«Hacía bien en negarse al fácil estupefaciente de la acción colectiva y quedarse otra vez solo frente al mate amargo, pensando en el gran asunto.»
Cortázar – Rayuela, 1963

Hubo tiempos en los que estuvo mal visto mostrar la belleza humana, sobre todo la femenina, en que se prohibía un tobillo al aire, una falda corta o un escote sugerente, tiempos en los que si una se maquillaba y se adornaba con afeites era una puta. La fe religiosa abundaba en dogmas para justificarlo. Ahora, en cambio, está mal visto que una mujer se arregle demasiado para gustar a otros o utilice sus bondades para hacer publicidad comercial. Se desprecian los cánones de belleza y cualquier sugerencia de sensualidad es cosificación de la mujer.
Hubo tiempos en los que uno demostraba su pureza de corazón, su limpieza de alma, su adscripción religiosa, con una cadenita en el cuello de la que colgaba una simbólica cruz o con un cuadro de la virgen en el dormitorio. Hoy, esos rituales supersticiosos son rechazados. Los bondadosos de verdad, en cambio, llevan un lacito rosa en la solapa y guardan una camiseta del Ché en el armario.
Hubo tiempos en los que, cuando no se tenía para comer todo lo que uno necesitaba, se tomaba como voluntad divina la prohibición de comer cerdo y otros animales, o de comer carne según qué días señalados. Y el virtuoso y fiel dormía tranquilo con una sopa de ajo y un padrenuestro, desnutrido y feliz. El rico, sin embargo, podía sufragar generosamente una bula para comerse un cabritillo y seguir en paz con Dios. Ahora ya no, uno puede ser vegano y buena persona sin observar la regla de ningún santo. El hombre moderno duerme tranquilo con una hamburguesa de tofu y una pastilla de vitaminas, desnutrido y feliz. El rico, en cambio, puede pagar chuletones ecosostenibles y huevos de gallinas libres y alegres, y seguir respetando el medio ambiente sin ayuda de Dios.
Hubo tiempos en los que los pecados se redimían dándose latigazos en la espalda con ceremonia ante la gente, caminando descalzo por las piedras despreciando los zapatos o arrodillándose hasta sangrar pidiendo al cielo que le perdone por su condición de hombre. Por suerte, semejantes cosas ya no son necesarias para reconciliarse con la maldad de cada uno, basta con hacer huelga de hambre en pro de los desasistidos, despreciar los vehículos a motor para los desplazamientos o pegarse las manos a un atril, o a una autovía, para señalar la injusticia de los hombres.
Hubo tiempos en los que se inventaron fechas religiosas, como el 25 de diciembre, para consagrar el nacimiento del salvador, o el de su resurrección, o el de pentecostés, con el fin de cohesionar a la masa alrededor de fiestas populares y celebraciones. Pocos quedan ya que recuerden con fe esos días, más allá de disfrutar de las vacaciones. Esas creencias absurdas han caído en desuso, ahora el 8M sirve para llenar las calles de gente buena a un mismo son, o el día mundial del cáncer, o el día mundial de cada una de las cosas realmente importantes, que hay días para todo.
Hubo tiempos en los que los feligreses se reunían en la iglesia, se confesaban y cantaban, hacían rezos y plegarias mirando una estatua, contaban las bolitas del rosario para conseguir piedad divina y susurraban cosas en latín cuyo significado desconocían. Han dejado paso a las manifestaciones en la plaza, a cortar la calle y a bloquear la entrada en los trabajos por una causa noble. Las canciones se corean a voz en grito con tambores y ritmos de baile sedantes, y se inventan rimas en lengua vernácula fáciles de recordar, en lugar de utilizar el latín.
Hubo tiempos en los que el amor a la pobreza, el desapego del mundo material, se consideraron virtud. Queda el ataque de Jesús a los mercaderes del templo como botón para recordarlo. Hoy, en cambio, se ensalza la bondad de los de abajo, se puede ser feliz sin tener nada y ondeamos como seña de virtud el ataque a los empresarios.
Hubo tiempos en que los pobres de espíritu eran los buenos, y los últimos, los primeros, en que se buscaba la igualdad de todos los hombres, se rechazaba al que destaca, al que prospera, al inteligente, al que te ofende con su pensamiento superior. Eran los tiempos de la coartada para el débil, para el pusilánime, los tiempos de la satisfacción de su envidia mediante el robo y la redistribución de la riqueza, la igualación de todos los seres, el ennoblecimiento de su mediocridad, y la esperanza en un futuro en el que todos seremos iguales, sin diferencias. Hoy ya no.
Hubo tiempos en que se confiaba en un paraíso en el cielo al que accederemos por nuestra sumisión y nuestras obras bondadosas con los necesitados. En cambio, hoy, buscamos el paraíso en la tierra, por sumisión y por nuestras obras con los de abajo, sin necesidad de ser dirigidos ya por un mesías sabio y redentor, hábil con el discurso, hijo de Dios, o hijo de una ideología.
Hubo tiempos de proselitismo religioso, en los que se sancionaba con rigor la moral que todo hombre debía tener, con una certeza divina sobre lo bueno y lo malo, lo que debes hacer para ganar el cielo. Tiempos en los que solo valía el pensamiento único, no había libertad de expresión, eran impíos los que creían en otro Dios y eran reaccionarios los que no se sometían a la ideología. Tiempos en los que el hombre reflexivo, el que piensa y rectifica, era un tránsfuga, un hereje.
Todos esos tiempos han sido una traición a la realidad y a uno mismo, traición con el disfraz de conciencia satisfecha, con la que el pecador aliviaba sus vilezas mediante la confesión y el rezo, y el canalla se redimía por su intervención colectiva en «la lucha». Eran los tiempos del avemaría y el trozo de pan para el mendigo, del retweet de solidaridad y el euro para una ONG de niños africanos. Eran los tiempos de la coartada, de ese diazepam para dormir tranquilo que es el activismo social, la procesión, la manifa, la ofrenda, esa droga lisérgica para no quedarse a solas con uno mismo y hacer algo en la vida que merezca la pena. Eran tiempos de gritar, pelear y dejarse martirizar por el imperio, tiempos de dejarse sacudir por la policía en defensa de las injusticias, pero nunca en interés propio, sino en ayuda de quienes más lo necesitan. «Siempre se es santo a costa de otro» se leía en Rayuela. Siempre a costa de otro, con esa arrogancia, camuflada de solidaridad, del que se considera superior a los de abajo, asumiendo que son seres inferiores, incapaces de valerse por sí mismos, pobres, mujeres, negros, seres incapaces de pensar solos, y que sin ayuda del pastor y de los feligreses, del político y de los activistas, serán víctimas de… de los malos, de quienes digan que son los malos, de ti y de mí. Y cito a Cortázar por lo mismo que a San Pablo: la fe es la creencia en cosas que sabemos que no son verdad. “Es la fe anticipo de lo que se espera, prueba de realidades que no se ven”.
*
Si quieres estar al tanto de mis publicaciones solo tienes que dejar tu correo y te llegará una notificación con cada texto nuevo:
*
Si te gusta mi trabajo y eres tan amable de apoyarlo te estaré siempre agradecido. Así me ayudarás a seguir creando textos de calidad con independencia. Te lo recompensaré.
Puedes suscribirte por 2 € al mes. A cambio tendrás acceso a todo el contenido exclusivo para suscriptores y te librarás de la publicidad en la página. También recibirás antes que nadie y sin ningún coste adicional cualquier obra literaria que publique en papel. Puedes abandonar la suscripción cuando quieras, no te guardaré ningún rencor.