Las raíces cristianas de Podemos

«No podéis servir a Dios y al dinero.»

Lucas 16, 13.

A nadie se le escapa que las corrientes políticas comunistas, o más en general las socialistas, ya sean más o menos socialdemócratas o marxistas, se arrogan el monopolio de la defensa de los últimos, de los pobres, de los desvalidos, así como el cristianismo lo hizo desde sus orígenes. Tampoco pasa desapercibida la imagen del Mesías redentor, líder del movimiento revolucionario, que salvará a los fieles después del Apocalipsis y del juicio final, un hombre investido de un poder divino para iluminar a la humanidad y conducirla hacia el paraíso. Marx, Lenin o Pablo Iglesias encajan en la descripción a poco que se les ponga detrás una cruz de martirio y una aureola de santidad. Sin embargo, el socialismo se construye sobre unos métodos y procedimientos que tienen una gran similitud con las raíces del cristianismo, las cuales no son quizá tan obvias. Cristianismo y comunismo no son lo mismo, las diferencias son notables, pero llaman la atención algunas coincidencias fundamentales. Podemos, un partido socialista moderno, nos sirve de ejemplo cercano para entender y reflexionar sobre esa estrategia política que funciona tan bien desde el cristianismo primitivo. La institución religiosa, conviene recordarlo, no es otra cosa que una especie de partido político que aspira a ser único y universal, un agente que gobierne a toda la sociedad en aras de la mejor convivencia, bajo unos presupuestos ideológicos superiores.

Es conocido que el socialismo ha luchado siempre con energía contra el cristianismo, tanto desde la perspectiva ideológica, buscando erradicar el acerbo conservador de las tradiciones que a su juicio impiden progresar en ciertos ámbitos morales, como desde el plano físico, dando muerte a religiosos cuando las circunstancias eran propicias. Tomando como botón el periodo de la Segunda República española, que a Podemos le sirve de ilustración, en mayo de 1931 murieron 23 religiosos en Madrid en el contexto de los disturbios contra edificios católicos, donde se quemaron cien edificios religiosos y los cien mil libros de la biblioteca jesuita. Apenas llevaba la República un mes en marcha. En menos de una década, con una guerra de por medio, murieron unos doce mil religiosos, con la más variopinta saña, torturas, amputaciones, monjas violadas, ahogamientos en el río, quemados vivos, etc. No es objetivo de este texto juzgar los crímenes cometidos en el contexto de un enfrentamiento civil, que hubo de haberlos aberrantes en todas direcciones, sino tan solo constatar que los socialistas lucharon con firmeza contra el cristianismo. Los ejemplos en la URSS de Stalin, incluso los textos fundacionales de Marx, conducen a esta conclusión con mayor claridad si cabe.

En este punto hay que preguntarse por qué, a qué se debe tal animadversión por un grupo cuya fe se basa en la comunidad fraternal, la ayuda al prójimo, la limosna, la protección de los más débiles, la generosidad, el bien común, la asistencia al necesitado, todos ellos sentimientos que, a priori, el socialismo hace suyos, más allá de que también comparten los criterios de rechazo al dinero, al comercio, a la propiedad privada y a todas las relaciones humanas que puedan privilegiar al rico, al aristócrata y al poderoso frente a los desposeídos. No en vano, las ideas socialistas arraigan bien en las comunidades de tradición cristiana. Resulta pues paradójico que quieran exterminar a aquellos con quienes comparten el núcleo fundamental de su ideología. O tal vez no tanto, pues las mayores enemistades se dan entre quienes profesan distintas versiones de la misma doctrina, quizá por que compiten por el mismo sustento, por la misma base de fieles. Es sabido que las mayores matanzas en nombre de Dios se dieron entre cristianos, a propósito de cualquier sutileza sobre la virgen María o sobre el cuerpo de Cristo, velando una lucha de poder intrínseca.

Sea como fuere, y esta es la parte del león, los métodos del socialismo coinciden con las raíces ideológicas del cristianismo primitivo. Te dejo a ti, lector inteligente, deducir si es casual o intencionado, habida cuenta de la eficacia del sistema después de dos mil años de vigencia. En los primeros años del cristianismo, los fieles a la doctrina paulina se organizaron con astucia para sobrevivir a la demora del reino de Dios. Una vez muerto Jesús en la cruz, y ante la desesperación de que no llegaba el día del juicio, el Apocalipsis, el paraíso, etc., tuvieron que reconducir la doctrina para mantener la fe. La promesa de Jesús no parecía inmediata. El socialismo opera en una creencia similar: nacerá un hombre nuevo, en un mundo nuevo en el que no existirá la propiedad privada ni la competencia, donde todos vivirán en paz y felicidad, con abundancia de recursos, hermanos e iguales. Pero mientras llega ese día, hay que organizarse. Podemos lo recuerda en el título de su programa, para no ir más lejos: «Programa para un nuevo país.» La idea de un mundo nuevo y más justo es abrazada con esperanza por los pobres. El Mesías redentor que defienda esa idea será seguido por legiones de fieles, alimentados por poco pan y mucha fe, eso sí, aunque no por la razón. Lo primero que hicieron los herederos de Pablo de Tarso fue tomar el control del mando social y los medios económicos, mediante la jerarquización del grupo, en este orden: Dios, Jesús, Apóstoles, obispos nombrados por los apóstoles y, después, obispos nombrados por sus predecesores. La idea es explícita en la Primera Epístola de Clemente, de finales del s. I. De esta suerte, la cadena de mando tenía un origen divino e incuestionable, y la constitución de los poderes ejecutivos no precisaba de mayor justificación, hasta hoy: el Papa actual es heredero directo de Pablo, que recibió el cetro de Jesús, el cual se confunde con Dios mismo. El ideal del socialismo establece un sistema de jerarquías y castas en cuya cima está el líder, que recibió el poder de manos del fundador de la revolución, cuyos preceptos se basan en los textos sagrados de Marx, metáfora del profeta iluminado y de su inspiración divina. Para hacer efectivo ese control de la sociedad y de los medios económicos, los paulinos se procuraron el dominio ideológico de los fieles. En la segunda carta de Pedro se puede rastrear que la interpretación última y verdadera de las sagradas escrituras es competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica, esto es, que el líder de la comunidad explicará cómo han de interpretarse las leyes y que ninguna lectura privada será admitida. En el socialismo, tanto si consideramos los textos de Marx y de sus epígonos como textos fundacionales, como si tenemos en cuenta las obras en las que se inspiran estos, no caben otras interpretaciones de raíz que las que ofrece el líder, han de observarse con obligado cumplimiento los preceptos que señala el partido. Es más, existe una interpretación correcta, y solo una, de las Escrituras, la cual es fundamento de la doctrina que nos llevará al cielo. La autoridad elegida por el mecanismo de sucesión divina es la depositaria de tal rectitud y hay que obedecerla, acatando todo el cuerpo doctrinal sin fisuras, y el que no piense de acuerdo a lo establecido en las leyes será expulsado de la comunidad. La primera carta de Timoteo expone con claridad esta idea, en su capítulo sexto. No te será difícil encontrar un paralelismo en los modos de proceder del socialismo, el rigor con el que hay que aceptar todas las ideas del líder, entre las que hoy resuenan conceptos tales como machismo, extrema derecha, animalismo, cambio climático, yo si te creo, fondos buitre, LGTBIQ+, neoliberalismo, so pena de ser excomulgado junto a los fachas si optas por interpretarlas con tu propia razón, aunque algunas de ellas no te resulten convincentes. El capítulo cinco de Hechos de los Apóstoles remata el canon doctrinal con el control de la economía del grupo y de las aportaciones que deben hacer los miembros para sostén de la comunidad y para asistencia social de los más necesitados. El Apologético 39 de Tertuliano nos deja testimonio expreso. Era crucial, por tanto, disponer, en tiempos en que reinaba la pobreza extrema, de recursos para cohesionar a los más débiles, que eran casi todos, y conseguir así que el cristianismo fuera un refugio para la inmensa mayoría de la población, los pobres. Sobra explicar en qué términos el socialismo contempla el monopolio de los medios de producción, las aportaciones de los ciudadanos a la comunidad, lo que hoy llamamos impuestos, y la redistribución de los recursos económicos de acuerdo con las instrucciones del líder.

En resumen, los paulinos, en tiempos del cristianismo primitivo, se propusieron tomar el control del mando social y de los medios económicos mediante estrategias muy eficientes: institución de una jerarquía incuestionable, autoridad exclusiva para interpretar las leyes, poder para decidir lo que es correcto y justo, con derecho a separar al que piense de otra manera, y control de la economía y los impuestos para la redistribución entre los pobres, sabedores de que esa masa de fieles legitimaría su poder a largo plazo. Mientras llega y no llega el reino de Dios, dos mil años lleva funcionando el sistema, pues la corriente paulina es la que constituye los fundamentos del cristianismo moderno. Con tales credenciales, no es de extrañar que el socialismo utilice una estrategia similar, y es fácil ver reflejado en Podemos, como ejemplo, los visos de estas doctrinas.

No es tarea de este texto juzgar la moralidad de las intenciones del cristianismo ni las del socialismo, sino tan solo señalar sus semejanzas originales. No obstante, resulta estremecedor aceptar un líder divino incuestionable, tener fe en unas leyes que no admiten interpretaciones racionales y acatar el control jerárquico de la economía. Y, lo que es peor, espanta sospechar que cuanto mayor sea la masa de pobres, de fieles necesitados, mejor funcionará el sistema.

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