Suspensión transitoria democrática

¿Qué pasaría si eliminamos del diccionario la palabra guerra y en su lugar utilizamos la palabra paz? Haríamos las paces los soldados, lucharíamos en paz por conseguir un mayor grado de paz, la batalla sería legítima y noble, aunque se muera la gente por la paz. Es de lo que nos advertía en sus metáforas distópicas George Orwell, señalando el peligro de un Estado totalitario socialista que descompone el lenguaje para reconstruirlo de acuerdo a su interés hegemónico.

Es un trabajo sutil, pero muy eficaz para la manipulación de masas. Desde Aristóteles tenemos sistematizado el uso de la retórica para sugestionar al interlocutor con nuestras ideas, sean buenas o no. Él mismo advierte de la alarma que debemos activar para prevenirnos de la mala fe y las de las falacias. Sobran las voces, en el entorno de la filosofía del lenguaje, que apuntan hacia el hecho de que todo acto lingüístico no tiene como fin la comunicación, sino la sugestión. Todos sabemos, en efecto, que cuando no puedes sacar nada en claro de una conversación no merece la pena seguir discutiendo, es un síntoma del pragmatismo que subyace al hablar. Y, por otra parte, también sabemos que el lenguaje condiciona nuestro modo de pensar, y no son pocos los psicólogos que aseguran que no podemos pensar sin él, e incluso que es la palabra y la gramática las que impulsan nuestro pensamiento, y no al revés. Sea como fuere, parece que el sentido que le damos a las palabras y el uso que hacemos de ellas en los actos comunicativos influyen de forma imperiosa en lo que pensará nuestro interlocutor.

Los políticos de todos los tiempos, en su afán por conquistar el poder y manipular a las masas, han sabido hacer buen uso de estos conocimientos, retorciendo la retórica más allá de lo legítimo, contratando escritores y divulgadores para extender su propaganda, abusando de la demagogia y cambiando el sentido de las palabras mediante giros ampulosos ininteligibles, eufemismos y toda suerte de engaños. Estos días que nos toca vivir no son menos, y algunas declaraciones recientes me llevan a pensar que los disparates de Orwell no están tan lejanos. Vaya por delante que todos los políticos manipulan el lenguaje, pero son los que gobiernan los que más miedo dan, porque pueden.

Recientemente, en España se decretó el toque de queda, una medida gubernativa que restringe la libre circulación de personas en determinados horarios, generalmente nocturnos, como nos recuerda el diccionario. Desde Franco en sus peores tiempos no habíamos visto tal cosa. A Pedro Sánchez se le ocurrió decir que era un término anticuado y que recordaba precisamente a eso, a la dictadura y a la represión, y que sería mejor llamarlo restricción de la movilidad nocturna, para lo cual instaba a ciudadanos y a los medios a divulgarlo y ponerlo en solfa. Obviamente, será mejor así para que no sintamos la represión y el autoritarismo, sino la moderación bienintencionada. Al hilo de esa cita me vinieron a la cabeza todas las manipulaciones del lenguaje que hemos ido tragando sin darnos cuenta. Y yo empeñado en escribir con propiedad, usando las palabras de forma pertinente, cotejando con el diccionario cada uso para evitar cualquier ambigüedad y leyendo a los clásicos para educarme en la mejor forma de hacerlo. Qué ingenuo.

Cuando la economía deja de crecer, y se producen menos bienes que antes, entra en recesión. Los más avispados lo llamaron crecimiento negativo, disminuir el ritmo de crecimiento, y cosas por el estilo. A los inútiles, que son personas que no pueden trabajar o moverse por impedimento físico, pronto se les llamó inhábiles, que es un eufemismo suave, cambiando el sentido original y preciso por uno mucho más vaporoso, pues inhábil es el que no tiene habilidad, talento o instrucción, o cualquier otra condición necesaria para trabajar y moverse por sí mismo. La manipulación es grave, porque inhábil soy yo para ejercer de peluquero, porque no sé, pero no inútil. Así se equipara al que no sabe con el que no puede y se confunden todos. También se utilizó inválidos, los que adolecen de algún defecto, confundiendo al que no se puede mover con el que cojea, o minusválidos, que parece que es menos doloroso, porque son válidos, pero menos. Y como eso de los eufemismos no tiene fin, pues al tiempo uno se acostumbra a la palabra y le da el mismo sentido que tenía la otra, terminaron diciendo persona con movilidad reducida. No se les ocurrió movilidad diversa, que va más en la línea de esconder lo que se quiere significar. Sin embargo, si se les ocurrió decir que los inútiles tienen diversidad funcional, que es eufemismo mucho más delicado y sibilino. Al parecer, una persona con una parálisis cerebral que no puede alimentarse por sí misma tiene una funcionalidad diferente. Sin duda es diferente a la que la naturaleza distribuye entre los humanos por costumbre, pero en castellano a eso se le llama inútil, y no por ello tenemos que respetar y amar menos a las personas que lo sufren, ni llamarlo de otra manera. Los políticos abusan de tales infamias para congraciarse con quienes consideran que pueden ser un voto fiel. Es despreciable.

Acuérdate del derecho a decidir, que es cosa fina y de muy liberal. Uno tiene libertad por naturaleza, de ahí desciende su derecho para poder tomar decisiones propias. Sin embargo, se usa el eufemismo para engañar a la gente, pues quien alude al derecho a decidir se refieren a su capacidad para secesionarse y formar su propio Estado, cosa que nada tiene que ver con la libertad ni con el derecho, ni termina siendo cosa buena para el ciudadano. En ese lodo se embarran los exiliados políticos, que no son tales, pues no viven fuera de su patria por cuestiones políticas, sino que son prófugos de la justicia, que so pena de entrar en la cárcel por sus delitos huyen a donde los tribunales no les alcancen. De esta suerte, un criminal cuya intención consiste en la secesión de un país pudiera parecer un pobre incomprendido, forzado a abandonar su casa por defender su libertad natural. Hay que ver.

En esta línea, no parecerá exagerado decir, cuando cierren el Parlamento para evitar el control de las actividades del Gobierno, que se han aplazado las facultades legislativas por la pandemia. Las mentiras sobre los fallecimientos serán, simplemente, perspectivas diferentes de analizar las estadísticas. En cambio, llamaremos bulos a las opiniones críticas con la actividad del Gobierno, y sería deseable prohibir los bulos y juzgar a quienes los propaguen, claro. El aumento del paro va a ser demoledor, mucho más dulce le será al paladar una reducción de la capacidad de empleo de las empresas. Para entonces, a la pobreza la podremos llamar distribución de la riqueza pensando en los colectivos más desfavorecidos, que es cosa tierna. Habrá que decir y sostener que se va a aumentar la recaudación de fondos para luchar contra el virus, para esconder que se van a subir los impuestos, que no son otra cosa que cargos y obligaciones contra la propiedad del ciudadano, sobre todo del más pobre. Restringir la movilidad es ya una norma de buenos modales, lo que en la lengua de Cervantes significa cercenar la libertad de ir a donde uno le salga de los huevos con tal de que no haga daño a nadie. La cogobernanza, que puede parecer el nombre de una sierra castellana o un cortijo andaluz, no es otra cosa que el desprenderse de las responsabilidades de gobierno y esturrear las culpas de lo que pase entre los demás. Le llaman proteger el Estado del bienestar a aumentar las atribuciones y las ansias recaudatorias del Gobierno para encadenar el voto de los subvencionados, aunque la ciudadanía camine en su conjunto en el malestar. Qué bonito será escuchar que se protegen las libertades democráticas limitando la proliferación de partidos fascistas cuando metan en la cárcel a los políticos de la oposición. Es de hoy el tweet de Sánchez, para no irnos más lejos, donde dice, después de echar a la basura nuestras libertades, «seguiremos defendiendo la libertad, nuestros valores democráticos.» No tardaremos, si seguimos por este camino, en asistir a una suspensión transitoria democrática. Será la mejor manera de no decir que estamos en una dictadura indefinida.

Resuena como un mantra si lo pronuncias despacio y con los ojos cerrados, como un hechizo, que si lo repites tres veces se hará realidad: «la guerra es paz, la libertad es esclavitud, la ignorancia es fuerza.» El demiurgo Orwell, profético, aterrador.

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