo dramático, aunque no en todos brille una luz tan radiante y tan molesta.
Las amazonas eran seres que se oponían a la tiranía de los semidioses. Cayetana es una de esas mujeres fuertes y valientes, de esas feministas de verdad, que defiende su valía y que no necesita que la portejan, una mujer a la que le sobran arrestos para enfrentarse a Hércules y a Aquiles a la vez. Y, claro, nadie quiere tener a alguien tan poderoso cerca, porque bajo la sombra que proyecta hace un frío aterrador.